Revista Cultura y Ocio

Cristina, la caudilla

Publicado el 20 octubre 2011 por Fabianscabuzzo @fabianscabuzzo

¿Qué tenían los caudillos de la historia latinoamericana en común? : todos eran indiscutibles lideres, carismáticos, enfrentados con otros poderes regionales o foráneos. Con sus seguidores los une la lealtad y el honor, por eso muchos de ellos son militares o tienen formación en esas lides. Eran ricos, con gran llegada a las  clases populares, esa alianza de clases fue denominada por Rubén Zorrilla como “populismo oligárquico”, él mismo lo explica:

“Oligárquico porque las decisiones políticas fundamentales se toman en el seno de un grupo de la clase alta, cuya base hegemónica se apoya preponderantemente en la explotación ganadera. Populista, porque si bien la participación de las clases inferiores es irrebatible –al menos hasta 1835- ella tiene lugar en el marco de un dominio, igualmente irrebatible, de la dirección oligárquica. Esta es la que fija metas y toma medidas, y es natural que, en unas y otras, se cifren los intereses de la oligarquía provincial. Las clases populares operan de meros apoyos a esas decisiones capitales, en las que no tienen ninguna participación y sobre las cuales, por lo mismo, no pueden ejercer ningún control. ¿Cuáles son, entonces, las gratificaciones que justifican ese apoyo?
En primer lugar, la defensa del ordenamiento socioeconómico local contra las acechanzas de otras provincias económicamente competitivas y/o políticamente dominantes. La segregación que implicó el desarrollo del caudillismo tenía su fundamento en que cada provincia poseía un sistema económico relativamente autónomo…

En segundo lugar, gravitó el hecho de que el sector dirigido por el caudillo se enfrentó con otra fracción de la misma clase. Su predicamento militar y su influencia económica confluyeron para que fuera visualizado como el “defensor de los pobres”.

En tercer lugar, las masas populares incluyen sectores de difícil delimitación por su heterogeneidad. La situación de inferioridad y sumisión de estos grupos, el aislamiento típico de toda población rural y las mismas condiciones de vida de esta última hicieron imposible una formulación política autónoma, siguiera embrionaria, para estas capas populares. Donde no hay élites dirigentes, no puede haber conciencia política genuina; es decir, unificada. (…) Esto es lo que preparó, junto con otros elementos ya indicados, al caudillo. Además, éste contó casi seguramente con importantes sectores populares urbanos, sobre todo entre los artesanos, interesados en proteger su sistema de producción de las otras regiones y principalmente de Buenos Aires.”

Cristina, la caudilla

Si bien el término caudillismo “alude generalmente a cualquier régimen personalista y cuasimilitar, cuyos mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas están sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su cohorte de funcionarios mediadores”, según dice K.H.Silvert, “es producto de la desarticulación de la sociedad; efecto de un grave quebranto institucional. La metodología histórica que ha forjado el término maneja la idea central de que el caudillo es la pervivencia de un fenómeno antiguo, propio del siglo XIX”.  

El caudillismo es la fuente de inspiración de los golpes de estado en iberoamérica, y de todos los gobiernos totalitarios. Es que para el imaginario popular el líder absoluto, el gran conductor, es quien puede conducir los destinos del país, o de la patria, como una nave madre que avanza, no se sabe hacia dónde, o sí.

Artigas, Rosas, Dorrego, Güemes, Quiroga y  Urquiza son los caudillos argentinos más conocidos, pero hay unas decenas más, y cada país latinoamericano tiene los suyos. En España el caudillismo dista del significado y valor que tiene en esta parte del mundo: Franco se autodenominó “Caudillo de España por la Gracia de Dios”.

Para algunos relatores de la historia reciente Juan Perón y más acá Hugo Chávez representan el caudillaje moderno, otros con algunos pruritos agregan a Fidel Castro,  pero me animo a decir que Cristina Fernández de Kirchner, una presidenta democrática nacida del voto popular,  tiene algunas características de este fenómeno, especialmente aquellas relacionadas con su fuerza y carisma:

Pedro Castro refiere a Max Weber y dice

“ El sustento del carisma es emocional, puesto que se fundamenta en la confianza, en la fe, y en la ausencia de control y crítica. Pero el carisma no basta: nadie puede ser un líder solitario, puesto que su carácter, las esperanzas de sus contemporáneos, las circunstancias históricas, y el éxito o el fracaso de su movimiento respecto a sus metas son de igual importancia en los resultados que obtenga. El carismático, por su parte, cree, dice creer, y hace creer que está llamado a realizar una misión de orden superior y su presencia es indispensable. Fuera de él, está el caos”.

La campaña presidencial 2011 está signada por una fuerte presencia de Cristina, diariamente, en actos con arengas intensas: “Parece una actriz” dijo Mirtha Legrand al definir a Cristina Fernández, y refirió a sus discursos, acompañados de gestos y silencios actorales,  dramáticos.  

A diferencia de otros candidatos, Cristina es una oradora brillante, lúcida y concreta. Sabe dar títulos a la prensa en muchos de sus párrafos, se emociona, se enoja y resulta convincente. No se puede ser indiferente a tamaña fuerza puesta en la comunicación, reivindica el valor del discurso en el mundo de la política y lo pone en un lugar más valioso que la creativa pieza publicitaria electoral. 

Resulta emocionante escucharla,  incluso quienes no vamos a votarla, por el alto compromiso que tiene con su causa, con su “modelo”. Ha encontrado todas las formas para defenderlo y elude con elegancia las aristas más polémicas y se refiere a ellas, casi siempre, en tono superador. A casi un año de la muerte de su esposo se ha transformado en una líder absoluta que gana cómodamente esta elección gracias a a la enorme atracción que transfiere a la población y algunos resultados económicos positivos de su gestión.

Cristina fue adoptada por la mayoría y lo que es importante, es querida por la gente. El amor es ciego y soslaya muchas de las cuestionables políticas kirchneristas en el ámbito de la producción, el empleo y el control de la inflación, al que han convertido en una enfermedad silenciosa.  Por un lado La ley de Matrimonio igualitario y  la Asignación Universal por Hijo, de indiscutibles resultados, y por otro la Ley de Medios, aplicada “a medias” y que está beneficiando a muchos amigos del poder, son algunas de sus banderas. Sin embargo en 8 años de poder con apellido Kirchner las villas miseria pululan en las márgenes de las grandes ciudades, mares de chapas candentes y niños descalzos,  sin agua potable y colgados de la luz, una presencia inquietante…

Fabián Scabuzzo


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