Revista Cine
Pablo Trapero se caracteriza por desarrollar un cine de corte social. Avalado por la buena aceptación que ha recibido el nuevo cine argentino que Trapero encabeza, sus planteamientos cinematográficos cada vez tienen mayo repercusión dentro y fuera de las fronteras argentinas. "Elefante blanco" es un drama donde narcotráfico, tradición y religión se enredan en un juego donde todos pierden.
"La villa" es el lugar elegido, una ocupación marginal en Argentina donde la miseria y la delincuencia son el pan nuestro de cada día. Los misioneros ponen todo de su parte por lograr mejorar la situación de sus habitantes pero ni los políticos ni las altas autoridades eclesiásticas parecen decididas a ayudarles.
En ese ambiente de desolación sin margen de mejora, la esperanza se centra en un edificio a medio construir que dará cobijo a gran parte de los ciudadanos de "Las villas". El misionero Julián (Ricardo Darín) junto a la asistente social Luciana (Martina Gusman) y con el apoyo de Nicolás (Jeremie Renier), buscan fórmulas para no parar el proyecto y mejorar la situación de los miles de habitantes de "Las villas".
Pablo Trapero pone la cámara con objetividad, sin entrar en el apartado puramente sentimental. Ése podría ser el error fundamental de la película, su carencia de alma. Su mirada es, en ocasiones, tan fría que el rastro documental que engloba a la cinta, pierde su fuerza emotiva. No despierta en el estómago todas las inquietudes que debería.
En su favor hay que decir que la dirección, en su apartado más técnico, es impecable. La dirección de actores y el ritmo del film son adecuados. Los tres actores, sin excepción, cubren sus papeles de una intensa humanidad aunque el guión no indague tanto en sus aspectos más profundos. Se manifiestan como un grupo al servicio del proyecto, más concienciados por el bien común que por el suyo propio.
Pero lo más importante de la película es su denuncia sobre la situación de ciertos colectivos olvidados. Esa voluntad es digna de elogio. Personas deshauciadas, sin recursos, abandonadas a su suerte. Lamentable y a la vez increíble en pleno 2012.
Un trabajo digno de elogio cuyas carencias no deben oscurecer un mensaje hecho desde la verdad de los acontecimientos que cuenta, la denuncia sin tapujos de situaciones denigrantes y el reconocimiento a esos seres humanos anónimos que luchan sin cesar por mejorar las condiciones de vida de sus iguales. Buen mensaje ante una realidad que nunca es la que nos gustaría.
José Daniel Díaz
"La villa" es el lugar elegido, una ocupación marginal en Argentina donde la miseria y la delincuencia son el pan nuestro de cada día. Los misioneros ponen todo de su parte por lograr mejorar la situación de sus habitantes pero ni los políticos ni las altas autoridades eclesiásticas parecen decididas a ayudarles.
En ese ambiente de desolación sin margen de mejora, la esperanza se centra en un edificio a medio construir que dará cobijo a gran parte de los ciudadanos de "Las villas". El misionero Julián (Ricardo Darín) junto a la asistente social Luciana (Martina Gusman) y con el apoyo de Nicolás (Jeremie Renier), buscan fórmulas para no parar el proyecto y mejorar la situación de los miles de habitantes de "Las villas".
Pablo Trapero pone la cámara con objetividad, sin entrar en el apartado puramente sentimental. Ése podría ser el error fundamental de la película, su carencia de alma. Su mirada es, en ocasiones, tan fría que el rastro documental que engloba a la cinta, pierde su fuerza emotiva. No despierta en el estómago todas las inquietudes que debería.
En su favor hay que decir que la dirección, en su apartado más técnico, es impecable. La dirección de actores y el ritmo del film son adecuados. Los tres actores, sin excepción, cubren sus papeles de una intensa humanidad aunque el guión no indague tanto en sus aspectos más profundos. Se manifiestan como un grupo al servicio del proyecto, más concienciados por el bien común que por el suyo propio.
Pero lo más importante de la película es su denuncia sobre la situación de ciertos colectivos olvidados. Esa voluntad es digna de elogio. Personas deshauciadas, sin recursos, abandonadas a su suerte. Lamentable y a la vez increíble en pleno 2012.
Un trabajo digno de elogio cuyas carencias no deben oscurecer un mensaje hecho desde la verdad de los acontecimientos que cuenta, la denuncia sin tapujos de situaciones denigrantes y el reconocimiento a esos seres humanos anónimos que luchan sin cesar por mejorar las condiciones de vida de sus iguales. Buen mensaje ante una realidad que nunca es la que nos gustaría.
José Daniel Díaz
Sus últimos artículos
-
"Strange darling" de JT Mollner, el juego del gato y del ratón llega al Festival de Sitges
-
"Marco" de Arregi y Garaño, un Eduard Fernández superlativo en el Festival de San Sebastián
-
"Escape" de Rodrigo Cortés, el legítimo derecho de un hombre a entrar en la cárcel que pasó por el Festival de San Sebastián
-
"Apocalipsis Z: El principio del fin" de Carles Torrens, la película de zombies que no podía faltar en el Festival de Sitges