Crítica de “El congreso” (2013)

El cineasta israelí Ari Folman sorprendió al mundo en 2008 con una rara avis dentro del cine de animación, un áspero documental basado en experiencias propias ganador del Globo de Oro y candidato al Oscar a la mejor película extranjera. Vals con Bashir estaba articulado como una reflexión en torno a la matanza sucedida en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila durante la guerra del Líbano, en 1982. Tras un trabajo ampliamente laureado y reconocido en prácticamente cada lugar donde fue exhibido da la sensación de que uno se impone el más difícil todavía, de ahí, probablemente, la elección de una historia tan intrincada como la que relata la novela “El congreso de futurología”, de Stanislaw Lem, para adaptarla libremente y convertirla en el híbrido entre imagen real y animación para adultos que es El congreso.

El filme se estructura en dos partes perfectamente diferenciadas, el congreso propiamente dicho, que proviene del relato de Lem, generado prácticamente en su totalidad con técnicas de animación, y un prólogo, rodado en imagen real, en el que se presenta a la propia protagonista, Robin Wright, como personaje y que resulta, sin ningún género de dudas, lo más interesante del trabajo en su conjunto.

Este primer segmento podría perfectamente tomarse como un todo, un mediometraje que filosofa sobre la no tan lejana posibilidad de que los estudios prescindan de todo el gasto y los dolores de cabeza que les generan los actores utilizando su imagen digitalizada para hacer sus películas. La figura de una intérprete real como Robin Wright y la utilización de su paso por los éxitos que hicieron de ella una estrella (La princesa prometida, Forrest Gump) otorgan ese aire de veracidad a este prefacio (aunque su papel esté ficcionado) que hace cercano y creíble, de cara al público, el dilema de la actriz: ¿reina del cine a los 24 y acabada para el negocio con 44? Su química con Harvey Keitel y el monólogo que este se marca en una maravillosa secuencia final, que pone un nudo en la garganta, valen por toda la película.

A partir de ese momento el relato avanza 20 años en el tiempo y se transforma en una psicodelia animada que retrata una sociedad futurista que se evade de su miseria a través de un compuesto químico que convierte a quien lo toma en un dibujo animado al estilo de Tex Avery, que a su vez adopta la apariencia que cada cual elija. La narración se diluye y el filme se adentra en el fascinante, a la par que peligroso, territorio de las sensaciones. Dentro de la irregularidad de todo este tramo surgen momentos de una sensibilidad especialmente lograda, aunque, por desgracia, a pesar de la gran cantidad de cameos de personalidades que aparecen en forma de animación (especialmente conseguido el de Picasso) y de las referencias cinéfilas a Barry Lyndon, Teléfono rojo, volamos hacia Moscú o Platoon, la película pierde el rumbo y termina por ahogarse en la complejidad de una trama tremendamente enrevesada.

Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © 2013 Bridgit Folman Film Gang, Opus Film, Pandora Film Produktion. Cortesía de Golem Distribución. Reservados todos los derechos.

El congreso

Director: Ari Folman 

Guión: Ari Folman, basado en la novela “El congreso de futurología” de Stanislaw Lem

Intérpretes: Robin Wright, Harvey Keitel, Jon Hamm

Música: Max Richter

Fotografía: Michal Englert 

Duración: 122 min.

Israel, Alemania, Polonia, Luxemburgo, Francia, Bélgica, 2013