Ramón camina, cabizbajo, entre el ramaje verduzco. Sus movimientos, pausados, lastrados por los achaques. La barba, cana. La frente, despejada, curtida por el viento y el sol, dibujada por surcos y caballones. Se agacha a duras penas y suelta el canto que lleva en la mano sobre el escaso montón de piedras que se yergue en medio del olivar. Tiempo atrás, en ese mismo lugar, su nieta jugueteaba, pizpireta, entre los nudos y rugosidades del tronco de un olivo que le servía de cobijo, por más que aquellas oquedades reprodujesen la fantasmagórica expresión de un monstruo boquiabierto. Un Ramón barbilampiño, manifiestamente más joven, ágil y resuelto, aparece para cortar una rama, enseñando a la pequeña cómo se prepara un injerto que, juntos, plantan y riegan.
Esa niña, Alma, tiene hoy veinte años y trabaja en una granja de pollos en un pueblecito interior de Castellón. Su abuelo, que es la persona que más le importa en este mundo, dejó de hablar hace más de una década y ahora rechaza también la comida. La obsesión de la joven por “traerle de vuelta” le lleva a tratar de recuperar el olivo milenario que la familia vendió contra su voluntad doce años atrás.
Icíar Bollaín desarrolla con un estilo sobrio, pero contundente, el magnífico texto que le ha brindado Paul Laverty, pareja sentimental de la directora y compañero de viaje infatigable y guionista de cabecera de Ken Loach desde hace más de dos décadas. Más que ir a buscar la verdad deja que ocurra delante de su cámara, de modo que cada elemento va encontrando su encaje en la historia. Un poco a la manera de su maestro Víctor Erice, aunque aquí ya estemos hablando de palabras mayores.
Obtiene de sus intérpretes una química y una naturalidad que rezuma honestidad por los cuatro costados. Ya sabemos de lo que es capaz Javier Gutiérrez, que construye un entrañable tío “Alcachofa” con sus luces y sus sombras. Y qué gran sorpresa Pep Ambrós. Pero la satisfacción que produce ver romper en gran actriz a Anna Castillo, la adolescente que despuntaba en Blog o Promoción fantasma, no tiene precio.
Bollaín articula el discurso de El olivo en la forma más académica de película de carretera, de modo que al viaje físico le acompañe un periplo emocional y espiritual que incluye una búsqueda interior de cada personaje pero también, a un nivel superior, un examen moral de esa pequeña familia que se traspone a toda una sociedad que ha olvidado, al crecer, los valores que le transmitieron sus mayores. Una sociedad que ha vendido su dignidad, transmutada en ese robusto árbol milenario, por un plato de lentejas (y ni siquiera) al diablo de la codicia, la corrupción y el dinero fácil. La metáfora la completa Alma, a través de su propio nombre, que se empeña en encontrar ese magnífico olivo del que poder injertar un hálito de esperanza a la que aferrarse para recuperar el rumbo perdido.
Reflexión, sí, pero acompañada de emoción sincera.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Morena Films, The Match Factory. Cortesía de Entertainment One. Reservados todos los derechos.
El Olivo
Dirección: Icíar Bollaín
Guión: Paul Laverty
Intérpretes: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós.
Música: Pascal Gaigne
Fotografía: Sergi Gallardo
Duración: 100 min.
España, 2016