Nota: 8
Lo mejor: hipnotiza. Lo peor: no hay tanto fondo como promete su envoltorio preciosista.
Los vampiros; esos seres magnéticos e irresistibles para los humanos. Depredadores, seductores. Criaturas explotadas en el imaginario popular. Bram Stoker sentó precedente con su novela Drácula en el siglo XIX. Hemos podido verlos a lo largo de la historia del cine (Nosferatu de Murnau, Dracula de Browning, Vampyr de Dreyer, Dracula de Coppola, Let me in, Entrevista con el vampiro…). Creemos que lo sabemos todo de ellos. O quizá lo único seguro es que no sabemos nada. Porque el título de esta cinta, o el apellido de la familia, no son más que una pista falsa. En Stoker no hay ni rastro de vampiros… ¿O sí?
Stoker arranca el día del dieciocho cumpleaños de India Stoker (Mia Wasikowska). El mismo día en que se queda huérfana de padre. India se ve obligada a convivir con su madre (Nicole Kidman) con la que no mantiene una muy buena relación. Todo cambiará cuando el tío Charlie (Matthew Goode) se incorpore a la familia. Park Chan Wook (Old Boy, Sympathy for Mr. Vengeance) rueda una fábula de terror cuyo contenido nos es ya familiar, y sin embargo eso resulta lo de menos. Tras un prefacio evocador (“Igual que una flor no elige su color, no somos responsables de lo que somos”) en el que asistimos a toda una declaración de intenciones, la relación entre tío y sobrina no tarda en imponerse como eje perturbador de la narración, cuyas aristas terminan implosionando un proceso de madurez ciertamente escabroso.
Capaz de convertir un guión lleno de referencias a la
filmografía de Hitchcock en un proyecto totalmente personal que lleva su sello
puesto, Park Chan Wook se erige una
vez más como un gran maestro al que seguir rindiendo pleitesía. El director juega con la sensualidad y maldad que
se les presupone a los vampiros, trasladando todas esas características a las
figuras de India y el tío Charlie. Así, poco tiene que ver la candidez e inocencia
que desprende la sobrina del tío Charlie en La sombra de una duda (1943, Hitchcock),
comparadas con la oscuridad que oculta India Stoker, su personaje equivalente en la cinta que nos ocupa. Park
Chan Wook saca lo mejor de cada protagonista, consiguiendo un nivel
excelente de interpretaciones.
Pocos directores hay en activo hoy en día con un
imaginario tan rico como el de Park Chan
Wook. Aunque quizá podría afirmarse que Stoker
es su película más comedida, el director surcoreano convierte una vez más esa
fijación tan característica de los directores asiáticos por la violencia en
algo bello y digno de admirar. La exquisitez que se desprende de cada plano consigue
maravillar y sobrecoger a partes iguales. El vínculo entre lo visual y lo
sonoro se torna esencial hasta alcanzar una perfecta simbiosis: la escasez de
líneas de guión encuentra su punto de inflexión en el barroco estilo visual del
que Stoker hace gala. Pues el surcoreano
ha sabido compensar la barrera del idioma – lo que suponía rodar en inglés por
primera vez en su carrera – haciendo lo que mejor se le da: crear poesía
visual. Y es éste el pilar maestro de Stoker:
su puesta en escena. Su habilidad para dejar impronta en cada segundo de
metraje, moldeando la imagen a su antojo, demuestra un dominio envidiable. Cuando
menos, la retórica que esgrime el realizador embelesa. Y sin embargo, olvidando
por un instante el portento técnico al que nos somete Park Chan Wook, y a pesar de la multitud de detalles, referencias y
constante carga simbólica, la labor del director también puede ser tomada como
un pretexto para adornar una narración ya demasiado sobada.
Stoker supone un
brillante y efectivo acercamiento al público occidental. Un Park Chan Wook contenido y fiel a sus
principios ha creado un ejercicio de estilo que rezuma erotismo y maldad. El
gran director surcoreano ha cruzado el charco con un proyecto de encargo:
producido por Tony y Ridley Scott, con un guión escrito sorprendentemente bien por Wentworth Miller (Scofield en Prison Break). Con una banda sonora a cargo de Clint Mansell que se
adapta a la historia como un guante, Stoker
es la prueba de que Park Chan Wook tiene a Hollywood rendido a sus pies.
