Parecería paradójico comenzar la crítica de una película que se sustenta en un magnífico guión marcado por la conversación continua de los dos personajes principales hablando del sonido cuando lo cierto es que se ha prestado atención a cada uno de los detalles que enmarcan este profundo diálogo. Se ha prescindido de una partitura compuesta expresamente para el filme para utilizar únicamente música diegética, pero lo realmente destacable en este apartado es la ductilidad de unos silencios que permiten al espectador colaborar de manera cómplice aportando el contenido de esos pasajes sin voz a través de su capacidad deductiva.
De mañana, muy temprano, la señora Mercer pasea por el jardín de su casa de campo. El leve tic-tac del reloj de pared, las notas quedas del piano de Mozart que emanan de la radio ahogadas por los cristales del ventanal de la cocina, el murmullo del viento sobre las hojas de los árboles que hace resonar el metálico tañido del pequeño carrillón que cuelga del porche y entre la amalgama acústica, a voz en grito, las reflexiones que esta mujer realiza, mentalmente, sobre su casi medio siglo de historia de amor que se tambalea por momentos. Es ahora cuando va a cobrar sentido el rítmico traqueteo de un proyector de diapositivas que hemos escuchado acompañando la aparición de los créditos iniciales.
Todo este mundo sonoro detiene la hemorragia dialéctica para hacer recapitular al público y poner en orden las piezas del puzzle. Los Mercer se encuentran a cinco días de celebrar la fiesta de su cuadragésimo quinto aniversario de boda cuando él recibe una carta con la sorprendente noticia del hallazgo en los Alpes, cincuenta años después de su trágica muerte, del cuerpo congelado de su primer amor. Kate, desde ese momento, no ha parado de elucubrar y replantearse lo que ha sido su matrimonio.
El fantástico e inspirado libreto del realizador de la cinta, Andrew Haigh, basado en “In another country”, relato corto de David Constantine, explora el espinoso tema del pasado en una relación de pareja. El cineasta británico se ha apoyado en Tom Courtenay y Charlotte Rampling, premiados en Berlín, para reflejar de manera inequívocamente sincera la incómoda irrupción en la vida de sus personajes de lo que parecía definitivamente enterrado. El síndrome de Rebeca ante el que la protagonista poco puede hacer; ¿cómo enfrentarse a un fantasma?
45 años trasciende la ligereza de Le week-end, con la que guarda cierta similitud, y se encuentra incluso por encima, con otra temática, de la intensidad de la magnífica Lejos de ella. Los méritos de una obra como ésta residen, además de en la precisión del texto y en una perfecta dirección de actores con unas conmovedoras interpretaciones, en el resto de pinceladas que completan el fresco. Desde una dirección de fotografía, sutil, nada llamativa, pero cuidadísima; hasta ese fascinante uso del sonido de forma narrativa del que hablábamos al principio. La delicadeza y la fuerza de esta pieza deja el mismo poso en el espectador que esa pequeña maravilla que fue Dublineses.
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45 años
Dirección: Andrew Haigh
Guión: Andrew Haigh, basado en “In another conutry”, relato corto de David Constantine
Intérpretes: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James
Fotografía: Lol Crawley
Duración: 95 min.
Reino Unido, 2015