Vivimos en una época de crisis, de múltiples crisis. Todas estas crisis se solapan, tenemos la crisis económica, no olvidemos el descredito de las instituciones públicas que nos llevan a una crisis política, tenemos una gran crispación social y una acotación de nuestras libertades a causa de la guerra antiterrorista…tantas crisis que lo que llamamos el estado del bienestar se tambalea. Pero si conociéramos como hemos llegado a este estado del bienestar, quizá se tambalearían más cosas…pues bien, les cuento como hemos llegado a este estado del bienestar.
Todo empieza con el final de la segunda guerra mundial y la aparición de la guerra fría. A este estado en permanente vigilancia ante una posible guerra, se le denomina en ingles “warfare”. Resumiendo diré que “warfare” es el estado guerrero y el “welfare” el estado del bienestar. Parecen estados muy diferentes, pero las palabras suenan muy parecidas, coincidencia?. Siga leyendo…
Las consecuencias de la guerra fría no solamente afectaron a la política y la economía internacional, también tuvieron consecuencias sobre la ciencia, sobre todo en las ciencias de la Tierra y las medioambientales.
Pensamos en la ciencia y la tecnología de la segunda guerra mundial como entes diabólicos que crearon la bomba atómica y nos llevaron casi a la destrucción de la especie humana. Por suerte, la conciencia de formar parte del mismo planeta y su consiguiente visión ecológica nos ha salvado del desastre. Y tenemos que estar en permanente estado de vigilancia contra los malvados que quieren destruir la Tierra contaminándola con la diabólica tecnociencia. Lo denomino “ecofare” o estado ecológico, en permanente vigilancia ante la avenida del apocalipsis.
Pues bien, la tecnociencia que contribuyó a la guerra fría también contribuyo al conocimiento del planeta y a sus ecosistemas. Contribuyó a imaginar a la Tierra como una única biosfera, y esto es precisamente lo que se necesitaba para abolir el armamento nuclear y construir un planeta desmilitarizado. Pero por el camino se ha generado otro miedo, el apocalipsis no vendrá con las explosiones nucleares, vendrá en forma de cambio climático. Pero el culpable es el mismo, nosotros, o mejor dicho la tecnociencia maligna y diabólica que utilizamos para mantener nuestro “welfare”.
No se extrañe, el estado del bienestar “welfare” es solo una ilusión pasajera, creada para despistarnos de la realidad del “warfare”.
Las consecuencias de la carrera armamentística nuclear durante la guerra fría produjeron un avance insospechado y nunca visto antes sobre el conocimiento de nuestro planeta Tierra.
El interés por proteger el territorio ante un posible ataque del enemigo y por supuesto planificar un posible ataque al territorio enemigo, provoca la necesidad de conocer el territorio. Claro que como a mediados del siglo XX la guerra nuclear puede ser global, el territorio a estudiar es toda la Tierra. Así, se desarrollan nuevas técnicas cartográficas, geológicas, geofísicas, oceanográficas, sismológicas, meteorológicas, etc. Recuerdan el año geofísico internacional?, fue durante el 1957-58. Recuerdan cuando se lanzó el primer misil desde un submarino Polaris?, fue el año 1960. No son casualidades estas fechas. Para poder efectuar el lanzamiento de misiles desde submarinos era necesario adquirir conocimientos sobre la baja y la alta atmosfera, la ionosfera, la geodésica y el geomagnetismo. Los militares financiaban estos estudios.
La necesidad de conocer y controlar los medios aéreos, submarinos y espaciales para vigilar, observar y atacar al enemigo conlleva un aumento en el conocimiento de estas disciplinas científicas. Todas ellas se engloban en la especialidad de ciencias medioambientales. Pues sí, aunque parecen relacionadas con la defensa del medio ambiente natural, en el fondo tienen un origen militar. Los militares pagan la investigación para conocer el medio ambiente para atacar, defenderse y espiar.
Según Paul Forman en “Behind Quantum Electronics”, la ciencia y la tecnología como una necesidad social es una visión idealista, la realidad es que ha estado condicionada por la visión militarista durante la guerra fría. No se puede distinguir la producción del conocimiento de las fuentes de soporte económicas. El conocimiento adquirido no pertenece al científico o a la comunidad científica, recuerden el secreto clasificado. La acumulación de la información se guarda en beneficio de los militares que la utilizan según sus conveniencias, quedando inaccesibles a otros investigadores hasta su desclasificación, si se produce.
Estos intereses escondidos en la investigación científica provocan que se dejen de estudiar aspectos científicos que podrían ser interesantes para la comunidad científica y para la sociedad, pues no tienen interés militar inmediato.
También se produce el caso contrario, como por ejemplo, el estudio de la acústica atmosférica para escuchar si se producen detonaciones nucleares experimentales en la URSS. El motivo militar de escuchar y espiar produce un aumento del conocimiento científico de la atmosfera. Claro que la necesidad de guardar el secreto de las investigaciones conduce a interpretaciones surrealistas dentro de la sociedad. Es el caso del Proyecto Mogul, vea “Una de Ovnis”, que condujo a la creencia en extraterrestres.
También la necesidad de escuchar las pruebas nucleares soviéticas condujo a la instalación de una red mundial sismográfica. Estas instalaciones permitieron obtener un mapa de los movimientos sísmicos juntamente con un estudio detallado del interior de la Tierra.
Nuestro conocimiento de las ciencias medioambientales es el resultado de los intereses militares durante la guerra fría. Claro que al finalizar la guerra fría la militarización de la naturaleza continuó y continúa. Y quien paga esta militarización?…pues claro, nosotros. Y lo pagamos a gusto, pues nos salvara del apocalipsis del cambio climático, eso nos dicen. Aunque este precio sea la sustitución del “welfare” por el “ecofare”.
Por si les quedan dudas, en el próximo post les cuento como funciona un sistema climático y ustedes deciden.