Revista Cine
EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO
Título Original: The Hobbit: An Unexpected Journey Director: Peter Jackson Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh, Guillermo del Toro Música: Howard Shore Fotografía: Andrew Lesnie Interpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Stephen Hunter, Ken Stott Distribuidora: Warner Fecha de Estreno: 14/12/2012
El bueno de Peter Jackson, que desde que acabó de rodar la trilogía de El Señor de Los Anillos, perdió completamente el rumbo, realizando una pobre versión de King Kong, y una cinta pequeña (pero con un ilógico presupuesto de superproducción) como Desde mi Cielo, que se quedó lejos de ser la cinta academicista que pretendía. Tas esto vio como poco a poco iba quedándose sin nombre en la industria. Encumbrado por la adaptación de El Señor de los Anillos, lo cierto es que Jackson nunca ha sido un extraordinario realizador, sus primeros trabajos se identificaban más por su ingenio y mala leche, filmando así obras a día de hoy tan emblemáticas como Braindead. Cuando se puso al cargo de El Señor de los Anillos sorprendió a todos demostrando que era capaz de manejar un gran presupuesto, su poder de inventiva se había ido al traste, quizá a riesgo de no acabar satanizado por los fans, su adaptación, tremendamente fiel, debía todo el éxito a las palabras de Tolkien. Pero Jackson nunca fue un realizador talentoso, en el no había un ápice de los que maestros de las grandes producciones como Spielberg o Cameron no pueden dejar. Esto no era problema, porque no sólo se supo escudar detrás de un guión, que pese a la torpeza de sus conversaciones, empeñadas en sonar trascendentales en cada de sus líneas, pero que sabía llegar a una emoción, que se imprimía también gracias a la poderosa banda sonora de Howard Shore y a los logrados efectos digitales. Definitivamente Jackson no era un tipo talentoso, algo que se apreciaba sobre todo en las escenas más multitudinarias, las cuales manejaba bastante mal, pero si era lo suficientemente inteligente para saber aprovechar todo lo que tenía a su alrededor y camuflar sus defectos en pos de la obra.
Pero Jackson adquirió algo tras rodar la trilogía de El Señor de los Anillos, son unos enormes delirios de grandeza, su afán por hacer de todo lo que hace un espectáculo aún más grande. Un director iniciado en la serie B y que ahora tenía ínfulas de Dios. Se puede apreciar esto perfectamente en la misma trilogía, es la primera entrega la que tiene un espíritu menor a la de sus compañeras, es posible que esto la haga la película más redonda de toda la saga, la más entretenida, divertida y también la más sensata. En La Comunidad del Anillo existe una preocupación por parte de Jackson que no hay en sus siguientes películas, y que tampoco existe en El Hobbit, y es el hecho de la presentación. Es cierto que en películas tan corales como éstas es difícil dibujar un buen retrato de todos los personajes, pero al menos hay que ofrecerle al espectador una información mínima para que sea capaz de conocerles. Abrumado por el relato de Tolkien, Jackson, después de La Comunidad del Anillo obvio una parte de vital importancia como ésta, empezaban a entrar en juego personajes que el espectador no tenía la obligación de conocer. Se preocupaba más de ser espectacular y grande, de hacer la obra épica definitiva, que de detalles mínimos realmente importantes. Daba por supuesto que el espectador debía conocer la obra de Tolkien, que tenía que ir con el programa aprendido de casa, y que él simplemente se limitaría a una representación.
Era totalmente lógica la vuelta de Jackson a la saga de Tolkien, aunque bien es cierto que en principio el que se iba a encargar de las nuevas películas sería Guillermo del Toro, éste pronto se cayó de un proyecto que para Jackson fue un placer coger. Estirada hasta el extremo, adaptando un libro de poco más de 300 páginas en tres películas, y ésta primera entrega de casi tres horas, El Hobbit pone en evidencia los problemas que ya existían en El Señor de los Anillos, pero en esta ocasión lo hace de una manera mucho más preocupante, sin ser capaz de camuflarlos por otros lares con una historia que acaba resultando nada interesante. La cinta que nos lleva a los años de juventud de Bilbo Bolson, embarcado en una aventura con un grupo de enanos, partiendo por la tierra media, al igual que Frodo en su camino hasta Mordor (quizá no se equivocaba tanto Kevin Smith al decir que El Señor de los Anillos eran películas de gente caminando). Ya en la presentación de los acompañantes de travesía de Bilbo, Jackson se empeña en enfatizar una de las que será las constantes del film, un humor bastante tonto y bobalicón, más propio de la peor película infantil, que de una película de cuerpo adulto y que además contiene las dosis de violencia de ésta, sin saber muy bien nunca el tono que busca, ni que es lo que quiere ser. No existe desarrollo de ninguno de los compañeros de Bilbo, tan sólo, los que por exigencias de la trama llegan a tener algún protagonismo puntual, son identificables de mala manera, pero nunca llegamos a saber muy bien qué es lo que les ha llevado hasta allí, cuál es exactamente su propósito, y lo peor de todo es que el desinterés hace que al final nos dé completamente igual.
Enmarcada en el problema de síntesis que atraviesa el cine de entretenimiento actual, lo que se evidencia en El Hobbit es mucho más preocupante que un problema de no saber dónde cortar. Parece que hubiera la imperiosa necesidad de que la película rondase las tres horas de duración, y Jackson echa el freno continuamente, impidiendo que la cinta avance, en ocasiones se siente repetitiva, reiterando una y otra vez en lo mismo. Nos encontramos con múltiples escena que parecen hechas simplemente para rellenar más metraje. No entendemos muy bien la función de ese mago pardo con su trineo de conejos, o para qué sirve la aparición de los viejos personajes de la saga en una escena, más que para conectar con la saga anterior y demostrar al espectador que los milagros del maquillaje, no sirven para rejuvenecer a unos actores que además están diez años más viejos. Las escenas se sienten innecesariamente alargadas, sacando de dónde no hay, es terrible una escena que sucede justo antes de entrar en el acto final, dónde Gollum y Bilbo Bolson juegan a las adivinanzas. Una escena de más de 20 minutos, dónde se hace excesivo hincapié en los dramáticos gestos de Gollum llegando a rozar lo ridículo, y lo que es peor, es totalmente arrítmica, y desperdicia toda la tensión creada de cara a afrontar un final que sin duda es la parte más destacable y entretenida de la película. Jackson olvida un principio fundamental, la literatura y el cine no funcionan de la misma manera, no tienen ni el mismo ritmo, ni el mismo ‘timing’, lo que podía funcionar en la obra de Tolkien, no lo hace en su salto a la pantalla.
Peter Jackson se ha empeñado en explotar la gallina de los huevos de los oros hasta el límite. Pero a diferencia de lo que hizo George Lucas, más allá de la impresión de los resultados, él siempre trato de contar algo nuevo. Jackson por su lado se ha limitado a estirar y estirar el material disponible, sin preocuparse de los resultados y sin que sintamos que lo que nos cuenta aporta nada para el espíritu de la saga anterior, y no deje de resultar un intrascendente “más de lo mismo”. Y claramente estamos ante un fracaso artístico, una película de casi tres horas terriblemente aburrida, dónde tampoco se hace nunca demasiado para levantar el vuelo. Jackson se apoya en la espectacularidad, los bellos paisajes, la épica banda sonora de Shore, los excelentes efectos digitales, sí, es lo mismo que hacía en El Señor de los Anillos, pero aquí lo que cuenta carece de emoción, nunca hay sensación de que esté contando nada y al final los defectos se hacen mucho más evidentes. La historia que cuenta El Hobbit carece de alma, al igual que sus personajes, pese al buen hacer de Martin Freeman e Ian McKellen, las frases suenan aún más rimbombantes y todo acaba cansando por exceso. El Hobbit pedía a gritos un Peter Jackson acercado mucho más al espíritu humano y sencillo que desprendía La Comunidad del Anillo, pero en lugar de eso nos encontramos con una obra perdida entre los delirios de grandeza de su realizador.
Título Original: The Hobbit: An Unexpected Journey Director: Peter Jackson Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh, Guillermo del Toro Música: Howard Shore Fotografía: Andrew Lesnie Interpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Stephen Hunter, Ken Stott Distribuidora: Warner Fecha de Estreno: 14/12/2012
El bueno de Peter Jackson, que desde que acabó de rodar la trilogía de El Señor de Los Anillos, perdió completamente el rumbo, realizando una pobre versión de King Kong, y una cinta pequeña (pero con un ilógico presupuesto de superproducción) como Desde mi Cielo, que se quedó lejos de ser la cinta academicista que pretendía. Tas esto vio como poco a poco iba quedándose sin nombre en la industria. Encumbrado por la adaptación de El Señor de los Anillos, lo cierto es que Jackson nunca ha sido un extraordinario realizador, sus primeros trabajos se identificaban más por su ingenio y mala leche, filmando así obras a día de hoy tan emblemáticas como Braindead. Cuando se puso al cargo de El Señor de los Anillos sorprendió a todos demostrando que era capaz de manejar un gran presupuesto, su poder de inventiva se había ido al traste, quizá a riesgo de no acabar satanizado por los fans, su adaptación, tremendamente fiel, debía todo el éxito a las palabras de Tolkien. Pero Jackson nunca fue un realizador talentoso, en el no había un ápice de los que maestros de las grandes producciones como Spielberg o Cameron no pueden dejar. Esto no era problema, porque no sólo se supo escudar detrás de un guión, que pese a la torpeza de sus conversaciones, empeñadas en sonar trascendentales en cada de sus líneas, pero que sabía llegar a una emoción, que se imprimía también gracias a la poderosa banda sonora de Howard Shore y a los logrados efectos digitales. Definitivamente Jackson no era un tipo talentoso, algo que se apreciaba sobre todo en las escenas más multitudinarias, las cuales manejaba bastante mal, pero si era lo suficientemente inteligente para saber aprovechar todo lo que tenía a su alrededor y camuflar sus defectos en pos de la obra.
Pero Jackson adquirió algo tras rodar la trilogía de El Señor de los Anillos, son unos enormes delirios de grandeza, su afán por hacer de todo lo que hace un espectáculo aún más grande. Un director iniciado en la serie B y que ahora tenía ínfulas de Dios. Se puede apreciar esto perfectamente en la misma trilogía, es la primera entrega la que tiene un espíritu menor a la de sus compañeras, es posible que esto la haga la película más redonda de toda la saga, la más entretenida, divertida y también la más sensata. En La Comunidad del Anillo existe una preocupación por parte de Jackson que no hay en sus siguientes películas, y que tampoco existe en El Hobbit, y es el hecho de la presentación. Es cierto que en películas tan corales como éstas es difícil dibujar un buen retrato de todos los personajes, pero al menos hay que ofrecerle al espectador una información mínima para que sea capaz de conocerles. Abrumado por el relato de Tolkien, Jackson, después de La Comunidad del Anillo obvio una parte de vital importancia como ésta, empezaban a entrar en juego personajes que el espectador no tenía la obligación de conocer. Se preocupaba más de ser espectacular y grande, de hacer la obra épica definitiva, que de detalles mínimos realmente importantes. Daba por supuesto que el espectador debía conocer la obra de Tolkien, que tenía que ir con el programa aprendido de casa, y que él simplemente se limitaría a una representación.
Era totalmente lógica la vuelta de Jackson a la saga de Tolkien, aunque bien es cierto que en principio el que se iba a encargar de las nuevas películas sería Guillermo del Toro, éste pronto se cayó de un proyecto que para Jackson fue un placer coger. Estirada hasta el extremo, adaptando un libro de poco más de 300 páginas en tres películas, y ésta primera entrega de casi tres horas, El Hobbit pone en evidencia los problemas que ya existían en El Señor de los Anillos, pero en esta ocasión lo hace de una manera mucho más preocupante, sin ser capaz de camuflarlos por otros lares con una historia que acaba resultando nada interesante. La cinta que nos lleva a los años de juventud de Bilbo Bolson, embarcado en una aventura con un grupo de enanos, partiendo por la tierra media, al igual que Frodo en su camino hasta Mordor (quizá no se equivocaba tanto Kevin Smith al decir que El Señor de los Anillos eran películas de gente caminando). Ya en la presentación de los acompañantes de travesía de Bilbo, Jackson se empeña en enfatizar una de las que será las constantes del film, un humor bastante tonto y bobalicón, más propio de la peor película infantil, que de una película de cuerpo adulto y que además contiene las dosis de violencia de ésta, sin saber muy bien nunca el tono que busca, ni que es lo que quiere ser. No existe desarrollo de ninguno de los compañeros de Bilbo, tan sólo, los que por exigencias de la trama llegan a tener algún protagonismo puntual, son identificables de mala manera, pero nunca llegamos a saber muy bien qué es lo que les ha llevado hasta allí, cuál es exactamente su propósito, y lo peor de todo es que el desinterés hace que al final nos dé completamente igual.
Enmarcada en el problema de síntesis que atraviesa el cine de entretenimiento actual, lo que se evidencia en El Hobbit es mucho más preocupante que un problema de no saber dónde cortar. Parece que hubiera la imperiosa necesidad de que la película rondase las tres horas de duración, y Jackson echa el freno continuamente, impidiendo que la cinta avance, en ocasiones se siente repetitiva, reiterando una y otra vez en lo mismo. Nos encontramos con múltiples escena que parecen hechas simplemente para rellenar más metraje. No entendemos muy bien la función de ese mago pardo con su trineo de conejos, o para qué sirve la aparición de los viejos personajes de la saga en una escena, más que para conectar con la saga anterior y demostrar al espectador que los milagros del maquillaje, no sirven para rejuvenecer a unos actores que además están diez años más viejos. Las escenas se sienten innecesariamente alargadas, sacando de dónde no hay, es terrible una escena que sucede justo antes de entrar en el acto final, dónde Gollum y Bilbo Bolson juegan a las adivinanzas. Una escena de más de 20 minutos, dónde se hace excesivo hincapié en los dramáticos gestos de Gollum llegando a rozar lo ridículo, y lo que es peor, es totalmente arrítmica, y desperdicia toda la tensión creada de cara a afrontar un final que sin duda es la parte más destacable y entretenida de la película. Jackson olvida un principio fundamental, la literatura y el cine no funcionan de la misma manera, no tienen ni el mismo ritmo, ni el mismo ‘timing’, lo que podía funcionar en la obra de Tolkien, no lo hace en su salto a la pantalla.
Peter Jackson se ha empeñado en explotar la gallina de los huevos de los oros hasta el límite. Pero a diferencia de lo que hizo George Lucas, más allá de la impresión de los resultados, él siempre trato de contar algo nuevo. Jackson por su lado se ha limitado a estirar y estirar el material disponible, sin preocuparse de los resultados y sin que sintamos que lo que nos cuenta aporta nada para el espíritu de la saga anterior, y no deje de resultar un intrascendente “más de lo mismo”. Y claramente estamos ante un fracaso artístico, una película de casi tres horas terriblemente aburrida, dónde tampoco se hace nunca demasiado para levantar el vuelo. Jackson se apoya en la espectacularidad, los bellos paisajes, la épica banda sonora de Shore, los excelentes efectos digitales, sí, es lo mismo que hacía en El Señor de los Anillos, pero aquí lo que cuenta carece de emoción, nunca hay sensación de que esté contando nada y al final los defectos se hacen mucho más evidentes. La historia que cuenta El Hobbit carece de alma, al igual que sus personajes, pese al buen hacer de Martin Freeman e Ian McKellen, las frases suenan aún más rimbombantes y todo acaba cansando por exceso. El Hobbit pedía a gritos un Peter Jackson acercado mucho más al espíritu humano y sencillo que desprendía La Comunidad del Anillo, pero en lugar de eso nos encontramos con una obra perdida entre los delirios de grandeza de su realizador.