EL ARTISTA Y LA MODELO
Título Original: El artista y la modelo Director: Fernando Trueba Guión: Fernando Trueba, Jean-Claude Carriere Fotografía: Daniel Vilar Interpretes: Jean Rochefort, Aida Folch, Claudia Cardinale, Chus Lampreave, Götz Otto, Christian Sinniger Distribuidora: Alta Films Fecha de Estreno: 28/09/2012
PUREZA
Este mismo año, David Trueba, hermano menor de Fernando, estrenaba Madrid 1987. En ella José Sacristán y María Valverde quedaban encerrados en un baño, uno junto al otro, desnudos en todos los aspectos. Es cierto que lo que David plasmaba allí tiene poco que ver con lo que hace Fernando, mientras que Madrid 1987 era una obra con muchas consonancias políticas, que hablaba de un cambio en España y enfrentaba a dos mundos muy distintos, lo que aquí plantea Fernando es algo que nace mucho más de dentro, la creación, desde el comienzo, desde lo más fondo del ser, de una obra de arte. Pero son muchos los puntos en común de ambas películas, allí, Sacristán y María Valverde se quedaban encerrados fortuitamente, aquí no están encerrados, pero toda su conexión transcurre entre las paredes de esa casa encima de la montaña, una especie de encierro voluntario podríamos llamarlo. Sacristán también era un artista, un escritor en aquel caso, Rochefort ,como él también vive una cierta desilusión con un mundo que se ve convulso en una nueva guerra, la aparición de una Aida Folch, tan desnuda y cándida como María Valverde, le lleva a revivir una nueva juventud, una última ansia de vivir.
Trueba se sitúa en un periodo de guerras, la segunda guerra mundial ha dado comienzo, los españoles tras la guerra civil se exilian en el sur de Francia. Realmente nunca le interesa la situación política más que para excusar esa desilusión en el personaje de Rochefort y justificar la llegada de algún personaje, como el de Mercè, a tierras francesas. Pero realmente la película tiene un halo de atemporalidad, todo en ella es reemplazable y seguiría siendo totalmente válido ambientada en cualquier otra época, un artista, su musa, la creación de la obra, son los únicos tres elementos que permanecen ahí. Las experiencias vividas, la admiración surgida por esa joven frágil hacia su mentor, la atracción física más pura entre dos generaciones tan distantes, los anhelos de juventud y de revivir, podrían haber aparecido en cualquier otra época.
Trueba narra una obra muy personal, al igual que al protagonista de la película, le nace de dentro no es casualidad que la película esté dedicada a su hermano Máximo que falleció hace cerca de veinte años en un accidente de tráfico. El personaje de Rochefort en realidad no se trata de otro que su propio hermano, también escultor. Al igual que él, Trueba también esculpe, y lo hace de una forma artesanal, a base de diálogos cortos, incisos en las imágenes que cobran una inusitada fuerza en escenas virginales dónde no se usa nunca la música, a excepción de en la escena final. Dónde deja que simplemente los gestos marquen toda la pauta y sentido de la película. Dónde una caricia, una mirada, o una erección muy mal disimulada ante el desnudo cuerpo de Aida Folch que la cámara recorre con pura pasión, son los que crean una historia que se explica sin necesidad de palabras.
La belleza de la nueva obra de Fernando Trueba nace de su necesidad de desprenderse de cualquier tipo de artificio, de hacer una obra tan pura como la que su protagonista está creando, no es casualidad tampoco el uso de ese bellísimamente fotografiado blanco y negro, algo que actúa dotando a la película de mucha más pureza. Una obra medida, de una belleza puramente poética, dónde sus dos protagonistas irradian un montón de emociones, claras a los ojos del espectador pero que nunca consiguen sacar a la luz, hasta un estruendoso final que por si fuera poco me conmueve de una manera increíble. Pero además, sus dos protagonistas, se ven correspondidos, por el bello envejecimiento que ha sufrido una Claudia Cardinale en la que sigue residiendo toda la sensualidad que un día enamoró a la cámara y una Chus Lampreave como recurso cómico perfectamente medido. Trueba rueda una de las obras más personales de su filmografía, no es casualidad tampoco esa conexión que la película encuentra de forma casi involuntaria con la obra de su hermano, ambas visiones, similares, nacen de la mano y en el cine no se pueden esconder.