
Scandar Copti, nacido en el barrio del cual trata esta cinta, se juntó con Yaron Shani para conjugar una obra sin partidismos pero con fuertes reflejos religiosos, y así impregnar de política un relato complicado de seguir pero muy valioso a nivel artístico y cinematográfico. Copti -árabe- y Shani -judío- dirigen con mirada crítica la historia cruzada de varios protagonistas cotidianos del conflicto practicamente bélico entre las tres religiones que coexisten (o lo intentan) en la problemática Israel de los tiempos que corren, sin importar el toque posmodernista con que lo hagan.
Se le pueden atribuir muchos matices positivos a este film que sorprendentemente fue nominado al Óscar por mejor película extranjera (en un clarísimo acto diplomático por parte de la Academia), empezando por la calidad de los no-actores para revestir de realismo la trama, que pasea por tres o cuatro historias (seguras, no de las que tambalean en las excesivas dos horas de metraje) más tiradas a la tragedia griega que al dramatismo neorrealista que la crítica mundial le adjudica. Luego tenemos un trabajo de edición grandioso, que ayuda a que el espectador supere esa sensación soporífera de no poder abarcar todo el contenido -engorroso principalmente por la diversidad de lenguas, cantidad de datos lanzados al aire y de lugares comunes muy toscos-, y que tan bien ata cabos sueltos cuando ya entramos en los momentos decisivos.
Finalmente, lo más destacado es la reflexión compuesta por capas de diversas ideologías puestas adrede por los dos realizadores mencionados, también autores del guión, para que en un hipotético segundo visionado comiencen a flotar los suspiros de asombro y conformidad. Pero claro, para ese entonces la cinta ya depende demasiado de la paciencia del que se sienta ante la pantalla para visionar/analizar el producto, quedando a medias entre la genialidad narrativa y la exasperación y el costumbrismo argumental.
Ajami (2009) se nutre de la habilidad del dúo de la dirección para definir un concepto crítico y neutral sobre la situación política en Israel, acotándose en el microcosmos del barrio del título para enmarcar una serie de historias que, si bien nunca terminan de compenetrarse del todo -a pesar de ese final tan magníficamente inesperado y desolador-, sirven de vidriera ejemplificadora, aún cuando todos sabemos que la situación no vaya a cambiar por muy bien que nos la cuenten.
