El caminante sobre el mar de nubes (1817–1818), por Caspar David Friedrich
La tarde había empezado a cubrirse de oscuros nubarrones. Pronto llovería. Casi no se veía, así que tuve que levantarme para encender la luz de la estancia. Inconscientemente rodé las cortinas de los grandes ventanales, para con la mirada situar a Pedro en el jardín. Como había hecho cada domingo durante los cuarenta años que estuvimos casados. Sin embargo, él no estaba. Y es que habían pasado tres meses ya desde el fatídico 20 de noviembre, el día de su accidente en la M-30.
Siempre imaginamos que pasaríamos nuestros últimos días juntos; pero, no. Él se había marchado para no volver jamás. Ni siquiera me dio tiempo de despedirme, de transmitirle mi amor infinito. Agradecerle tantos años de felicidad común. Éramos tan distintos; mas, a pesar de ello nuestra dicha fue absoluta. Supimos sabiamente convertir nuestras diferencias en la fortaleza de nuestra unión. Dos personas que se transformaron en sólo una. Y ahora esa parte de mi yo me faltaba. Me sentía incompleta, sola y abandonada.
Recordé a mi madre, quien supo aferrarse a su fe para superar la muerte de mi padre. Quien encontraba consuelo en misa cada domingo. Alivio a una vida abnegada, supeditada a atender a su familia, su único proyecto personal. Nunca la escuché hablar de sus anhelos, de sus inquietudes o sueños. Jamás la oí defender su propia opinión, sino simplemente asentir a lo que afirmaba mi progenitor. Un rígido militar de la antigua escuela, adicto al orden y enemigo de la improvisación, incapaz de cuestionar mandato alguno de su superior. No obstante, al quedarse viuda supo mantener su rutinaria existencia. Aparentemente frágil; empero, su creencia en el más allá le insufló la energía suficiente para continuar. Y su voluntaria labor en la casa parroquial contribuyó a que no tuviera tiempo de reflexionar.
Me bautizaron como Cecilia, porque nací el 22 de noviembre. La patrona de los músicos y los poetas. Un nombre que no era demasiado del gusto de mi padre, debido al colectivo a quien la santa representaba. Identificados, para él, como los enemigos de nuestra patria. Aunque en esa ocasión no tuvo más remedio que acatar las preferencias religiosas de mi madre.
Y es que me crie en un entorno muy tradicional, donde el papel de la mujer se circunscribía a la familia. Donde la meta era casarse, tener hijos y ser firme defensora de las supuestas buenas costumbres. Quizás, para no abandonar la senda que externamente me habían marcado, me hice maestra. Durante muchos años di clases de religión en un colegio local concertado. Quería comprender la necesidad humana de desarrollar su parte espiritual. Cómo las creencias empujaban a las personas a reponerse de la adversidad. Pese a que muchos finalmente confundían dogma con el sentimiento de trascendencia. Lo que les llevaba a suplir el mensaje de amor y generosidad por el de imposición, por el de beligerancia con el desigual. Algo radicalmente opuesto a lo que Jesús predicaba.
Pedro era profesor de filosofía, daba clases de bachillerato en el instituto local. Nació dentro de una familia de librepensadores. Quienes se quejaban del uso torticero de la religión por parte del Estado, en pro de controlar a la población. Su abuelo, un escritor afamado y Gran Venerable de una importante logia masónica de la época, tuvo que huir de España tras la sublevación militar de 1936. Recaló en México con su familia; si bien, el padre de Pedro pronto regresaría a España, luego de desposarse con la hija de un alto funcionario del régimen franquista. No obstante, la familia prosiguió con la defensa de sus postulados, aunque preservados para su círculo más privado. Temerosos de acabar en la cárcel o asesinados.
El hermano de Pedro, Juan, era poeta, masón igual que él. Una adhesión familiar que guardaban en secreto, oculta a los profanos, por miedo a las terribles represalias que les pudiera ocasionar a ellos o a su entorno familiar. Además Juan era homosexual, por lo que decidió irse a vivir a París. Allí el rechazo social no era tan acerado como en el territorio nacional. Hacía dos años que se había casado con otro masón, François, su pareja durante décadas.
François recientemente había publicado un ensayo, sobre símbolos y mitos en las dispares corrientes místicas. Ejemplar que guardaba en el aparador del salón y que me gustaba repasar cuando me encontraba sola, como ahora. Libro que nos había dedicado a Pedro y a mí en nuestra última visita a la Ciudad del Amor. Si mi padre viviera lo habría denunciado, por herejía diría. Hasta en otro siglo probablemente a la hoguera lo hubiesen enviado. Al igual que ocurrió con Giordano Bruno en el 1600, por defender que dios nace en nuestra alma.
François en su obra recogía el guante del Círculo de Eranos, surgido en 1933 en el pueblecito suizo de Ascona. Encuentros entre intelectuales e investigadores, inspirados por el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Reuniones que perseguían el diálogo entre las variadas tradiciones, entre Oriente y Occidente. Quienes descubrieron la presencia de idénticos símbolos en todos los saberes[1].
Entre otros muchos, François ponía como ejemplo el mensaje recurrente de la muerte y resurrección. Como en la leyenda de Hiram, un clásico en cualquier texto que hable de masonería. O en la de Osiris en el Antiguo Egipto[2], lo mismo que ocurrió con Cristo en el cristianismo. Alegoría de la inmortalidad[3]. Pero, también Mitra[4], Dionisos o Baco[5], Adonis[6], o Krisna[7]. Figuras que encarnan asimismo al Gran Maestro, el astro Sol que todo lo ilumina[8].
Otro elemento que se repite en dichas historias es el número tres, ya sea porque la resurrección se produce al tercer día o porque Hiram Abif fue asesinado por tres malvados compañeros. Número que alude al equilibrio, la armonía conseguida al lograr integrar interna y plenamente las dualidades. Al dejar atrás cualquier fricción entre los opuestos.
Las teorías de François y la soledad me hicieron meditar. Por primera vez empezaba a pensar que la realidad era muy distinta a la que me habían contado. Y que ese dios, al que imploraba cada noche que me llevara con mi amado, no era más que pura energía que irradiaba de mi fuero interno. ¿O no? ¿Vendría Pedro a susurrarme por las noches que me esperaría eternamente? ¿Vendría a consolarme y acariciarme? ¿Vendría a revelarme la verdad de esa luz que siempre hemos visto distorsionada? Explicada de variadas maneras para que fuera fácilmente asimilada.
Mi mundo se desmoronaba y la fe que salvó a mi madre, a mí ya no me ayudaba. Necesitaba creer; pero, ¿en qué? Me hacía tanta falta Pedro y ya no estaba. Amargamente lloraba mientras mi corazón y mi alma se desgarraban. Llanto que acallaban los relámpagos y truenos de la tormenta que se acababa de desencadenar en tan triste tarde de domingo. Fuerte tempestad que presagiaba que ya nada sería igual.
Crisis de fe –
(c) –
Ibiza Melián
NOTAS:
[1] Ortiz-Osés, A. (2012). Hermenéutica de Eranos. Las estructuras simbólicas del mundo. Barcelona: Anthropos Editorial.
[2] del Tilo, C. Los misterios egipcios según el tratado de Isis y Osiris de Plutarco. Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://www.lapuertaonline.es/ar119.html
[3] López, P. (16 de febrero de 2014). El mito de Osiris, la uniformidad en la religión. Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://losmisteriosnosmiran.com/el-mito-de-osiris/
[4] García, J.L. Mitra ¿Antecedente Del Cristianismo O Culto Plagiado? Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://www.meta-religion.com/Religiones_del_mundo/Cristianismo/Articulos/mitra.htm
[5] Baco-Dionisio el Dios de la resurrección y del vino y Jesús el Dionisio de los judíos. Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://www.geocities.ws/el_verbo_crea/19baco.html
[6] Almeida Arce, G. (10 de abril de 2015). Muerte y resurrección de Adonis. Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://santaclaraclasica.blogspot.com.es/2015/04/muerte-y-resurreccion-de-adonis.html
[7] Hoy nace Cristo… y también Krishna. Obtenido el 3 de mayo de 2016, de: http://blogs.periodistadigital.com/humanismo.php/2009/12/25/hoy-nace-cristo-io-es-krishna-
[8] Daza, J. C. (2009). Diccionario Akal de Francmasonería, pp.197-200. Madrid: Ediciones Akal, S.A.