El perro verde de América vuelve con las novias Disney
Nota: 8
Lo mejor: la escena de James Franco al piano es impagable.
Lo peor: la película es tan cínica que corre el riesgo de confundir al más pintado.
Apadrinado
por Larry Clark cuando aún andaba patinando en las pistas de su barrio de Nueva
York, cuenta entre sus más tempranas hazañas el haberse estrenado escribiendo
el guión de un clásico como Kids (1995, Larry Clark). Tras
semejante gesta, poco le bastó a Harmony
Korine para demostrarnos que estábamos ante un verdadero enfant terrible con la cabeza amueblada.
Pues en lo que respecta a su historial (cinematográfico), el puritanismo
americano debe de estar horrorizado. Ni una vez ha cesado Korine en su empeño de retratar a la América más paleta, genuina,
underground, caní, barriobajera y borderline. Si hay algo que se puede sacar en
claro, es que existen muy pocos directores artísticamente tan libres como él. Dispone
de una técnica y un imaginario que con frecuencia exige al espectador enfrentarse
a su obra con la mente libre de prejuicios. Los retrasos mentales, la
violencia, las drogas, los abusos sexuales, el maltrato animal o las
enfermedades son sólo algunos de sus temas recurrentes. Todo ello ubicado en
ambientes sórdidos, a menudo marginales y de pobreza, donde se juega con el
equilibrio entre lo absurdo y lo patético.
La
búsqueda de la verdad a través de diferentes texturas y formatos como seña de
identidad se hacía patente en Gummo (1997)
y Julien Donkey Boy (1999). El ansia
de hiperrealismo dominaba la imagen (una imagen a la que Korine insuflaba vida
propia con su buen hacer). En esta ocasión, el director abandona su afición al
collage en el montaje para ofrecer una estructura lineal y reconocible, optando
además por no afear deliberadamente la pantalla. Pues la introducción de Spring
Breakers nos sumerge de lleno en el delirio estival que proponen las
imágenes ralentizadas de un festival en la playa, un universo de colores
saturados – el culpable no es otro que Benoît
Debie, responsable de la fotografía de joyas como Enter the Void - y estética de videoclip acompañada de una banda
sonora a cargo de Skrillex y Cliff
Martinez (Drive, Solaris).
Selena Gomez,
Vanessa Hudgens, Ashley Benson y Rachel Korine conforman el grupo de
jovencitas que decide atracar una cafetería para conseguir dinero e irse de
vacaciones. Todo se complica cuando se cruzan con ‘Alien’, el traficante
interpretado por James Franco
(imperdible en modo ‘gangsta-bling’), quien da el do de pecho, por cierto. Carne
de cañón que va a experimentar las consecuencias de coquetear con el entorno de
un traficante. Cuatro lolitas descerebradas que encarnan la búsqueda de un
hedonismo hortera, la fascinación por la violencia y la atracción por el dinero.
Si en Mister Lonely (2007) eran los
iconos (Marilyn Monroe, Michael Jackson) los que hablaban por la boca de unos
personajes vacios y enfermos por la cultura de la fama, en Spring Breakers, Korine libera a los iconos Disney para
disfrazarlos de personajes white trash.
Ya lo dice uno de los imitadores de Mister
Lonely: “No hay alma más verdadera
que la del imitador”. Korine fuerza a las niñas Disney a imitar los
estereotipos White Trash, - ¿No creeríais
que os había escogido por vuestro talento
interpretativo? - entendiéndose aquí la mímesis como una sublimación de su
obra.
Korine
plasma la voz de un estrato social despreciable a través de un traficante y
cuatro lolitas. Nos muestra la simpleza de quien encuentra profunda una canción
de Britney Spears, se entretiene viendo capítulos de My Little Pony, o cree
normal montarse en bikini en el coche de un traficante nada más salir del
calabozo. La frivolidad impostada de Spring Breakers encuentra su justificación
en el tipo de personajes a los que Korine da voz. Las niñas, en un intento de
disimular su poca materia gris, prefieren evadirse pensando que están dentro de
un videojuego. ¿Es casualidad que Yo Landi de Die Antwoord (con quien Korine
rueda un corto en 2011) se parezca tanto a Chloe Sevigny en Gummo? Para nada. Korine retrata el White Trash desde que tiene uso de razón.
Y lo hace de maravilla. En esta ocasión, caricaturiza a los personajes marginales
que se asoman por las grietas de un sueño americano del que él mismo se ríe a
mandíbula batiente. Ya lo afirma Alien, definiéndose como fan de Tony Montana
en Scarface, y refiriéndose a su
estilo de vida: “Esto es el sueño
americano”.
Así
como en The Cabin in the Woods se
revertían los clichés y el conjunto ganaba en originalidad, la clave de un
filme como Spring Breakers consiste en la apuesta de Korine por llevar los estereotipos al extremo,
consiguiendo hacer retroceder a la gran masa consumidora y provocando el
rechazo inmediato de los habituales que realmente disfrutan este tipo de
género. Spring Breakers es una broma.
Harmony Korine vuelve a fabricar un
dispositivo desde el que mofarse de cualquiera. La evidencia se encuentra en
una de las escenas clímax en la que James Franco se sienta al piano rodeado por
las chicas. En bañador y pasamontañas rosas de unicornios, sujetando cada una
de ellas una metralleta a cual más grande, le piden que toque algo profundo. Y
éste se decanta por una canción lenta de Britney Spears mientras ellas lo miran
embelesadas. En una película real, esta escena buscaría despertar ternura; en Spring Breakers se revela como el guiño
que revela el engaño. Y durante todo el metraje utiliza para ello unos códigos
visuales perfectamente reconocibles. Spring
Breakers es malvadamente autoconsciente y destila cinismo. Korine esgrime
con descaro un discurso deliberadamente ambiguo. Es por ello, que la película
camina por un línea tan fina que corre el riesgo de desorientar también a los
fieles de Korine.