Me llamo Matthew McConaughey y tengo un problema. Tras rodar su enésima comedia romántica, consciente de que su carrera estaba cayendo en barrena, el actor del apellido impronunciable dijo: ¡basta! Atrás habían quedado sus prometedores comienzos en los que la prensa no le hizo ningún favor catalogándolo como el nuevo Paul Newman.
De alguna forma su estado natal, Texas, ha sido punto de origen y destino de la trayectoria circular que ha descrito su periplo profesional. Empezó rayando la excelencia en una obra maestra como Lone star en 1996 y poco a poco fue alejándose de ese buen cine, para, un buen día de 2008 comenzar a invertir la tendencia de aquella errática órbita e iniciar un retorno paulatino a esos papeles diferentes, arriesgados e interesantes que nunca tendría que haber abandonado. Su peculiar resurrección, lo que alguien bautizó como McConaissance, ha terminado de materializarse en la ciudad de Dallas gracias a un tipo peculiar (Ron Woodroof), a su esfuerzo físico (perdió 21 kilos) y mental y a su talento para interpretarlo.
“Señor Woodroof, le quedan treinta días de vida”. En 1985, con la noticia del fallecimiento de Rock Hudson en todas las portadas, lo peor que le podía suceder a un buscavidas, cocainómano y homófobo como Ron Woodroof era que le diagnosticaran SIDA. No tanto por la terrible enfermedad, más bien porque su entorno más cercano, formado por rudos cowboys de rodeo y trabajadores de campos petrolíferos, le creyese homosexual. El peculiar instinto de supervivencia de este fulano con alma de trilero hizo que, a pesar de las circunstancias, buscase el modo de sacar tajada de todo ello, aunque por el camino logró hallazgos que mejoraron la vida de otros infectados por el HIV.
McConaughey ha sabido reflejar las contradicciones de un personaje desagradable al que ha querido dotar de algo tan atractivo para el espectador como el carisma y la ironía del pícaro. Su interpretación le ha reportado innumerables elogios y premios, incluido un merecido Oscar, tanto, como el que se llevó a casa Jared Leto, realizando otra memorable composición, la de un travesti enfermo cuyo destino se ve unido por las circunstancias al de Woodroof. Su química en pantalla con McConaughey resulta innegable.
El cineasta canadiense Jean-Marc Vallée (Café de Flore,2011) ha dejado de lado su poético estilo narrativo para llevar a cabo una realización más convencional, eso sí, aportando su toque personal y sabiendo jugar con todos los elementos audiovisuales a su alcance para trasladar a la pantalla de forma inteligente tanto la historia como el ácido sentido del humor que impregna cada página del guión. A pesar de un montaje ágil y brillante en gran parte del metraje el filme adolece de una caída del ritmo en su último tercio a lo que se une una resolución un tanto abrupta y precipitada. Aún así, Dallas Buyers Club ha pasado a formar parte por méritos propios del grupo de películas (En el filo de la duda, Philadelphia) que más fielmente han retratado la compleja problemática que gira en torno al SIDA.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © Voltage Pictures, Truth Entertainment (II). Cortesía de Vértigo Films. Reservados todos los derechos.
Dallas Buyers Club
Director: Jean-Marc Vallée
Guión: Craig Vorten, Melisa Wallack
Intérpretes: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner
Fotografía: Yves Bélanger
Montaje: Martin Pensa, John Mac McMurphy (Jean-Marc Vallée)
Duración: 117 min.
USA, 2013