Untimador, un detective y un político entran en un bar y...
Nota: 7
Lo mejor: Amy Adams, las escenas con Louis C.K. y la ambientación.
Lo peor: el disfraz de Christian Bale y los gatillazos de David O. Russell.
Tina Fey y Amy Poheler decidieron renombrar a American Hustle, en una de las bromas más afinadas de la última ceremonia de los Globos de Oro, como Explosión en la Fábrica de Pelucas, un título que se acerca en forma de chascarrillo a una de las claves de la última película de David O.Russell, conocida de forma excesivamente grandilocuente en nuestro país como La Gran Estafa Americana. Porque no es casual que la cinta se abra con el proceso de ingeniería capilar que lleva a cabo el personaje de Christian Bale, que deja a Anasagasti a nivel amateur en la utilización de la cortinilla, de la misma forma que tampoco es una coincidencia que en la única escena ambientada en la casa del temperamental agente al que da vida Bradley Cooper le veamos con los rulos puestos. En realidad y como explica más tarde el rol clave de la función, el de Amy Adams, todo forma parte de la gran estafa que se esconde detrás de cada elección que tomamos en nuestras vidas, ya sea en algo tan superficial como la confección de nuestra apariencia o en un aspecto tan crucial como las relaciones que establecemos con los demás. American Hustle es la historia de lo que sucede cuando una pareja de manipuladores natos se toma esa filosofía como la única forma de supervivencia.
En un año dominado por las adaptaciones de historias reales, desde lobos de la bolsa hasta cantautores desdichados, pasando por un aguerrido capitán de barco con el rostro del mismísimo Walt Disney, la que nos cuenta esta película, originalmente titulada American Bullshit o simplemente Proyecto ABSCAM, seguramente sea la más interesante de todas ellas, cuando timadores experimentados, políticos corruptos y agentes del FBI ansiosos de gloria se dieron la mano a finales de los 70, en plena época de cuellos largos y gafas tintadas, para cerrar lo que en apariencia eran unos sobornos urbanísticos corrientes; sin sobres y con maletines de piel, como manda la vieja escuela. En realidad, todo respondía a un entramado para desmantelar una red de corrupción en el Congreso estadounidense, creado sobre la marcha por el agente novato Richie DiMaso (Cooper), que contaba con el asesoramiento de dos estafadores profesionales (Christian Bale y Amy Adams) y una ama de casa alcoholizada (Jennifer Lawrence) a los que tenía pillados por los huevos.
Y a pesar de que el relato tenga, como decimos, el calado de una Argo o Todos Los Hombres del Presidente, potenciado incluso por el desgraciado protagonismo de las corruptelas asociadas a signos políticos en las cabeceras de nuestros telediarios, la cinta no logra realmente despegar más allá de la resuelta presentación de personajes en el primer acto, como si echara de menos el pulso nervioso de un Martin Scorsese o Sydney Lumet al timón. Pero no, es el existencialista David O. Russell, más envalentonado y grandilocuente que nunca tras el triunfo la pasada temporada de El Lado Bueno de las Cosas, el que se ha adjudicado lo que estaba destinado a ser un thriller mafioso y lo ha transformado en una tragicomedia de personajes que sufren, ríen, lloran, se peinan, aman, odian y, en general, están retratados con tanta minuciosidad que acaban engullendo a una historia destinada a dejar más calado en el espectador.
Obviamente, en ese defecto por exceso es donde encontramos también las razones para que La Gran Estafa Americana sea la película más premiada de la temporada y también la más nominada para la edición de los Oscar de este año. Porque aunque las elecciones de Christian Bale y Jennifer Lawrence para sus papeles vengan bajo el brazo con merecidas polémicas respecto al afeamiento del primero y la escasa edad de la segunda, lo que es incuestionable es su esfuerzo e implicación a la hora de confeccionar a este atípico matrimonio, reafirmándose a cada plano como dos de los nombres propios de nuestro tiempo además de como dos trabajadores agradecidos, que no se lo piensan dos veces a la hora de aceptar sendos retos por parte del cineasta que les ha brindado sus únicos Oscar (a él por The Fighter y a ella por El Lado Bueno de las Cosas). Curiosamente, un cambio físico radical para Bale y la encarnación de un rol más adulto para Lawrence no fueron obstáculos para que la ovación fuera general en sus anteriores colaboraciones con Russell, con lo que quizás habría que acusar la decepción más a una falta de química natural que a los propios intérpretes.
De buscar un rey y una reina del baile en esta jugosa reunión de talentos, con algún cameo sorpresa por parte de un veterano y viejo conocido del realizador, ellos serían ese alumno bien avenido que es Bradley Cooper y especialmente Amy Adams, que en 2013 supo conjugar el éxito taquillero de El Hombre de Acero con la calidad indie de Her y el regusto académico de esta American Hustle en la que es una de las carreras más sólidas que te puedas echar a la cara. Respecto al primero, su impaciente detective es el afortunado catalizador del gran chiste de la película, ese que sitúa a los policías como burócratas anormales y cimenta el sueño americano en los valores familiares y sociales de los políticos corruptos que desfilan por la función, es el caso del que interpreta sorprendentemente bien Jeremy Renner (En Tierra Hostil, El Legado de Bourne). Adams, por su parte, es la absoluta protagonista de la película y máxima encarnación del espíritu de supervivencia que nos describe, como si se tratara de un agujero negro capaz de absorber al universo para expulsarlo momentos después, adecuadamente ordenado a su conveniencia.
En términos generales, American Hustle es una buena película, pero más por obligación que por méritos propios; por la conjunción de una de esas historias "increíbles pero ciertas" con el trabajo de un quinteto en estado de gracia, aún con sus jerarquías. Por desgracia, las cuestionables decisiones de casting se pueden trasladar con igual facilidad a su realizador, que a pesar de un esfuerzo muy loable por asentar la ambientación setentera y servirse de paseillos a cámara lenta con clásicos de la época sonando de fondo, parece haber perdido la garra de Tres Reyes o incluso el pulso a la hora de adaptar una historia real de forma más convencional que mostró en The Figther en favor de la evolución aún más verborreica, desgarradora y sentimental de su anterior trabajo. Con esa sensación final en mente, cabe preguntarse si la apariencia de thriller protagonizado por dicharacheros estafadores y criminales sin escrúpulos, más en la línea de los clásicos de De Palma que de otros especialistas del género, es la propia cortinilla de la que se ha servido Russell para esconder su última tragicomedia.