Crítica de “Toro” (2016)

Kike Maíllo tuvo que vivir a la sombra de Juan Antonio Bayona en su etapa de cortometrajista. El éxito también llamó a la puerta de su colega con anterioridad. Mientras la estrella de la primera promoción de la prestigiosa ESCAC de Barcelona triunfaba con El orfanato su compañero compaginaba su labor como profesor en el centro en el que ambos se formaron con la laboriosa preparación de su primer largo. Gracias a Eva, y al Goya a la mejor dirección novel, Maíllo pudo, por fin, salir a la luz debido a su talento y a una sorprendente ópera prima diferente a todo lo que se había rodado hasta aquel 2012 dentro de la industria cinematográfica española.

Cuando alguien irrumpe con una fuerza inusitada en el panorama cultural con una primera novela brillante, un primer disco rompedor o una primera película impactante, coloca tan alto el listón que, probablemente sin merecerlo, se expone a ser juzgado con la severidad reservada a los consagrados. Dado el breve pero interesante bagaje con el que se presentaba, el prestigio atesorado sumado a una historia de género negro muy oscura y violenta y a los mimbres con los que ha podido contar en cuanto a presupuesto y reparto, la expectación generada ha situado a Maíllo en el “¿y ahora qué?”. A riesgo de ser injustos, tras un inicio espectacular y francamente prometedor, su segundo trabajo se va cayendo a pedazos a medida que la potencia inicial se va diluyendo cual globo que pierde fuelle.

Toro (Mario Casas) es un delincuente de poca monta que quiere deshacer los vínculos que le unen al capo del crimen en Málaga (José Sacristán) para poder cambiar de vida, pero la inoportunidad y mala cabeza de su hermano (Luis Tosar) le llevarán, primero a la cárcel, y cinco años después, cuando ya ha conseguido reformarse por completo, a una espiral de violencia que mezcla elementos del neo noir con ecos de tragedia griega.

La sucesión de homenajes cinéfilos, con referentes como El silencio de los corderos, Atrapado por su pasado, Pulp Fiction, Jamón, Jamón, Cadena Perpetua, El bueno, el feo y el malo o Drive, en lugar de ayudar a consolidar lo que se está contando, ante la ausencia de consistencia de un guión que juega con el thriller y el western de una manera un tanto deslavazada, convierte el filme en un pastiche en el que se echa de menos, incluso, el genio que llevan dentro tipos curtidos en estas lides como Sacristán y Tosar, ubicándolo a millas de distancia de intentos mucho más atinados dentro del género como La isla mínima, 25 kilates o La caja 507.

A pesar de que Mario Casas no defrauda, la desidia con la que a veces parece dirigida y montada la película (con especial hincapié en las secuencias de acción), provoca una desazón y cierta sensación de impotencia que hace aflorar el cabreo de quien sabe que Kike Maíllo podría haber sacado mucho más jugo de su más que apetitoso limón.

Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.

Copyright imágenes  © Apaches Entertainment, Atresmedia Cine, Escándalo Films, Maestranza Films, ZircoZine. Cortesía de UPI España. Reservados todos los derechos.

Toro

Dirección: Kike Maíllo

Guión: Rafael Cobos y Fernando Navarro

Intérpretes: Mario Casas, Luis Tosar, Ingrid García Jonsson 

Fotografía: Arnau Valls Colomer 

Montaje: Elena Ruiz

Duración: 103 min.

España, 2016