Análisis de la película Dunkerque
Christopher Nolan lo ha vuelto a hacer, ha cogido un género y le ha dado su particular vuelta de tuerca, y sentado las bases para los que vengan detrás de él. Ahora mismo, quizá junto con Dennis Villeneuve (que muy pronto lanza Blade Runner 2049) sea el director más en forma del circuito comercial.
Y es que Dunkerque es una auténtica joya del cine bélico, una obra de arte para los sentidos, que bebe de los axiomas del cine bélico pero aportando su personal estilo. Que en los primeros segundos de la cinta se identifique el particular estilo de Nolan, es ya algo de agradecer, significa que el director es fiel a si mismo, y sigue siendo un director reconocible.
Una banda sonora inolvidable, una fotografía perfecta y una ambientación ejemplar hace que nos sumerjamos desde el primer segundo de la película hasta que se encienden las luces de la sala de cine y nos quedemos pensativos en la butaca unos minutos hasta poder levantarnos y articular palabra. Eso es la magia del cine, eso demuestra su capacidad para conseguir transportarnos a plena Guerra Mundial, eso es lo que consigue Nolan como el auténtico mago tras la cortina.
A continuación pasamos a la crítica sin spoilers de Dunkerque, puedes leer otras críticas de cine en nuestra sección: Críticas de Cine.
Nolan es un maestro del montaje y del ritmo durante una película, lo ha demostrado en algunos momentos inolvidables de tensión in crescendo que ya son marca de la casa de su filmografía. Esos en los que divide la trama en dos o tres áreas y nos combina toda ellas en unos planos que se van sucediendo con la tensión súbita que marca la banda sonora de sus películas, otra seña de identidad marca de la casa.
Lo hizo en Origen (2010) cuando con varios planos nos iba llevando a varios momentos de la trama y a varios personajes distintos. Es la mítica escena en la que varios personajes se encallan en el climax de la narración y el espectador asiste perplejo y con el alma en vilo, para descubrir que ocurre con Joseph Gordon-Levitt que anda envuelto en un embrollo informático, o los pasajeros de un camión blindado que están a punto de caer al río. Nolan va saltando de una escena a otra, de una situación a otra, al son frenético de la música que marca el ritmo de la narración y de nuestros corazones.
Lo repitió en Interestellar, otra obra de arte del género de ciencia ficción en el que Nolan se mueve como pez en el agua. En este caso, alternaba la situación dramática del protagonista Matthew McConaughey atrapado en una dimensión perdida, con lo que ocurría en la trama que reunía a los personajes que tratan de sobrevivir en el planeta Tierra (Anne Hathaway y Jessica Chastain). Saltando de un personaje a otro, de una trama a otra en una misma línea de tiempo.
En Dunkerque no hay ni tramas que transcurren a la vez en dimensiones paralelas, ni tramas que se desarrollan en varios niveles diferentes del sueño. No, en Dunkerque, Nolan se la juega en varias tramas que transcurren en un mismo lugar, la playa de Dunkerque y sus alrededores, y además eleva a la enésima potencia esa puesta en escena tan característica. Y es que lo que en las anteriores películas era un recurso que empleaba sólo en los momentos álgidos del film que marcaban el desenlace, en Dunkerque este recurso lo desarrolla Nolan desde el primer segundo de la película.
Y es que Dunkerque es una película diferente, con un recurso discursivo diferente y novedoso. Sin recursos superfluos que no conducen a nada, casi sin diálogo, casi sin personajes, incluso sin mostrar a ni un solo maldito nazi. Sólo personajes, ambientación y un ritmo frenético que embarga al espectador desde que se sienta en la butaca, pensando que este ritmo arrollador es sólo el comienzo, una carta de presentación de la película, pero nada de eso, esto es lo que va a encontrarse el espectador durante toda la cinta, al ritmo vertiginoso de una banda sonora preciosista y trepidante que nos va conduciendo hacia el cierre magistral de las tramas. El espectador se sobrecoge en la butaca para ver cuál será el desenlace de las historias que nos absorben en una playa dejada de la mano de Dios en las costas francesas.
Para ello, Nolan concretiza todo el drama de la II Guerra Mundial, en unos pequeños héroes anónimos que se echan a las espaldas el peso narrativo de una película sin precedentes, brillante.
Por un lado, la trama claustrofóbica de unos ciudadanos que se suben en una pequeña embarcación para tratar de salvar a soldados ingleses y que tendrán que lidiar con todo tipo de peligros, incluyendo la locura transitoria de un soldado en estado de shock, interpretado por uno de los actores fetiches del director, Cillian Murphy (Peaky Blinders), genial como siempre en esos papeles de loco rematado, que le sientan tan bien. Y al que ya vimos encarnando a un villano de cómic hiper-mega realista en su papel de "El Espantapájaros" en la primera entrega de Batman.
Por otro lado, mezcla la trama del barco, con la de unos jóvenes e inexpertos soldados que no pretenden aniquilar nazis como sería de esperar, sino simplemente sobrevivir, una empresa tan loable como otra cualquiera.
Las otras tramas van a parar para dos pesos pesados de la interpretación, como la de Kenneth Branagh, el último bastión de las esperanzas aliadas para conseguir abandonar el continente. En el papel de un comandante que no está por la labor de abandonar el campamento, algo así como el capitán del Titanic que no quiere abandonar el barco.
Y por supuesto, Tom Hardy, metido esta vez en la carne de un intrépido piloto de avión, que se convierte en el héroe clásico de este tipo de films, y al que de nuevo le basta para ganarse al público y crítica, una interpretación basada en el empleo únicamente los rasgos de su ojos, algo que ya le ocurrió interpretando al malvado Bane en la tercera entrega de Batman, y según palabras del propio Nolan, a Hardy le sobra derroche interpretativo con la profundidad de su mirada.
Christopher Nolan utiliza de nuevo sus films para entretener, crear y reflexionar sobre algunos aspectos que le inquietan, en este caso la atrocidad de la raza humana. Una reflexión sobre el hombre y los límites del mal, pero también del bien, y como pequeños gestos pueden cambiar el mundo, o en este caso, el devenir de la guerra, en esas épocas tan oscuras, a las que Nolan está encantado de revisitar una y otra vez.
En definitiva, cine de autor de máxima calidad mezclado con los ganchos taquilleros de las grandes superproducciones que escribe y dirige, lejos quedan ya el escaso puñado de miles de dólares con el que contó para dejar boquiabierto al mundo con sus primeras películas como Memento, una joya del cine independiente.
Así pues, Dunkerque es una obra maestra contemporánea, se podría estudiar cine con su visionado, y nos hace pensar que el cine, en sí mismo, es una expresión artística como puede ser la pintura o la escultura.
El montaje frenético y la banda sonora maravillosa, de nuevo en manos de Hans Zimmer, son los verdaderos protagonistas de esta cinta bélica que mantiene al espectador pegado a la butaca, en tensión constante y conmovido por un épico final que toca al corazón, y deja una pequeña ventana abierta para la esperanza de la condición humana.