Para el grupo de críticos de Cahiers du Cinéma que sucedió a los Truffaut, Godard y compañía pasando del análisis a la acción, la alargada sombra de la Nouvelle Vague resultó una losa difícil de levantar. Al frente de esa segunda generación abrió brecha en los 80 Bertrand Tavernier y hasta mediados de la siguiente década no se comenzó a proyectar internacionalmente la figura de André Techiné que gracias a Los juncos salvajes logró convertirse en referencia de los circuitos cinematográficos de arte y ensayo.
A pesar de que su estilo narrativo intimista, aunque seco y directo, y su personalidad a la hora de dirigir a sus actores no ha vuelto a alcanzar las cotas de aquel hito, parece reverdecer viejos laureles gracias a una presentación de personajes modélica y a un alarde de realización en el que el ritmo interno de los planos (la puesta en escena y el fluir de los intérpretes frente al objetivo) unido a los vigorosos e ingeniosos, al tiempo que casi invisibles, movimientos de cámara componen una danza que nos deleita con tomas largas en duración pero ricas en matices y significados.
Dos compañeros de clase se enfrentan constantemente. Las razones de cada uno no quedan muy claras. Techiné plantea sin tomar partido, deja que el espectador decida. No hay blanco o negro, ninguno termina por ser víctima o verdugo. Thomas, hijo adoptivo de unos granjeros. Damien, con una familia de padre intermitentemente ausente y madre doctora que tras un grave incidente en el instituto hace por reconciliarlos.
Estos tres personajes (los chicos más la facultativa) oscilan constantemente en un espectro de grises aportando este dibujo de sus personalidades un verismo a la narración que explica de forma hábil la compleja relación amor-odio que surge entre los dos diecisieteañeros durante los tres trimestres del curso escolar. Esta estructura, marcada por el director mediante rótulos y música, es asimilable a los nueve meses de un embarazo en un juego metafórico que relaciona elementos que suceden físicamente con otros que vamos leyendo entre líneas y quedan en un segundo plano.
La naturaleza funciona como personaje pero también dice mucho de Thomas, aislado en su casa debido a la espesa nieve del invierno del mismo modo que él se aliena de los demás. El posterior deshielo, real y figurado, con la llegada de la primavera y el verdor de los valles, antes recónditos y neblinosos, otra muestra de elocuencia narrativa.
La fluidez inicial queda truncada en las postrimerías debido a las excesivas pretensiones de este trabajo a la hora de desentrañar hasta ocho conceptos que no consiguen sino alargar el metraje de la cinta complicándola en exceso. Al incipiente estudio planteado acerca de la amistad, el amor (en sus distintas vertientes) y la desorientación a la hora de encontrar la identidad sexual, se unen varios discursos paralelos que escudriñan la soledad, el rechazo, la exclusión, la muerte e incluso la vida. Un final con cierta controversia y ligeramente decepcionante que ensombrece al gran Techiné que nos parecía atisbar al inicio.
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Cuando tienes 17 años
Dirección: André Techiné
Guión: Céline Sciamma y André Techiné
Intérpretes: Sandrine Kiberlain, Kacey Mottet Klein, Corentin Fila
Música: Alexis Rault
Duración: 116 min.
Francia, 2016