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Crítica: Mi hijo y yo

Publicado el 02 abril 2012 por Banacafalata
MI HIJO Y YO
Crítica: Mi hijo y yo
Crítica: Mi hijo y yo
Título Original: Le fils à Jo Director: Philippe Guillard Guión: Philippe Guillard Música: Alexis Rault Fotografía: Ludovic Colbeau-Justin Interpretes: Gérard Lanvin, Jérémie Duvall, Olivier Marchal, Vincent Moscato, Karina Lombard, Abbes Zahmani, Lionnel Astier, Darren Adams, Laurent Olmedo Distribuidora: Emon Fecha de Estreno: 04/04/2012
JUGAR AL RUGBY Y COMER PERDICES
Si nos ponemos a recordar casos de deportistas metidos a actores estoy seguro que todos podremos recordar rápidamente varios nombres de Di Stefano a Michael Jordan a otros como Vinnie Jones que parecen haberle cogido el gusto a la gran pantalla o Eric Cantona haciendo de él mismo en un delirante papel en Buscando a Eric. Más difícil resulta en cambio encontrar a deportistas que se hayan metido a realizadores, que hayan cambiado como instrumento el balón por una cámara, mi corta memoria no alcanza a recordar ningún caso similar al de Philippe Guillard, ex jugador de rugby francés, que llegó a ser campeón con su equipo del torneo de Francia, comentarista deportivo de Canal + y ahora director de cine y también guionista (ya había colaborado en algún libreto con anterioridad), me cuesta mucho imaginarme a Michael Robinson o a Juanma López Iturriaga detrás de las cámaras para realizar una película y más aún que ese experimento se pueda ver gustosamente e incluso disfrutar tal y como ocurre con Mi hijo y yo.
Como no podría ser de otra manera Guillard nos cuenta una historia centrada en el mundo de rugby, una bonita historia de amor paterno-filial con muchas dosis de caramelo. Jo Canavaro era una vieja estrella del rugby en Francia, antes que él lo fue su padre y su abuelo, y ahora él es el encargado de que su hijo continúe con la tradición familiar. El problema no es que éste odie el rugby (¿Un francés odiando el rugby? ¿En una película dirigida por un ex-jugador de rugby? Eso sería imposible), si no que se siente completamente agobiado por la presión a la que le somete su padre y es incapaz de jugar bien en su presencia. El chaval quiere ser dedicarse a las matemáticas que es para lo que vale, aunque su padre le diga que las matemáticas no sirven para nada en ese pueblo pequeño, por lo que pronto se olvidará de sus ambiciones matemáticas cuando su padre esté a punto de perder el campo familiar y como única estrategia para conseguir conservarlo se le ocurra hacer un equipo de chavales, y así de paso también demostrar lo bueno que es su hijo al que han echado de todos los equipos de la ciudad.
Crítica: Mi hijo y yo
Mi hijo y yo reincide completamente en los clichés, además de exagerar con unas dosis de buen rollismo pueden llegar a resultar incluso estomagantes. Aquí noo faltan los secundarios pintorescos y tan amables, en esta ocasión tenemos a un amigo tontito, un ex-compañero de equipo de Canavaro que acaba de llegar para hacerse cargo de la escuela de su hijo, un jugador neozelandes que no tiene otra cosa mejor que ir al pueblo francés a entrenar a los chavales y ya que el padre está divorciado, no puede faltar una mujer soltera, con una hija de la edad del chaval, para que todos se enamoren y puedan vivir una incestuosa felicidad. Le da igual olvidarse por completo de las tramas secundarias para darle mayor peso a la historia principal o no profundizar lo más mínimo en sus personajes, no sólo en unos secundarios que se quedan completamente desdibujados y sólo consiguen aguantar vivos por ser personajes acortanados con un rol tan visto que resultan faciles de identificar, si no que tampoco acaba de rascar lo necesario en sus dos protagonistas para dotarles de una mayor profundidad y explorar todas las circunstancias de esa relación paterno-filial.
Al final lo único que realmente le importa, y como era de esperar en una película de este perfil, es que la épica toma parte de ella en forma de partido de rugby y aunque Eastwood nos hiciera temer que el rugby era un deporte anti-cinematográfico, después de rodar algunas de las escenas deportivas peor filmadas de la historia del cine en la mediocre Invictus, Guillard nos demuestra, sin tampoco exprimir demasiado que el rugby al menos puede lucir algo mejor en pantalla de lo que lo hacía en la película de Eastwood, y al espectador le permite el lujo de poder emocionarse con lo que está viendo en pantalla, poniéndoselo fácil, claro, y es que tampoco falta la inevitable cámara lenta para dar enfásis a la escena definitiva, al inevitable momento de superación personal, que al final es lo único que le queda a la película.
No se le pueden negar a Mi hijo y yo todos sus defectos, lo topiquísimo que resulta todo y lo predecible que resulta la película, también es verdad que tan rápido como se termina de ver se comienza a olvidar, pero no podemos negar lo evidente, y es que esta colección de clichés resulta tan tierna y agradable de ver que es imposible no pasar hora y media de lo más entretenido en la sala de cine. Y al final del todo, y por mucho que no nos siente bien, lo cierto es que todo ese buen rollismo del que la películah hace gala, acaba contagiando inevitablemente al espectador. Así que mientras que esperamos a que Mourinho y Guardiola rueden su propia película, nos quedaremos disfrutando con esta pequeña fabula francesa sobre el rugby.

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