La luz de la pantalla refleja la imagen de una anciana tumbada en la cama, con los ojos abiertos, pensativa. Una escena que podría parecer apacible de no ser por el lamento del violín que llora llenando el vacío sonoro que deja el silencio de la habitación y que presagia el puñetazo en el estómago que vamos a recibir en breves instantes. Como único acompañamiento al instrumento de cuerda el rítmico tictac del reloj de mesilla que marca las ocho de la mañana. Se trata de un despertador de esos de los de toda la vida, con números árabes en la esfera, pero los veremos de números romanos, sin números, digitales, modernos, tradicionales, de pared, de cocina, de sobremesa; de todas las formas, modelos y colores y todos rasgarán el atronador silencio con ese soniquete que subraya la inexorable marcha de cada segundo que se va para siempre. Todos marcan el final de un plazo, el que se ha impuesto esta mujer, enferma de una dolencia degenerativa e incurable como la ELA (esclerosis lateral amiotrófica), que ha decidido poner fin a su vida con la ayuda de su marido, médico de familia jubilado. Antes, a modo de despedida, ha convocado a su familia, para pasar ese último fin de semana juntos. De esta forma tan poética y visual nos anuncia Bille August, el director danés que estaba llamado a suceder a Ingmar Bergman y que arrebató el Óscar a Mujeres al borde de un ataque de nervios en 1989 con Pelle el conquistador, la inmediatez de ese momento crucial.
Ante todo esta es una película donde tres mujeres, una madre y dos hijas, las magníficas Ghita Nørby, Paprika Steen (Concha de Plata en San Sebastián 2014) y Danica Curcic, confrontan sus sufrimientos, sus sentimientos encontrados ante una decisión tan drástica como profundamente meditada. Una narración perfecta que en lo visual combina la belleza neblinosa de los paisajes con los claustrofóbicos interiores y en lo textual articula un relato de ocho personajes en el que cada uno tiene su peso en una historia en la que no sobra absolutamente nada.
Muchos podrán encontrar cierto parecido argumental entre este filme y Amor, del austriaco Michael Haneke. Para este que escribe, por más que sostener esta opinión pueda suponer una tremenda herejía, el trabajo de August vuela muy por encima de una obra que se recreaba en el dolor de forma gratuita y excesiva.
La profundidad dramática de esta historia que, a pesar de su crudeza, reflexiona y hace reflexionar al espectador sobre el paso del tiempo, la fragilidad de la vida, de la existencia, sobre la llegada de la muerte y cómo prepararse para ella, sobre todo si tiene una fecha establecida, ahonda mucho más y con infinita sensibilidad en la naturaleza humana que la película de Haneke. De aquella uno salió en estado de shock, casi agredido, mientras que Corazón silencioso te deja profundamente conmovido, emocionado a pesar de la dureza de lo que te están transmitiendo.
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Corazón silencioso
Dirección: Bille August
Guión: Christian Thorpe
Intérpretes: Ghita Nørby, Morten Grunwald, Paprika Steen
Fotografía: Dirk Brüel
Música: Anette Focks
Duración: 97 min.
Dinamarca, 2014