Sobre el fondo negro en el que aparecen los créditos se escuchan ráfagas de viento. Un pequeño foco de luz permite percibir las partículas de polvo en suspensión que flotan en el angosto habitáculo. Dos haces más se cuelan por lo que parecen agujeros de bala. El viento se convierte en el sonido de un vehículo en marcha. Primerísimo primer plano de un ojo emulando al Dziga Vertov de El hombre de la cámara. Pertenece a una fotógrafa (Juliette Binoche) que, en medio del desierto de Afganistán, presencia una especie de rito de iniciación al horror más absoluto, impertérrita, retratando el momento a pesar de estar poniendo en riesgo su propia vida e incluso la de otros.
El carácter de esta reportera gráfica se asemeja al del protagonista de En tierra hostil. De alguna manera, a pesar de tener un marido (Nikolaj Coster-Waldau) y dos preciosas hijas que le esperan en Irlanda, no es capaz de adaptarse a la vida familiar y necesita ese chute de adrenalina que le proporciona el riesgo de trabajar en zonas de conflicto. ¿Su coartada? Alguien tiene que mostrar la barbarie al mundo para que la opinión pública no pueda permanecer impasible. Es aquí donde nos vienen a la mente historias como Días de vino y rosas o, sobre todo, Cuando un hombre ama a una mujer, como bien refleja una intensa secuencia entre madre e hija en la que la cámara se vuelve hacia la fotógrafa para dejar patente lo difícil que es, a veces, percibir el dolor de los más cercanos, en comparación con el de los extraños que habitan en lugares recónditos.
Quiero que a la gente se le atragante el café cuando abra el periódico, que vean, que sientan, que reaccionen. Así se lo expresa a su hija y es ahí donde reside, precisamente, el nudo gordiano de esta narración. En esa dualidad entre la prestigiosa profesional comprometida y la madre de familia y esposa, cuando el dedicarte en cuerpo y alma a tu oficio conlleva el hecho de que, por conseguir un bien mayor, tengas que traspasar la delgada línea roja que te lleva a poner tu vida en peligro constantemente con el consiguiente sufrimiento psíquico de los que esperan. Interesante disquisición la que nos traslada el realizador noruego Erik Poppe en la que el factor de la adicción al riesgo de la protagonista hace todavía más difuso el límite entre los muchos tonos grises que conforman el conflicto moral que gira en torno a un personaje al que Juliette Binoche confiere un grado de complejidad y una intensidad similar a la que tenían los que interpretó en Azul o Herida.
La película cierra su estructura circular con un espléndido plano final. Una mujer de rodillas, otra que cae de hinojos a su lado. No hay palabras. Tan solo el mismo doloroso puñetazo en el estómago que habíamos recibido en la primera secuencia haciendo resonar en nuestra cabeza los ecos de la durísima historia que nos acaban de contar.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © Paradox, Zentropa International Sweden. Cortesía de Golem Distribución. Reservados todos los derechos.
Mil veces buenas noches
Dirección: Erik Poppe
Guión: Erik Poppe, Harald Rosenlow-Eeg, Kirsten Sheridan
Intérpretes: Juliette Binoche, Nikolaj Coster-Waldau, Lauryn Canny
Música: Armand Amar
Fotografía: John Christian Rosenlund
Duración: 117 min.
Noruega, Suecia, Irlanda, 2013