Revista Cine

Crítica de cine: 'Django Desencadenado'

Publicado el 20 enero 2013 por Lapalomitamecanica
'La D es muda, paleto'
Crítica de cine: 'Django Desencadenado'
Nota: 8
Lo mejor: Christoph Waltz, Samuel L. Jackson, Leonardo DiCaprio, la banda sonora... La lista es interminable.
Lo peor: durante la última media hora pierde algo de fuelle, lo que nos deja dos horas de absoluto placer.
Siempre que se estrena una película del oeste de relativo éxito hay alguien que se apresura a atestiguar la resurrección del género. Ya sucedió con Open Range, Apalossa o más merecidamente con la reciente revisión de Valor de Ley a cargo de los hermanos Coen (crítica aquí), y que no os quepa duda de que volverá a pasar con Django Desencadenado. Una verdad a medias, ya que no sería del todo cierto afirmar que Tarantino, en la que es su mejor película en 15 años, ha resucitado el western. Más bien ha logrado que renazca, moldeado con una forma nueva a partir de cenizas que ardieron con intensidad durante los años 60 y 70. Porque más allá de desenpolvar el género en el que brillaran Sergio Leone, Lee Van Cleef o Clint Eastwood, la proeza de Tarantino en su séptimo trabajo consiste en confeccionar su película más referencial y a la vez una de las más personales. Una que además no esconde su pertenencia al siglo XXI, donde el nivel de exigencia a un realizador de su categoría va más allá de un relato de tipos con los dientes sucios disparándose entre miradas de perro. En esta ocasión, esa baza es el retrato más crudo y sangriento que hayamos visto nunca sobre la esclavitud. En manos del responsable de Malditos Bastardos, una excusa para dar rieda suelta a la violencia explícita y al humor negro tan buena como cualquier otra (por ejemplo, el Holocausto).
Que a Tarantino le pone el antiguo oeste ya lo sabíamos. Independiente de los guiños que nos ha regalado durante su filmografía, especialmente en Kill Bill, el cineasta ya realizó una incursión directa en el género, aún bajo el influjo de su periplo oriental, participando como actor en Sukiyaki Western Django (Takashi Miike, 2007), una marcianada bastante delirante -¡vaqueros asiáticos mascando chicle!- que pretendía ser un remake confeso de la primera película que introdujo al famoso personaje allá por 1966. Aquello quedó en la mera anécdota pelín vergonzosa, pero aunque pueda sonar a deja vu, no es de extrañar que Tarantino haya vuelto a rescatar a uno de los nombres propios del género, en su división más de culto, a la hora de ponerse serio con el salvaje oeste. Ya lo hizo con Sonny Chiba en su anterior festín revival, el de patadas y katanas, y ahora repite la jugada con un tono más occidental, cercano y reconocible. Menos extraño.
Crítica de cine: 'Django Desencadenado'
Realmente, el personaje al que da vida Jamie Foxx en la cinta que nos ocupa poco tiene que ver con el que inmortalizó Franco Nero en la cinta de Sergio Corbuci -rodada en las afueras de Madrid, por cierto- y que posteriormente fue una de las mayores víctimas de la explotación del spaguetti western con casi tres decenas de secuelas y variantes, sólo una oficial con Nero al frente (El Regreso de un Héroe, 1987). Aquel Django era más parecido al Eastwood de las películas de Leone -de hecho, hay quien dice que se trata de su burda copia europea- y aunque en su historia se podían intuir claramente algunas referencias a la formación del Ku-Klux-Klan, su trama poco tenía que ver con la historia de venganza y esclavitud que tenemos entre manos. El factor que convirtió a la cinta de Corbuci en un éxito y, seguramente también el responsable de la fascinación de Tarantino, tiene que ver con el alto nivel de violencia y gore del que hace gala la película y que en España le valió 6 minutos de recortes a cargo de los ocupadísimos censores franquistas. 
En Django la sangre no salpica, golpea, los disparos suenan como cañonazos desgarradores y los cuerpos colisionan con violencia y visceralidad contra el pedregoso suelo del desierto. Ese tratamiento exagerado de la brutalidad en pantalla es el principal nexo de unión con esta Django Desencadenado. Como decimos, la excusa que se ha buscado el realizador no porque la necesite, sino porque amplía aún más su universo dándole la oportunidad de introducir un par de temas musicales de la película original o un cameo del propio Nero cargado de guiños. Por eso no es de extrañar que un intérprete tan políticamente correcto como Will Smith declinara el ofrecimiento del realizador de Pulp Fiction para protagonizar esta película. Django Desencadenado tiene escenas tan sangrientas y crueles como, por ejemplo, La Pasión de Cristo, solo que lejos de la solemnidad religiosa que guiaba la mano de Mel Gibson, Tarantino ha rociado a su criatura de su característica capa de ironía capaz de quitarle hierro a cualquier asunto. Django puede ser el trabajo más violento de Tarantino, sí, pero también es el más divertido
Crítica de cine: 'Django Desencadenado'
Como vehículo para recorrer este fantástico parque de atracciones, el cineasta en su faceta de guionista ha elaborado un relato tan simple y efectivo como es el rescate por parte del esclavo Django (Jamie Foxx) y de su nuevo dueño, el cazarrecompensas alemán Schultz (Christoph Waltz), de la mujer del primero (Kerry Washington), vendida por sus anteriores poseedores a una temible plantación conocida como Candie Land. En su búsqueda de la fèmina, la pareja protagonista se topa con mugrientos esclavistas (M. C. Gainey), empalagosos señores sureños (estupendo Don Johnson), patosos xenófobos que han roto su capucha (Jonah Hill) y, en general, con gente de toda clase social y raza que se sorprende por igual al ver a un negro montando a caballo. Porque la nacionalidad del personaje de Waltz no es sólo el pretexto de Tarantino para volver a contar con ese portento interpretativo después del éxito conjunto de Malditos Bastardos (crítica aquí), sino la explicación para que su visión de la cuestión racial sea más cercana a la de nuestros días que a la cerrada mentalidad estadounidense de la época. Schultz no sólo trata a Django como a un igual, un hombre libre, sino que juntos nos transmiten a la perfección esa sensación de incredulidad y rechazo frente a los comportamientos salvajes que se encuentran en su aventura. El resultado es un humor perverso con cierto aire constructivo, un poco, que despeja cualquier atisbo malsano que realizadores como Spike Lee no han dudado en achacarle a la obra.
Es esa primera mitad de la cinta, más road-movie que historia de venganza y un no parar de situaciones imprevisibles, la que más brilla en Django Desencadenado. Una vez la acción se situa en la plantación maldita, sólo los recitales de Samuel L. Jackson, "la madamme" de los esclavos, y de DiCaprio dando vida a su caprichoso dueño, nos hacen olvidar el punto muerto al que ha llegado la función. El bache se supera en lo que tardamos en darnos cuenta de que el villano más terrible de la película no es el adinerado joven fanático de las peleas sino el esclavista negro encarnado por Jackson, un hombre que encarna a lo más bajo que se pueda encontrar en el antiguo oeste y que posee una mentalidad deformada tras 70 años de servicio a sus amos, asistiendo impasible al asesinato y tortura de cientos de seres humanos con su mismo color de piel. En ese preciso instante, el parón se solventa de golpe y porrazo planteando un nuevo panorama argumental durante la última media hora, como si el cineasta se viera obligado a terminar su relato, en lugar de con la misma simpleza de la que había hecho gala en su comienzo, con algo más de épica y grandilocuencia de lo que podríamos esperar. 
Crítica de cine: 'Django Desencadenado'
Es probable que ese tramo final se haya visto lastrado por los problemas de casting a los que tuvo que enfrentarse el realizador para encontrar un actor dispuesto a dar vida al torturador Billy Crash. Primero Kevin Costner y Kurt Russell después, ambos se bajaron del barco tras haber aceptado, precipitando que Tarantino se viera obligado a reducir la importancia del personaje en la trama a pesar que finalmente tenga el rostro de un actor tan competente como Walton Googins (The Shield, Justified), que no puede evitar quedarse desdibujado. De ahí que la escena de la tortura de Django no termine por funcionar como debería o que su última salida y entrada a Candie-Land, con cameos del propio Tarantino y de Michael Parks en medio, se antojen algo redundantes. De todas formas, achacarle a Django Desencadenado como único fallo de relevancia una duración excesiva, aunque sea verdad, parece injusto cuando hablamos de un realizador que aprovecha cada segundo de metraje de todas las formas posibles.
No sólo la selección musical de la cinta alterna temas clásicos del género -de la primera Django o de Day of Anger (Tonino Valeri, 1967) sin ir más lejos- con otros más modernos y cañeros, sino que su planteamiento visual es un estilizamiento de las convenciones clásicas mostradas en el antiguo oeste, resultado no sólo de un especial empeño de Tarantino en esta película, sino de 20 años de carrera en el mundo del cine haciendo suyos los recursos más artesanales, mezclándolos con sus propias necesidades de guión, y demostrando que una narración dinámica puede prescindir, también hoy en día, de un rodaje videoclipero. Incluso no parece exagerado afirmar que estamos ante la película para la que se lleva preparando el realizador toda la vida, rodando thrillers criminales (el género más parecido al western), apuntando en la agenda el nombre de actores capaces de darlo todo por él (Jackson, Waltz) y perfilando su habilidad como homenajeador y ladrón confeso de referencias. No se explica de otra forma que todo funcione tan condenadamente bien en Django Desencadenado.

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