Liam Nelson juega al Cluedo a 5.000 pies de altura
Nota: 6
Lo mejor: el aprovechamiento del escenario que logran el realizador Jaume Collet-Serra y el director de fotografía Flavio Martínez.Lo peor: que da demasiadas vueltas en círculos antes de aterrizar.
Ya han pasado 3 años desde Sin Identidad, una de las primeras pelis de mamporros en las que vimos al gigante irlandés después del éxito de Venganza, y ahora Liam Neeson vuelve a hacer pareja con una de nuestras exportaciones menos ilustres, el cineasta catalán Jaume Collet-Serra, para seguir explotando su ya asentada reputación como héroe de acción tardío. La diferencia de Non-Stop con la saga que protagoniza Bryan Mills, como ya sucedía en el esfuerzo previo de la pareja, por supuesto que no está en los matices que aporta el actor a su personaje, de eterna gabardina y ceño fruncido, sino en un tono que vira desde la película de Jason Statham hacia el puro thriller de supense, en el sentido más asequible del término. Como si Collet-Serra quisiera convertirse en el Hitchcock del cine adrenalínico y Nelson fuera su particular rubia, este segundo intento tiene mucho más claras sus intenciones y propone un viaje a través de las bases del género con un destino satisfactorio, a pesar de que por el camino haga escalas en lugares que nos suenan demasiado vistos.
De entrada, pasar hora y media encerrados en un avión con Liam Neeson cabreado parece una idea cuanto menos divertida, pero que no os engañe la pistola que luce el veterano actor –8 años mayor de lo que confiesa el pasaporte de su personaje- en el póster, ya que las mayores dosis de acción de la película se centran en los sopapos que va repartiendo el protagonista entre los pasajeros según le da el aire y va cambiando de sospechoso. Non-Stop, "brillantemente" subtitulada en nuestro país como Sin Ecalas, se plantea desde el principio como un relato de suspense, donde el espectador tarda más de 15 minutos en conocer por qué el protagonista lleva un arma a bordo y se comporta como un héroe de los 80. Porque es un Marshal aéreo de la vieja escuela, que lleva encima la foto de su hija fallecida a pesar de tener un móvil de ultima generación y que no duda en echarse cigarros en el baño de la cabina cuando necesita un respiro de la vida.
Una vez se hacen también las presentaciones del elenco secundario, introducido mediante una serie de casualidades más o menos forzadas, comienza el auténtico relato, centrado en el chantaje vía Whatsapp que le realiza un misterioso pasajero: alguien del avión morirá cada veinte minutos a menos que se ingresen 150 millones en una cuenta. Desde el tipo con la barba y el turbante, pasando por el policía de paisano (Corey Stoll, de House of Cards), hasta la rubia que no ha dejado de ponerle ojitos al protagonista en toda la película, todos los consortes son esbozados con la suficiente fuerza y malicia para merecer la sombra de la duda, incluso las prestigiosas y desaprovechadísimas Julianne Moore y Lupita Nyong'o (que también tienen que pagar facturas), pero es la propia estructura del relato la que juega en su contra, siendo el espectador consciente en todo momento de cómo funcionan los tiempos, los falsos culpables y los giros de guion en este tipo de relatos.
Si la cinta se disfruta sin mayores dolores de cabeza es porque Collet-Serra no toma por tonto al espectador, aprovechándose en ocasiones de esa piel curtida en el género y sacándole partido al interior del avión con la ayuda del director de fotografía donostiarra Flavio Martínez, aunque sin encontrar ese tono rupturista y diferenciador que evite la sensación de estar ante algo más que una relocalización de Diez Negritos al servicio de Neeson. Y eso que en su tramo final nos encontramos un tan bienintencionado como gratuito discurso de connotaciones político-sociales, que probablemente le importe una mierda al espectador medio de la cinta y que no deja de ser una patraña para dotar de consistencia a la resolución del misterio, pero que se agradece por lo menos por no resultar un desenlace tan obvio como el de la mencionada Sin Identidad.
Aunque preferimos a Neeson cuando el avión se estrella y son una manada de lobos la que ponen su vida en peligro, Non-Stop vuela a media altura en la línea de ejercicios cinematográficos aéreos con psicópata a bordo, como las más o menos recientes Plan de Vuelo: Desaparecida o Vuelo Nocturno, y sobrevive sorprendentemente bien a su limitación de escenarios y posibilidades argumentales, aunque para ello necesite gastar todas las mascarillas de oxígeno y elaborar un catálogo a favor del miedo a volar en el que sólo faltan los Gremlins. También podríamos acusar a la solución al misterio de rocambolesca y forzada, que lo es, pero entonces anularíamos la escasa capacidad de sorpresa que ofrece la cinta, reduciéndola al último testimonio del hombre que mejor grita e interroga en pantalla.