Veo un abrigo rojo desde mi periscopio
Nota: 7
Lo mejor: descubrir que tras uno de los nerds de The It Crowd se esconde un buen director.
Lo peor: las comparaciones con (Wes Anderson) pueden ser odiosas.
¿Qué tienen las películas sobre adolescentes que nos atraen tanto? ¿Será porque todos hemos sido uno? Esa época de acné, de verguenzas, de risa floja. La sensación de que se es invencible. No es difícil verse reflejado en la actitud, los gestos y las vivencias representadas por los púberes del celuloide. Desde la angustia existencial en su estado más puro que experimentaba Natalie Wood allá por los sesenta en Esplendor en la hierba, los impulsos de desobediencia de los que se vanagloriaba James Dean como un pavo en Rebelde sin causa (1953), pasando por la tragedia que supone que tu familia entera se olvide de tu dieciséis cumpleaños en Sixteen Candles (1984). A menudo, este tipo de filmes ejerce un fenómeno de fascinación primaria fundamentado en la nostalgia como fuerza motriz. Nos permiten revivir momentos y sensaciones que ya nunca más experimentaremos de la misma forma. Porque para muchos supone evocar el paso previo a una ruptura, a la pérdida de la inocencia.
La ópera prima de Richard Ayoade (Maurice en The IT Crowd) se centra en la vida de Oliver Tate (Craig Roberts), un adolescente que vive en Swansea, un pueblo costero de Reino Unido, durante los años ochenta. Al igual que a Jean Pierre Léaud en Los 400 golpes (1959, François Truffaut), a Oliver le gusta evadirse mirando al mar y su mundo comienza a desmoronarse en el momento en que cree haber sido cómplice involuntario de una infidelidad en el matrimonio de sus padres. Submarine se propone contar la historia de un primer amor, y lo hace con un estilo particular que recuerda al Wes Anderson más virtuoso. E insisto, sólo recuerda, pues Ayoade logra despuntar con una narración que rezuma ternura y magia a partes iguales y posee la capacidad de encandilar al espectador más receloso. Todo ello sazonado con las canciones de Alex Turner, líder de Arctic Monkeys.
No es fácil diseccionar un filme como Submarine con frialdad clínica. podría decirse que el motivo de su buena acogida se basa en un gran cuidado de todos los elementos que conforman la película, comenzando por el guión, los personajes, hasta el uso de los recursos cinematográficos empleados. Ayoade adapta la novela de Joe Dunthorne y la estructura en tres actos, logrando un guión rápido, inteligente, lleno de ideas y conceptos, que se esfuerza por reproducir y erigir un universo propio con la mayor exactitud y eficacia posible. A esto contribuye una acertada narración en primera persona a cargo del protagonista, que le aporta el punto cómico-dramático necesario. El director británico ilustra perfectamente las reflexiones que bombardean sin cesar la mente de Tate por medio de recursos como imágenes congeladas en el momento adecuado, pantallas partidas o miradas cómplices a cámara, haciendo gala de una naturaleza y carácter singulares y trasladando con una facilidad pasmosa al espectador al mundo particular del adolescente.
Como ya he dicho antes, el cuidado de los personajes es otra de las virtudes de Submarine. Comenzando por el neurótico protagonista, quien en su intento de agradar a Jordana (Yasmin Paige), accede a coaccionar a una compañera de clase para después escribirle un "panfleto sobre cómo romper el ciclo de la víctima", ejemplificando a continuación cómo un compañero se cagó delante de todo el colegio y nadie se burló porque él se mostró orgulloso, y cómo otro se dejó apuñalar en el patio por la espalda por dos atractivas gemelas sin emitir una sola queja, convirtiéndose así en toda una celebridad en el instituto. Pues el debut de Richard Ayoade está compuesto por un sinfín de detalles excéntricos y todo se percibe como tocado por un aura de atracción. Desde las cintas que graba el padre de Oliver a su hijo, el abrigo rojo de Jordana, pasando por las tendencias pirómanas de ésta, las cajas de cerillas que le regala Oliver, las 'visitas rutinarias' de Oliver al cuarto de sus padres, las referencias al cine ("Si mi vida fuese una película..."), hasta a las costumbres estrafalarias de sus padres (Sally Hawkins y Noah Taylor) y su vecino hortera encarnado por Paddy Considine.
Una vez más, la distribución cinematográfica en España nos juega una mala pasada, en este caso, de dos años de retraso en las salas. En mi opinión, poco más hace falta para plantearlo como un problema recurrente, en el que sin duda alguna entran en juego varios factores como el ya imparable uso de internet, las dimensiones y posibilidades de competencia del mercado español, los recortes del gobierno en cultura e incluso la perjudicial tradición de doblaje en nuestro país, entre otros. Recientemente se ha publicado una noticia acerca de un estudio que la UE está llevando a cabo sobre los estrenos simultáneos en cine e internet en diferentes países. Suponga esto una solución o no al problema, lo que resulta innegable es el daño al que se ve sometida una película cuyo estreno en otro(s) país(es) tiene lugar tras dejar pasar períodos tan largos e inexplicables como el del caso de Submarine. Pues no es ningún secreto que parte del potencial público que podía haber ido al cine este fin de semana a ver Submarine, probablemente la haya visto en internet hace más de un año en buena calidad y versión original subtitulada. Lo que, a su vez, da lugar a otra situación delicada, pues las compañías distribuidoras son conscientes de ello y tendrán sus reparos a la hora de apostar por un filme así en el circuito comercial español sabiendo que les reportará más pérdidas que ganancias. Todo un quebradero de cabeza, oiga. ¿Nos espera la extinción total de este tipo de cintas en cartelera?