Como se barruntaba en las semifinales, los Países Bajos y la televisión anfitriona del Festival de Eurovisión 2021 han echado el resto, y hemos visto un espectáculo televisivo excelente. El show ha llegado a sus niveles más altos de calidad y perfección, sazonado por unas votaciones interesantísimas y un duelo a muerte entre el brillor que necesitamos tras año y medio casi de pandemia, frente al pijama que todavía tenemos puesto. Venció... El cuero.
Italia ha ganado el Festival de Eurovisión 2021, celebrado en Róterdam. gracias a Maneskin y su "Fuori di Testa". Como hizo Lordi en Atenas 2006, una banda de rock vuelve a poner patas arriba el concurso musical más importante del mundo, una marca de prestigio que en 65 años ha resistido todas las crisis imaginables salvo la derivada del coronavirus.
La posibilidad de que el vocalista del justo vencendor, después de una votación de infarto en que se impuso a las candidaturas de Francia y Suiza, hubiese consumido algún tipo de droga está siendo el gran eurodrama del año, a tenor de una ciertamente sospechosa y fugaz imagen de la final. Droga sí, droga no. El debate es mucho más profundo de lo que parece, y podría ser objeto de otra columna (y de una discusión que llevamos demasiado tiempo postergando como sociedad), pero paso de reducir esta crónica de una de las mejores finales de la historia de Eurovisión a un debate sobre el consumo de estupefacientes. Mire usted, ya está hecha la prueba al ganador del Festival y ha salido negativa. Si tiene dudas, las quejas a la Unión Europea de Radiodifusión y a su nuevo supervisor ejecutivo, que ha pasado con nota el primer examen.
A mí que me hagan una prueba mañana mismo: Iba a dar positivo por Eurovisión. Esa es la única droga que me interesa.
Como ya hemos revisado todas las actuaciones en entregas anteriores de esta columna, nos centraremos especialmente en el Big Five y en los anfitriones. Dos dosis de éxito y cuatro de caspa, pero de la buena.
Las primeras ocho finalistas ya denotan el excelente nivel de la noche. Después de muchos meses entre las preferidas del público eurofán, el sorteo ha sido muy cruel con la representante de Chipre. Casi condenada a abrir la contienda, mejora notablemente su actuación previa, a la que siguen Albania, Israel y Bélgica, también más entonadas, pero que se nos antojan casi un relleno. Cumple acertadamente Rusia con una canción que inicialmente parecía muy difícil para el público pero que ha resultado una agradable sorpresa, y da paso al primer plato fuerte, Malta. Destiny, arrolladora como en las previas, deja bien claro que es una de las rivales a batir. ¿Qué pudo fallarle? Es probable que fuera incluso "demasiado" arrolladora. De momento no será la primera ganadora de Eurojunior en repetir en la versión senior.
Tras dos brillantísimas actuaciones de Portugal y Serbia, estilos diametralmente opuestos pero de incuestionable calidad artística, comparece REINO UNIDO, una de las industrias musicales más potentes del mundo, que reedita el mismo último lugar del festival de 2019, inmensos en la mediocridad desde que en los años noventa del pasado siglo perdieran la exclusiva del idioma inglés. ¿Cómo se atreven a echar la culpa al aspecto físico del cantante? Pues ya ve usted lo bien que ha quedado la maltesa, tan obesita o más... Aunque hoy haya comparecido casi obligado, sin ilusión alguna más allá de la ponchera con vino de la Green Room, James Newman es un cantante y compositor más que solvente, y "Embers" no es ni tan mala canción, pero en escena todo es fatalidad. Las trompetas son la clave: En el escenario, dos inmensas, de montaje de gala de carnaval de pueblo; como parte de la base musical, unos espantosos vientos del más barato sintetizador, que nos taladran desde el segundo uno, y terminamos con los ridiculillos bailarines que también hacen como que tocan unos instrumentos falsos. No, mire, esto suena a viejuno, a tomadura de pelo al espectador y a tres minutos prescindibles de nuestras vidas. La BBC, como RTVE, ha conseguido que todo un continente tengamos integrada en la memoria de nuestra vejiga urinaria que este es un buen momento para ir al baño. Como las trompetas del Juicio Final, millones de cisternas suenan al unísono por toda Europa, anticipando un nuevo fracaso de la tierra que nos ha legado a Katrina & The Waves, Brotherhood of Man, los Beatles, Queen, las Spice Girls, Elton John, Leona Lewis, Robbie Williams, Adele... Penoso.
Otro trámite la actuación de Grecia, para dar paso a dos de las presentaciones más esperadas, el suizo Gjon's Tears, que repite la emocionante y magistral actuación del pasado jueves y, de nuevo, los divertidos tres minutos grabados del ensayo de Islandia, que sigue encantándonos.
La actuación de ESPAÑA pone a prueba un año tras otro mi habilidad como autor de este tipo de columnas. ¿Cómo plasmar lo que uno piensa sin herir susceptibilidades? Vayamos a lo básico y digamos que Blas Cantó no es culpable de nada, como ya lo dijimos de Miki, de Alfred y Amaya, de Barei y de tanta gente antes. Nunca terminamos de saber qué es lo que sucede realmente con las actuaciones de este país nuestro, tierra de pasión, que lleva siglos lanzando talento al mundo, pero que no hace más que sumar decepciones cada vez que afronta el reto de Eurovisión. Aún recuerdo la ilusión de los asistentes a aquel congreso de OGAE, en octubre de 2019, cuando todavía podíamos abrazarnos y besuquearnos, en el que se anunció la candidatura de Blas. Fantaseábamos con anteriores temazos y con las aptitudes del chico, pero nuestras ilusiones se desvanecieron con "Universo" y "Voy a quedarme", que nos despertaron a la mediocridad que abandera RTVE desde hace ya más de veinticinco años. ¿Subyace un bonito mensaje? Imagínese usted, dedicado a la abuela del cantante, una de las víctimas que nos deja la terrible pandemia, cómo no empatizar con algo tan bello. Él ha cantado bastante bien y el coro ha hecho su trabajo, pero ese todo hay que saber envolverlo, crear algo especial, aprovechar los recursos del inmenso escenario y la tecnología. Como única compañía, afectados por el gigantismo de la BBC, nos hemos traído una luna inflable que un proveedor cualquiera te pone en la puerta de tu casa por 800 euros. Ya en Eurovisión hemos visto lunas gigantes antes, como también casas gigantes, libros gigantes, sillas gigantes y trompetas gigantes. Todo ya más que trillado ¿Y el mensaje esperanzador? ¿No había imágenes bonitas de personal sanitario, fuerzas de seguridad, supermercados, gente de la ciencia, recuerdos del álbum familiar del cantante... Algo que pudiera mover las emociones del público? Todo es tan previsible, tan antiguo y tan ajeno a lo que se escucha en las radiofórmulas y en las playlist del mundo, que da hasta pereza seguir escribiendo sobre ello. Un nuevo fracaso que apuntar en la nómina de nuestra televisión pública. Suerte a Blas Cantó y, ahora sí, mi felicitación: Enhorabuena por verte liberado de casi año y medio de lo que ha debido de ser una tortura en toda regla. Retoma tu carrera y mucha suerte.
En medio de este cosmos apasionante que es nuestro bienamado festival, un grupo de países se toman en serio lo mucho y bueno que aporta la victoria final. Tras el éxito de Italia, en 2022, Turín, Milán, Roma, Bolonia, Rimini, Florencia, San Remo, Verona, Reggio Emilia, Nápoles o Pésaro, podrían acoger esta bendita locura y, con ella a millares de fans atraídos por la belleza de la tierra de la pasta y los gladiadores, dispuesto a cancanear lo más grande y a dejarse los euros en hoteles, apartamentos, restaurantes y transportes. ¿Quién puede querer renunciar a los cien millones de beneficios que dejó el Festival de Lisboa 2018? Pues supongo que Radiotelevisión Española y poco más. Pese a que el ente público sigue desatendiendo un vehículo brutal de promoción para España y se limita a cumplir con el trámite, el formato fue seguido por más de cuatro millones solo contando la vía convencional. Y eso que cada año somos más los que preferimos saltarnos a los pesados comentaristas y disfrutarlo a través de YouTube.
Pero España no ha hecho más que abrir la puerta a la etapa más floja de la noche, con la anodina moldava y, cielos, ALEMANIA. Realmente no recuerdo muy bien qué ha pasado en los tres minutos de actuación, pero sí diré que me espantan los ukeleles en todas sus formas y él lleva uno, así que me predispongo rápidamente al horror. Única cosa positiva: El homenaje a Mondrian del vestuario de las tres coristas. Nueva actuación bastante basurilla de los teutones, tan perdidos como España y Reino Unido. Para el recuerdo friki, la pobrecita bailarina vestida de mano, que se ha pegado más de media actuación haciendo una peineta a toda Europa. Como me decía un jefe que tuve hace tiempo: "Esto tenías que haberlo previsto".
El poderío finlandés con esta gente de Blind Channel, que han hecho una actuación excelente, da paso a la insulsa Victoria, de Bulgaria, a quien le ha salido un poco el tiro por la culata con su apuesta por la candidez (se pasaron un poco, creo, que a la chica solo le faltaban el orinal y el crucifijo) y a las prestaciones impecables de Lituania y Ucrania, confirmando la impresión magnífica que dejaron en la primera semifinal.
FRANCIA. Sublime. La bellísima Barbara Pravi, solita sobre el escenario, con esa voz tan peculiar y tan francesa suya, nos ha encandilado, y ha dejado a su país al borde de esa sexta victoria que les resulta esquiva desde hace más de cuarenta años. Canción y puesta en escena no pueden ser más sencillas, como también lo es el precioso corpiño de Dior que tanto le favorece. Incluso su voz parece pequeñita al principio, se adivinan hasta las lágrimas en sus ojos: Es un hecho, aunque no entiendas ni una palabra de francés, sabes perfectamente las emociones que está evocando. A esta gente sí que le duele el orgullito cuando ha cerrado clasificaciones, y aunque tarda en llegar el codiciado primer lugar, Amaury Vassili, Jessy Matador, Patricia Kaas, Amir y Madame Monsieur, llevaban avisando en los últimos tiempos de las intenciones de la tele pública gala, con actuaciones tan brillantes como el ya histórico "Voilá". Este año se han quedado a 25 votos.
El nivel no decae con Azerbaiyán y Noruega, pero el bajonazo se deja sentir con PAÍSES BAJOS, anfitriones. Después de dos años de suplicio hasta poder sacar adelante todo esto, por lo que pudiera pasar, han presentado la canción más fea posible, una espantosa oda al brócoli que ha defendido como ha podido Jeangu Macrooy. Lo mejor, la expresión corporal del cuarteto, muy por encima de la aburrida y repetitiva tonadilla.
Y la locura se desata con ITALIA. Los primeros compases y la entrada al stage ya son historia de Eurovisión, al igual que los cueros y las patas de elefante, además de ese aire a gran concierto que se respira. Las casas de apuestas no se equivocaban cuando vaticinaban una nueva reedición del duelo continental por excelencia, el Francia - Italia, que lo mismo se da en baloncesto, que en fútbol, que en forma de concurso musical, o en una negociación por quítame allá unos millones del presupuesto de la Unión Europea. Lo que en la diminuta francesa es intimismo, se torna en descaro y potencia en el cuarteto italiano Maneskin, que hace cuatro años tocaban por las calles. De ahí al "Factor X" italiano, a los festivales de rock, San Remo y... Eurovisión. Un alto porcentaje del éxito del grupo reside en la personalidad e indudable talento del solista, Damiano David, de poderosísima voz -la manera en que gestiona el aire durante los complicados trabalenguas es verdaderamente prodigiosa-, que antes del sábado ya acaparaba millones de seguidores en redes sociales. Allí luce una estudiada imagen entre desaliñada y andrógina, y una relación más que mediática con la modelo Giorgia Soleri, tatuadísima como él, que debe de ser una señora de armas tomar, porque ha conseguido que el Parlamento italiano reconozca oficialmente en el sistema sanitario la enfermedad que padece, la vulvodinia, que se caracteriza por un dolor crónico en la vulva no raquídea. Olé por ella. Chascarrillos aparte, han bastado tres minutos de "Fuori di testa" sobre el escenario de Rotterdam para elevar al grupo a los altares y convertir a Damiano en mito erótico y nuevo icono de estilo.
Para cuando Suecia y San Marino asoman al escenario ya está todo vendido.
Siguió un inolvidable espectáculo con la brutal voz de una histórica del país anfitrión, Glennis Grace, y dos homenajes televisivos que elevaron por las nubes el nivel del espectáculo. Primero, un recorrido en coche de Edsilia por Róterdam con mitos del festival como Ruslana, Yzhar Cohen, Anne Marie David y Niamh Cavanagh, que escondía incluso un cameo de una de las grandes de los Países Bajos, Ruth Jacott... imposible no recordar un himno como "Vrede"; para terminar con las emocionantes actuaciones, desde los tejados de la ciudad, de ganadores inapelables, los incombustibles Lordi, el bueno de Mans Zelmerlow, que sale de su cápsula una vez al año para restregarnos la última victoria sueca, y Helena Paparizou, que también pescó su modelito de brillor en el mismo catálogo de Beyoncé en Vinted, donde se surtieron la chipriota, la moldava y otras brillorosas. Pero, maravilla, también nos traen a Lenny Kuhr y Teach-Inn, casi prehistoria de un festival que atesora sesenta y cinco primaveras, y ese goce de reencontrarnos con Sandra Kim, cuyo "J'aime la vie" suena muchísimo mejor que el día de su victoria en 1986. ¿Ella? Igualita.
Antes de la actuación de Duncan Lawrence, ganador en 2019, que nos presenta su nuevo tema en video por estar afectado por el COVID-19, ya no había duda, estábamos ante una de las mejores finales de sesenta y cinco años de Eurovisión. ¡Si es que hasta la prestación de la cuenta atrás fue bonita! Y como corresponde a una final de categoría, la votación fue de infarto. Suiza y Francia se batieron en un apasionante duelo por los votos de los jurados expertos, decidida a favor del primero, con Malta e Italia a cierta distancia. Las dos baladas francófonas pescaban en el mismo caladero, y se notó cuando llegó el turno del voto popular, que dio la espalda a la maltesa y aupó a Italia y Ucrania por delante de la francesa. 25 miserables puntos daban la victoria a Italia y desataban el delirio en el Róterdam Ahoy.
Venganza romántica, se llama esto. Raphael Gualazzi en 2011, Il Volo en 2015 y Mahmood en 2019, perdieron el trofeo por escaso margen. Este año han sido los espectadores quienes han dejado a la favorita maltesa con cara amulada, y a Francia y Suiza con la honrilla de haber reverdecido viejos laureles y arrasado con los premios Marcel Bezançon, que reconocen la excelencia artística. ¿Solo ganan las canciones en inglés? Ah, pues será por eso que Italia, Francia, Suiza y Ucrania han copado cuatro de las cinco primeras posiciones con canciones en su idioma.
Qué quieres que te diga, querid@ amig@ eurofán. Pienso que desde el mítico "Nel blu dipinto di blu" de Doménico Modugno en 1958, también en tierras tulipandesas, Italia ha podido ganar en 1961 con Betty Curtis, en 1966 con el propio Modugno, en 1974 con Gigliola Cinquetti, en 1984 con el recientemente desaparecido Franco Battiato y Alice, en 1987 con Umberto Tozzi y Raf, en 1992 con la maravillosa Mia Martini, en 1997 con Jalisse, y más recientemente con los citados Raphael Gualazzi, Il Volo y Mahmood, o incluso con la delicada "L'essenziale" de Marco Mengoni en 2013, injustamente relegada a la séptima posición. Hasta Diodato hubiese tenido serias opciones en el non nato festival 2020. Esas son solo algunas de las propuestas italianas que, sobre todo las más recientes, hicieron suspirar de alguna manera por esa anhelada victoria que llevara el festival a tierras italianas. Llegaron incluso a ausentarse más de una década del concurso como medida de protesta.
Y van y rompen una sequía de tres décadas con la que a priori a muchos nos había parecido la canción más floja que habían defendido en los últimos tiempos.
En el lado contrario, y frente al éxito italiano y francés, los cuatro países que asumieron el bochorno de escuchar que al público no le había gustado su canción: Reino Unido, Alemania, España y los Países Bajos. Cuatro ceros seguidos que sumieron en el griterío al inmenso recinto. Aunque solo subió al marcador el rosco de Reino Unido, pues el resto algo pescó de los jurados, es muy significativo el hecho: Sólo en cinco ocasiones ha habido cuatro canciones que se han ido a cero del Festival: 1956 y 1962, 1963, 1964, 1965.
Y, en ese grupo de vergonzosas perdedoras, la delegación de RTVE.
Que la anécdota de cuatro segundos del solista italiano en los prolegómenos de la votación no nos tape lo verdaderamente importante: Hemos vuelto a asistir a un nuevo bochorno continental por una pésima preparación de nuestra televisión pública, que sigue arrastrando el nombre de nuestro país y de una industria musical por los pabellones de toda Europa, ensayando excusas que justifiquen un hecho incontestable: Desde 1969 no ganamos el festival, nuestra última vez entre los cinco primeros ya se pierde en 1995, y desde entonces solamente hemos pisado el Top10 en siete ocasiones. Lo que predomina son las últimas plazas: Doce de las últimas dieciséis actuaciones españolas han merecido un puesto por debajo del veinte. Quizás eso explica que ningún cantante de España actúe en los tejados de Róterdam, que nadie de nuestro país vaya en coche por la ciudad cantando con Edsilia, o que, en fin, los únicos vídeos que tengamos para enseñar de nuestros últimos veinticinco años sean el chiki-chiki y el gallo de Manel Navarro.
Menos mal que los eurofans españoles somos resilientes: Eurovisión es nuestra droga.
*. Texto también publicado en la web de OGAE Spain.