Nota: 4
Lo mejor: su halo desmitificador y un sorprendente Ian McShane.Lo peor: el empeño del realizador Brett Ratner por matar todo lo que toca.Hércules nos llega envuelta en todo el halo de superproducción hollywodiense del que carecía la reciente y bochornosa Hércules: El Origen de la Leyenda (Renny Harlin, 2014), con tráilers, pósters y avances que muestran a una de nuestras estrellas del género mamporrero luchando contra la Hidra de Lerna, el León de Nemea o el Jabalí de Erimanto. Todo mentira o, mejor dicho, trampa. Y es que no solo el personaje al que encarna Dwayne Johnson se parece tanto al semidiós griego como Steve Buscemi con toga, sino que toda la épica y fantasía que prometía la cinta se acaba descubriendo como un colosal engaño. Y lo más doloroso es que la treta podría haber funcionado en manos de un cineasta acostumbrado a recrear la oscuridad histórica, como por ejemplo Ridley Scott, pero no con el responsable de Family Man o Un Golpe de Altura al frente, Brett Ratner, un director con plaza reservada en el Hades desde hace tiempo.Y es que el Hércules que nos presenta esta película homónima no tiene ningún lazo divino. Sólo se trata de un tío tan grande y fuerte como lo podría ser un ex luchador de la WWE. Al contrario de la propuesta de Furia de Titanes, aquí el protagonista no es el hijo de un Dios ni un héroe legendario, sino un huérfano que se ha inventado una leyenda de lo mas conveniente para convertirse en el mercenario mejor pagado de la antigua Grecia. En ese contexto, toda la fantasía que rezuma la campaña promocional del título queda reducida a secuencias de dos o tres planos en las que un personaje ajeno infla sin pudor las hazañas del protagonista como si se tratara de las acciones de Gowex. No encontramos pues a monstruos mitológicos ni a Liam Neeson haciendo de Zeus, sino a Dwayne Johnson liderando a un grupo de mercenarios mas cercano a una compañía ambulante de teatro que al supergrupo heredado de los cómics en el que pretende convertirse.En realidad, la película nunca llega a dejar claro si existen o no los dioses o si las demostraciones aisladas de fuerza descomunal de Hércules responden a otra cosa que no sean anabolizantes primitivos, pero lo que no hace es jugar adecuadamente con esa dualidad mito-fraude. De hecho, la idea hasta tiene cierto encanto y originalidad; el problema es que se queda en el mero planteamiento y no es explorada mas allá de un par de efectos visuales engañosos, como soldados a caballo que parecen centauros con el sol de espaldas o tres lobos encadenados conjuntamente para asemejarse al can mas famoso del infierno. En su lugar, las aventuras del personaje al que encarna Johnson pasan por convertirse en el general del ejercito del Rey Cotys (John Hurt), cuyo reino se ve amenazado por la armada supuestamente sobrenatural de un hechicero, en la peor línea del remake de Conan el Bárbaro, donde el tan necesario conflicto de identidad no hace acto de presencia por ningún lado.Por si fuera poco, en medio nos cuelan un refrito de la historia del primer God of War, en el que el protagonista se lamenta por medio de flashbacks del misterioso asesinato de su esposa (una fugaz Irina Shayk), pero sin demasiada crudeza, no sea que les salga una película para mayores de 18. De vez en cuando, Johnson deja de pelear para dedicarse a mover los pectorales frente a la hija del monarca (Rebecca Ferguson), por eso de aliñar el relato con el romance de rigor, aunque la función principal del personaje consiste en repartir sopapos con una cachiporra de cavernícola mientras su séquito se encarga de acrecentar la leyenda. Ellos son Iolaus (Reece Ritchie), el cuentahistorias; Atalanta (Ingrid Bolso Berdal), la arquera encargada de cubrir el cupo de mujer guerrera y malhablada; el guerrero Autolycus, un Rufus Sewell mas acostumbrado a vestirse de época que Enrique VIII; y el Amphiarius de Ian McShane, el único que es capaz de abrazar con un poco de dignidad a su personaje: un adivino consciente del momento de su muerte. En medio, el gran Peter Mullan y el cada día más cerúleo Joseph Fiennes se apuntan a la fiesta de disfraces para cobrar uno de los cheques más fáciles de sus respectivas carreras.Aunque la intención por aportar una nueva perspectiva a un personaje conocido por todos es más que admirable, no podemos sino lamentar que todas las herramientas utilizadas para ello sean las equivocadas, desde la caracterización del personaje principal hasta el desarrollo completo de su guión. Incluso los 100 millones de dólares con los que ha contado esta producción no lucen como deberían, culpa de un director que sólo sabe grabar monólogos para Chris Tucker y que es incapaz de sacarle partido a cualquier contexto que cae en sus manos, no hablemos ya de un relato histórico con intenciones de redefinir un mito. Hércules no se salva de la simplificación que predomina en la carrera del responsable de Hora Punta y, pese a las buenas intenciones, sólo logra entretener a los más pequeños de la casa mientras el resto añoramos los tiempos en los que el personaje tenía el rostro de Kevin Sorbo.