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Cristo canonizó en vida: a San Dimas.

Por Santos

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Junto a Jesús, fueron ajusticiados dos anónimos malhechores (Mt., 27, 38-44;  Mc. 15, 27;  Lc. 23, 33-39) y lo fueron uno a su derecha y otro a su izquierda.

Los evangelios no hablan de la gravedad de sus delitos, aunque vulgarmente se les denomina ladrones. Todos hemos oído alguna vez hablar del Buen ladrón.

El suplicio al que fueron sometidos (la crucifixión) da a entender la gravedad de sus delitos, que reconoce el mismo Buen Ladrón, tal y como lo relata San Lucas en el capítulo 23: “Uno de los malhechores colgados lo insultaba.  ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.  El otro le reprendía: Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste en cambio no ha cometido ningún crimen.  Y añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí.  Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Como los evangelios no hace distinción alguna entre la forma de crucifixión de Jesús y la de ellos, es de suponer que fueron crucificados de la misma manera: con clavos. Los evangelistas Mateo y Marcos dicen que ambos, al principio, insultaban a Jesús, pero Lucas dice que uno rectifica cuando increpa al otro y pide a Jesús que se acuerde de él cuando esté en su Reino. Estas palabras suponen arrepentimiento, reconoce el mal que ha hecho, acepta su suplicio y su muerte como la pena justa por sus pecados, hace acto de fe en Jesús, lo llama respetuosamente Señor, dice que es inocente y lo acepta como Mesías-Rey de cuyo Reino quiere participar. La respuesta de Jesús es reconfortante y amorosa: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. A los dos ladrones antes de ponerse el sol, como no habían muerto, se aplicaron el suplicio del “crurifragium”, o sea, les rompieron las piernas para que se asfixiaran rápidamente.

Aunque los evangelios no dicen más, la figura del Buen Ladrón fue exaltada por los Santos Padres tanto en Oriente como en Occidente. Al mismo tiempo, la leyenda, alimentada por los evangelios apócrifos, amplió y enriqueció los detalles no relatados en los evangelios canónicos: así, se les llaman Dimas (al Bueno) y Gestas (al Malo), se dice que el Buen Ladrón, de pequeño, había visto a Jesús cuando la Sagrada Familia huía de Herodes a Egipto, etc. El texto apócrifo Doctrina Addai, en su narración sobre el descubrimiento de la cruz de Jesús por parte de Santa Elena, habla también de que fue descubierta la cruz del Buen Ladrón. Se cree que esta cruz fue llevada a Chipre, desde donde una parte de la cruz y de sus reliquias fueron llevadas a Bologna (Italia), donde son veneradas en la Iglesia de San Vidal y en la Basílica de San Esteban.

Numerosos padres griegos y latinos lo han tratado como verdadero mártir. Eso puede ser cierto desde el punto de vista de que afirma su fe en Cristo, pero no en el sentido en el que generalmente se le da en la Iglesia al término martirio. El mismo papa Benedicto XIV en su bula “De servorum Dei beatificatione et Beatorum canonizatione”, publicada en el año 1841, tratando del culto al Buen Ladrón tanto en Oriente como en Occidente, niega que pueda ser llamado mártir en el sentido propio del término. La Iglesia, oficialmente, nunca lo ha canonizado. Siempre ha reconocido su culto y es aceptado que fue el propio Jesús quién lo canonizó en la cruz. Es venerado en muchísimos lugares, en unos como el Buen Ladrón y en otros como San Dimas.

El Martirologio Romano celebra su fiesta el día 25 de marzo, aunque no acepta el nombre que le dieron los apócrifos. Los Sinaxarios Bizantinos lo conmemoran dos días antes, el 23 de marzo. Es venerado en muchísimas diócesis y en Congregaciones Religiosas y el papa Sixto V le concedió a los frailes mercedarios un oficio propio como confesor no pontífice. Es considerado como un ejemplo de dolor perfecto y es invocado como patrono de los condenados a muerte.

(En la imagen, icono bizantino que representa a San Dimas).

                                                                                                                                               Antonio Barrero

 


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