Magia a la luz de la luna arranca en 1928, en el interior de un teatro berlinés, con la fuerza de “La consagración de la primavera” de Stravinsky, el hipnotismo del bolero de Ravel y el ímpetu del segundo movimiento de la novena de Beethoven. Estas melodías intemporales envuelven los trucos de Wei Ling Soo para que el público, seducido por la apariencia de realidad de los impresionantes números, salga del recinto con un poco más de felicidad en sus vidas. En eso consiste la magia, en generar una ilusión que encandile al más crédulo y convenza al totalmente escéptico. Pero las cosas no son lo que aparentan, detrás de ese aura de misticismo oriental se encuentra el británico Stanley Crawford (Colin Firth), que utiliza este desdoblamiento de personalidad únicamente en sus actuaciones.
Pesimista por naturaleza, acérrimo de la doctrina de Nietszche, hombre de ciencia y ateo convencido, y por lo tanto incapaz de creer en una vida después de la muerte, se ha convertido en azote de supuestas videntes que pretenden hacer negocio gracias a la buena fe de la gente. La intriga comienza cuando, a petición de un colega, se dirige a la Provenza francesa para desenmascarar a una espiritista (Emma Stone) que le tiene sorbido el seso a una adinerada familia. El inmediato choque de personalidades unido a la belleza y talento de la médium complicarán su peculiar cometido.
Con estos elementos Woody Allen construye una comedia romántica efervescente aunque irregular, sus burbujas suben y bajan dependiendo del segmento del filme en el que nos encontremos sin llegar a explotar en ese toque de genialidad con la que el director de Hannah y sus hermanas remata sus obras cumbre. Se trata de una de las contadas ocasiones en las que Allen rueda en formato panorámico, costumbre que ha parecido adoptar desde su anterior, y decepcionante trabajo, Blue Jasmine. Resulta sorprendente en quien ha realizado casi todos sus filmes utilizando la mínima expresión en cuanto al marco de sus imágenes, dando primacía de esta manera a la estética de sus encuadres por encima de los ingeniosos diálogos, la composición de los personajes y las interpretaciones de los actores. En ocasiones, una buena fotografía puede maquillar un guión endeble.
Más allá de la evidente referencia a Tú y Yo, gracias al entrañable personaje de la tía de Stanley, y de que se trata de una película agradable que se ve con una sonrisa en la boca, nos encontramos un tremendo socavón al final del segundo acto en una trama que posteriormente renace de sus cenizas, a pesar de la previsibilidad del argumento, en una resolución repleta de réplicas y contrarréplicas ungidas del genio verborréico del Allen más cáustico. Desgraciadamente, a pesar de este sorprendente resurgimiento, la flagrante ausencia de química entre los protagonistas supone un obstáculo totalmente insalvable. Allen, poco a poco, ha ido perdiendo esa chispa de antaño y sus últimos trabajos, con la notable excepción de Medianoche en París, sin dejar de ser correctos, ya no entusiasman.
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Magia a la luz de la luna
Dirección y guión: Woody Allen
Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Marcia Gay-Harden
Fotografía: Darius Khondji
Montaje: Alisa Lepselter
Vestuario: Sonia Grande
Duración: 97 min.
Estados Unidos, 2014