En la década de los 70 un grupo de directores melenudos irrumpió en el panorama cinematográfico hollywoodiense para hacer llegar la ola del nuevo cine americano. Scorsese reconocía en un artículo publicado en Cahiers du cinema que fue Francis Ford Coppola el cabecilla y precursor de todo aquello, sirviendo de inspiración para el resto con su El padrino. A Coppola lo siguieron el propio Scorsese, Brian De Palma, Geroge Lucas, Steven Spielberg... En el equinoccio exacto de esa década, Steven Spielberg estrenó una película revolucionó el cine de monstruos, sirviendo de claro precedente a películas tan emblemáticas como Alien. Sus escenas han sido mil veces parodiadas y su banda sonora de John Williams incontables veces tarareada. A día de hoy resulta prácticamente imposible no ir a la playa sin recordar la excelente Tiburón.
Llega la temporada veraniega a un pequeño pueblo costero de los Estados Unidos, todo está preparado para recibir con los brazos abiertos a la marabunta de turistas cuando el cadáver de una chica aparece brutalmente despedazado en la playa. El sheriff Brody trata de cerrar las playas pues sus peores presentimientos comienzan a hacerse realidad, pero el alcalde se niega. Un nuevo crimen será la confirmación absoluta para Brody: un temible tiburón acecha sus costas con sed de sangre. Con la ayuda de un experto en tiburones y de un experimentado pescador, el sheriff se echará a la mar en busca de esa enorme máquina de matar.
Hay quien se empecina en decir que Steven Spielberg es uno de los mejores directores de la historia del cine; lo único que consiguen con esto es sobrevalorar su talento. En absoluto se le puede otorgar tal calificativo, de hecho no podemos decir ni siquiera que sea un excelente director, pero no por ello vamos a ignorar sus grandes cualidades como artesano. Correcto casi en todas sus películas consigue crear a lo largo de su carrera unas cuantas películas excepcionales como puede ser la primera y tercera de la trilogía de Indiana Jones, Parque Jurásico y, por supuesto, Tiburón. Entre las más serias de Spielberg podemos destacar La lista de Schindler o incluso Munich, pero se nota que el director se siente especialmente cómodo con obra simplemente de entretenimiento.
Innegablemente Tiburón es un film magnífico. El talento de Spielberg está en todo su esplendor y consigue la tensión esté a flor de piel. Debido a que los muñecos de tiburones que habían hecho para realizar la película fallaban y no daban por lo general el resultado deseado, el director tuvo que ingeniárselas para hacerlo aparecer tan solo en las escenas imprescindibles, de esta forma la imaginación del espectador vuela, y la historia se convierte en algo mucho más terrorífico e inquietante de lo que podría haber conseguido enseñando las marionetas. El trío de actores protagonista está excelentemente compensado. Robert Shaw crea un personaje inolvidable con Quint, Richard Dreyfuss consigue la antítesis de Quint para equilibrar la balanza, aunque en su competitividad la amistad que surge entre ambos está excelentemente llevada. Roy Scheider es el hilo conductor de la trama; cuando montan en barco su protagonismo disminuye, teme al mar y eso le lastra por lo que no puede aportar gran cosa en la lucha contra el tiburón. Pero finalmente deberá superar sus propios miedos en circunstancias adversas para conseguir librar a su pueblo del mal que les aqueja, tomando así una vez más el protagonismo.
Imprescindible clásico del cine, todo aquel que no haya disfrutado aún de Tiburón no debe esperar ni un minuto más para deleitarse con esta película.