Una década después de la peor recesión del siglo XX Frank Capra ideó una parábola que hablaba de la crisis de valores de una sociedad que había dejado de lado a los más vulnerables, a millones de estadounidenses que tras perder sus trabajos se encontraban sumidos en la necesidad más absoluta. Corría 1941 pero la actualidad del planteamiento nos remite a antes de ayer. Un gran empresario compra un periódico y despide a la mitad de la plantilla. Una de las desafortunadas redactoras, enfurecida, inventa una carta al director en la que un indignado ciudadano admite que después de cuatro años en paro, debido a la inacción de la administración y harto de la falta de escrúpulos de los políticos y de los derroteros que está tomando el país, está dispuesto a arrojarse, como protesta, desde la azotea del ayuntamiento. Firma como Juan Nadie. Nombre que representa a la inmensidad de ciudadanos anónimos arrastrados por la ola de desesperación que trajo tras de sí el crack del 29.
Nada más moderno que un clásico que emparenta directamente con otro tipo enormemente cabreado por los mismos motivos, solo que setenta y tantos años más tarde. Un hombre al que tanto el sistema de desempleo como el de salud británicos embarcan por sus kafkianos recovecos para no reconocer y remunerar debidamente la minusvalía que le ha sacado del mercado laboral. Otro fulano que responde al nombre de Daniel Blake pero que perfectamente podría llamarse Juan Nadie y en el que millones de espectadores de diferentes países se ven reflejados hasta el punto de reconocer su contexto social, político y económico como algo dolorosamente cercano.
En los 90 Ken Loach acuñó un género propio, el cine social de protesta. Con títulos como Lloviendo piedras o Mi nombre es Joe denunciaba la precaria situación de los más golpeados por las políticas económicas de los gobiernos conservadores en el Reino Unido. Este texto de Paul Laverty le permite regresar por la puerta grande al terreno por el que mejor se mueve. El guionista encadena dos trabajos que desmenuzan las vergüenzas de una sociedad enferma y que parecen afectar a todo el mundo por igual. En El olivo hablaba de España, pero por extensión también de las grandes multinacionales. Este trabajo, sin renunciar al sentido del humor, desarrolla una historia, por desgracia, universal.
La obra de Loach no ha rezumado tanta verdad como en los momentos en que se ha acercado a las clases trabajadoras. Con esa habilidad característica para escoger intérpretes desconocidos que imprimen una pátina de realidad a lo que sucede en pantalla, nos presenta a un Dave Johns en cuya mirada reconocemos al vecino de al lado. A ese viudo desesperado pero con buen corazón que, al igual que otros personajes de la película, es capaz de empatizar con el sufrimiento de quienes le rodean y, a pesar de las propias estrecheces, echar una mano para aliviar su sufrimiento al más puro estilo capriano sin que la credibilidad del relato se resienta.
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Yo, Daniel Blake
Dirección: Ken Loach
Guión: Paul Laverty
Intérpretes: Dave Johns, Hayley Squires, Sharon Percy
Música: George Fenton
Duración: 100 min.
Reino Unido, Francia, Bélgica, 2016