El irlandés Lenny Abrahamson en lugar de iniciar su filme con la sintonía que habitualmente acompaña a los logotipos de las distintas productoras ha escogido, acertadamente, el sonido del silencio roto por una leve respiración que se escucha mientras aparecen y desaparecen en el negro de un fundido diversos planos detalle que pronto veremos que corresponden a distintos elementos que forman parte del angosto y austero habitáculo (la habitación del título) que ocupan una madre y su hijo. La estampa y las primeras secuencias nos traen a la memoria una historia de crisis y penurias económicas, puro reflejo de la terrible realidad que nos rodea, como la reciente Techo y comida. Narrado por el candor del chaval, nos parece adivinar un relato de perdedores, de desheredados, contado en clave de cuento para suavizar la crudeza de la situación.
Pero poco a poco la sutileza del guión escrito por la canadiense Emma Donoghue, adaptado de su propia novela, nos va desvelando que la atmósfera malsana que percibimos como espectadores tiene una base real en la que sustentarse. Las visitas nocturnas de un extraño personaje con actitudes cercanas al maltrato, que el pequeño vive desde dentro del armario (donde lo protege su progenitora), nos confirman que nos encontramos más cerca de la complejidad psicológica de la excelente Prisioneros que del drama social, como equivocadamente habíamos juzgado.
En La habitación hallamos una obra sorprendente e insólita. En primer lugar por su estructura, que salta por los aires a mitad de camino para dar un giro inesperado a la narración, saliéndose de manera hábil y original de los férreos y manidos armazones academicistas. Pero más que nada, debido a la profundidad y la honestidad con la que desarrolla un argumento que se convertiría en algo insoportablemente cruel de no ser por la dulzura que, de forma muy inteligente, aporta el recurso narrativo que nos permite observar y analizar lo que ocurre desde la mirada inocente del niño protagonista.
El vínculo invisible imposible de romper que existe entre una madre y su hijo se ha trasladado a la pantalla de forma emocionante por dos intérpretes en estado de gracia, más allá del hecho de que uno de ellos, Jacob Tremblay, no alcance los diez años de edad. Su trabajo engrandece el de su compañera y hubiese merecido, al igual que ella, estar presente entre los candidatos al Óscar.
Para Brie Larson, segundo término de este binomio, este personaje va a suponer la consolidación de una trayectoria cimentada en papeles secundarios para los grandes estudios y jugosos protagonistas en interesantes cintas independientes como Las vidas de Grace. Del mismo modo que la inspiración de El conde de Montecristo y un trocito de cielo azul visto a través de los estrechos márgenes de una exigua claraboya insuflan un hálito de esperanza en las vidas de este par de almas dolientes, la carrera de esta joven actriz cambiará mañana domingo cuando, de madrugada, Eddie Redmayne lea en voz alta su nombre antes de entregarle la dorada estatuilla.
(Esta crítica se terminó de escribir y se publicó el sábado anterior a la ceremonia de los Óscar 2016)
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Copyright imágenes © A24, TG4, Element Pictures, No Trace Camping. Cortesía de Universal Pictures International (UPI). Reservados todos los derechos
La habitación
Dirección: Lenny Abrahamson
Guión: Emma Donoghue
Intérpretes: Brie Larson, Jacob Tremblay, Joan Allen
Música: Stephen Rennicks
Duración: 118 min.
Irlanda, Canadá, 2015