La figura de Ed Wood, icono de la cultura trash y oficialmente el más nefasto director de cine de todos los tiempos, habría caído en el olvido de no ser por el animoso espíritu del hombre que se vio reflejado en su locura creativa, Tim Burton. La contagiosa pasión con la que Wood afrontaba sus estrafalarios proyectos es comparable a la que la mujer que da título a este filme sentía por la música. Los calificativos utilizados para describir su arte también los unen. “¿Es Florence Foster Jenkins la peor cantante del mundo?”, titulaba el New York Post en 1944. Las singularidades de las andanzas de aquellos que lograron notoriedad por razones que nadie se atrevería a explicar racionalmente, además de resultar un atractivo filón para los narradores de historias, esconden detalles que, no por poco esperados, resultan menos emocionantes.
La huella que esta entusiasta soprano imprimió en los Estados Unidos de finales de la Segunda Guerra Mundial y el furor que suscitó en la ciudad que nunca duerme atrajeron, antes que a los responsables de este largometraje, a diversos dramaturgos que trasladaron a las tablas su peripecia vital. El celuloide no se acerca a ella por primera vez, Madame Marguerite hace escasos meses adaptaba libremente su biografía realizando un homenaje, cambiando el nombre real de la protagonista por Marguerite Dumont, a la mujer que nunca fue consciente de la comicidad que surgía de sus encuentros en pantalla con el gran Groucho Marx.
Ese aspecto inocente y cándido de su personalidad es lo que atrapó el francés Xavier Gianolli en su trabajo y lo que ha sabido trasladar un Stephen Frears menos transgresor y más clásico que de costumbre. El británico encadena su tercer biopic consecutivo, muy alejado esta vez de la trascendencia de aquellos con protagonista femenina como Philomena o la más remota The Queen. Adopta la comedia como elemento vertebrador de un inicio más ligero en el que dibuja a una mecenas de la música, de quien se aprovechan para financiar sus recitales figuras de la época como Arturo Toscanini, que pretende reverdecer viejos laureles tomando lecciones de canto. Con un marido que parece permanecer junto a ella por su fortuna y su posición social y que se pliega a cada deseo de la diva, por muy extravagante que este parezca.
¿Se dibuja aquí la semblanza de la peor cantante del mundo? Mucho más que eso. Lo que nos cuentan una Meryl Streep menos consciente de lo habitual a la hora de subrayar su brillantez como actriz (y por lo tanto más natural y auténtica) y un Hugh Grant recuperado para el cine, bajo la sabia batuta de Stephen Frears, es una historia de amor totalmente alejada de cualquier convención pero que sabe arrancar esas gotitas de emoción que trascienden el tono tragicómico del relato. Y, por supuesto, el reflejo de una pasión por la música digna de la sordera más antológica. “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté”, Florence Foster Jenkins.
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Florence Foster Jenkins
Dirección: Stephen Frears
Guión: Nicholas Martin
Intérpretes: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Danny Cohen
Duración: 111 min.
Reino Unido, 2016
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