La última vez que vi a los Posies fue en el año 98. Fue un concierto extraño. Sus dos líderes y compositores, Jon Auer y el pintón Ken Stringfellow, escenificaron aquella noche una rivalidad que duró años y que a punto estuvo varias veces de poner el definitivo punto final a la carrera del grupo –el ego del artista, ya se sabe–. Durante la actuación no se miraron a la cara ni una sola vez; mientras Auer cantaba entre ausente y ensimismado, Stringfellow no dejó de escupir al cielo un solo minuto, saltando, doblándose, haciendo la guerra por su cuenta… Fue un bolo extraño, intenso, ruidoso, pero extraño. Y las canciones se resintieron.
Lo del jueves pasado en la Sala Heineken fue completamente diferente. Los Posies ya no son una de esas prometedoras bandas indie que, mezclando melodía y ruidosas guitarras –lo mismo que los Gigolo Aunts o los propios Teenage Fanclub– aspiraban a lograr el eco masivo de unos Nirvana. Nada de eso. Los años han pasado y los Posies han encontrado su sitio –la independencia más literal–, su público –talludo y minoritario–, y su razón de ser –seguir tocando y tocando sin mirar mucho más allá–. Esta asunción de sus posibilidades y limitaciones –llamémoslo madurez–, unida a su indiscutible calidad como músicos, les ha sentado de maravilla, y si discográficamente despiertan menos interés, lo cierto es que verlos en directo supone un verdadero placer.
En el bolo del otro día se respiraba buen rollo y relajación –a ratos excesiva: demasiado tiempo entre canción y canción, demasiada charla entre los músicos, el batería y el bajo tuvieron algún despiste…–. Lo que antaño fue rivalidad, hoy es camaradería y complicidad, y a mitad de concierto, Stringfellow llegó incluso a cantarle el “Happy birthday” a Auer con la colaboración del público. Los dos frontman ya no se disputan el liderazgo de una criatura que, al rebajar su pretensiones, ha podido conservar su bicefalia natural.
En este ambiente distendido, y ante un público bastante numeroso y entregado –España siempre ha sido para ellos una plaza favorable– los de Ohio pusieron en solfa un set-list lógico y de agradecer, que combinó canciones de su último BLOOD/CANDY (2010) –“Enewetalk”, “So Caroline”…–, con los temas más recordados de sus elepés clásicos –“Flavor of the month”, “Throwaway”, “Definite door”…–, que fueron los más coreados. Auer y Stringfellow brillaron en lo que siempre ha sido lo suyo: excelentes armonías vocales, guitarrazos intensos, esa facilidad para convertir una canción en un asunto “emocional”… Virtudes que conservan intactas y que pudieron disfrutarse más que nunca en temazos del calibre de “Solar sister” y “Ontario” (dos preferencias de este cronista) .Corren malos tiempos para la industria del disco, cierto. Pero si hablamos de la música en directo, la cosa es diferente. Es una suerte que un montón de bandas que vivieron su mejor momento comercial en los 90 siga en activo y con posibilidades de girar –sólo unos días antes estuve en el Turbo Rock, y con grupos como los Hodoo Gurus o los Redd Kross tampoco hubo lugar para la nostalgia–. Tal vez los Posies no vuelvan a sacar un nuevo “Frosting on the beater” (93) u otro “Amazing disgrace” (96), pero hoy en día, como grupo de directo, han ganado empaque y naturalidad, algo de lo que se benefician, ante todo, sus enormes canciones, su maravillosa música. Y después, claro está , el público, que, de continuar los norteamericanos dando conciertos como el de la otra noche en la Heineken, mucho me temo les seguirá siendo fiel.