Centrarse en la crítica a una película es una tarea difícil cuando se trata de una recopilación de numerosos archivos de una cantante del calibre de Amy Winehouse. Felicito a su director, Asif Kapadia, por haber creado un único documento a través del cual podemos comprender (mejor, si cabe), la forma en la que acabó una incombustible artista que pasó de la despreocupación por el mundo a que el mundo se preocupara por ella. Tampoco generalicemos, muchos de quienes la rodeaban no lo hicieron y así es como ha quedado claro en el documental del creador de ‘Senna’ que tanto éxito tuvo en el festival de Cannes.
Hemos leído y re leído, visto y revisto todas y cada una de las andanzas de la judía británica más famosa del mundo de la música pero pocas veces nos han querido mostrar por qué actuaba así, qué la llevó a perder la sonrisa, por qué su gran pasión comenzó a disgustarla. Haciendo un recorrido cronológico de la vida de Amy Jade Winehouse de nombre completo, su infancia o niñez se pasa demasiado por alto para la duración total que tiene el documental. Los que mejor la conocemos “desde afuera” (me considero fan de esa mujer por el simple hecho de descubrirme la música en estado puro a los 14 años) pensamos que debería haberse mostrado lo que se pasa por alto, lo que no se sabe. Cómo pasó de sonreir de oreja a oreja a crecer en un ambicioso ambiente destructivo en el que el peor era paradójicamente el más interesante.
Muy equivocado está el padre de la cantante, Mitch Winehouse, cuando declara que su separación con la madre de Amy, Janis, no influyó demasiado en la vida de la pequeña. El taxista abandonó a la farmacéutica de forma legal cuand
o la pequeña de la casa tenía nueve años. Cuando apenas Amy tenía un año, Mitch estaba con otra mujer. Nunca estaba en casa. Jamás se interesó por su hija hasta que no vio billetes de por medio y eso Amy lo sabía. Aún así lo quería tanto como para tener una constante esperanza del amor de un despreocupado padre que tampoco la aconsejó la primera vez que ingresara en una clínica de rehabilitación. Janis, por otro lado, se pasaba el día trabajando para que en casa no faltara nada y Cynthia, su abuela y eterna amiga, intentaba por todos los medios que sus nietos vivieran la maravillosa virtud de la ignorancia.Amy creció y con ello su autoestima y su interés por la música. El jazz era la única manera de ver claro el mundo y de plasmar en sus letras todas y cada una de las experiencias que la marcaron. Cada escrito tiene nombre y apellidos y todos ellos estaban relacionados, casi de forma excepcional, con el amor…o mejor dicho, el desamor. ‘Frank’ le trajo muchas alegrías e irónicas entrevistas en las que se ganaba el cariño del público y, de alguna manera, le deparaba un gran futuro como artista anónima porque a pesar de haber inundado los tabloides ella quería vivir de la música sin llegar a la locura de verse inmersa en el mundo de la fama.
Cruzó el charco y conoció a Mark Ronson, aquel productor con el que de modo anecdótico sacó el estribillo de ‘Rehab’ dando un paseo por Nueva York. La rehabilitación no era una salida y Nueva York no era su c
iudad. Volvió a Londres y se acabó. Amy nos dejó física y mentalmente mucho antes que aquel fatídico 23 de julio de 2011. Lo hizo cuando conoció al impresentable de su marido que lloriqueaba en un programa que tenía un nombre y forma de presentación similar al Show de Truman. Como Jim Carrey, Amy no tenía la mínima intimidad y este personaje de rasgos e indumentaria cambiante con el paso de los años como su enamorada se encargaba de eliminarla por completo. Amy se enamoró y él volvió con su anterior novia. El tema Back to black lo explica entre un ritmo acompasado y una voz rota que encontraba en el alcohol la mejor forma de superar una ruptura. Ese tema y todo el disco alcanzaron los primeros puestos de las listas mundiales. La chica residente en Camden, su territorio mayúsculo, se llevaba premios por doquier al otro lado del globo a la vez que acrecentada su temida fama.Su amor por la música fue suplido por el amor de su marido. Amy necesitaba a Blake para continuar su carrera artística, y aún más, su carrera personal y Fielder-Civil necesitaba a Amy para pagarse las copas y los chutes de cada noche. Nadie la paró los pies y quien lo hizo, su nuevo mánager, vio como alguien que se moría por la música encontraba más tarde en ella (y sobre todo en los grandes recintos llenos de gente) su mayor miedo. La chica de las jams llenaba estadios y no era lo que ella quería, claro que lo que ella quería como ocurre muchas veces, no tiene ningún interés si es el dinero el que está en juego.
Creo que los que estábamos llorando a moco tendido en aquella sala (llena, por cierto) de los cines Renoir sabíamos muy bien que Amy seguiría en este mundo si todos hubieran puesto un poco más de esperanza personal que profesional en ella. Así, Kapadia es capaz de recoger en dos horas toda la trayectoria de un ángel caído, un ángel que tiraron por la borda por la manía abusiva de la ambición y el descontrol. Quizá hay algunos aspectos que no están bien enfocados, como sus problemas alimenticios o la relación que tenía con sus más allegados; pero aun así, hemos quedado bastante satisfechos con el esperado documental de Amy que puede abrir los ojos a más de un@.Para cerrar este apartado, ponemos un diez al montaje de sonido y las canciones que se incluyen en el metraje, que lejos de recoger sus más conocidas, incluye sus temas más representativos como nunca antes los habíamos escuchado.