Un día hablando con unas compañeras de clase (si leéis esto, sabed que os debo una muy grande) me enteré, así, casi sin quererlo, de que James Rhodes iba a dar un concierto en la maravillosa ciudad compostelana de la que estoy tan enamorada.
Sí, justo aquel hombre que me había conquistado unos meses atrás con su libro Instrumental, a base de fríos bofetones de cruda realidad y pedacitos de cálida esperanza, ofrecía un concierto de piano con la promesa de hacer verdad un sueño que, sospecho, comparto con todos los que esa noche llenamos la sala del Palacio de Congresos.
Así fue como el 10 de marzo por fin pude ver en carne y hueso la delgada y encorvada figura de Rhodes al piano en un espectáculo llego de sencillez, pero no por ello de menos emoción, consiguiendo el que es, sin lugar a dudas, uno de sus principales objetivos: que incluso una ignorante de la música clásica como yo pudiese disfrutar de la brutal energía que ésta puede transmitir.
Foto tomada de su página en Facebook (enlace aquí)
Un breve repertorio de piezas musicales entremezclado con la voz fina, frágil y cristalina del pianista más rarito y fuera de serie que te puedas imaginar (su vestimenta compuesta por su típica sudadera de Chopin y unos vaqueros oscuros) me demostró que James está comprometido con su intención de hacer del piano un instrumento accesible a todo tipo de público.Antes y después de ponerse manos a la obra sobre el teclado, Rhodes se paraba a pronunciar unas palabras -tan cargadas de metáforas, humor y autenticidad como en su libro- que lo hacían muy empático y cercano a su audiencia. Es por ello que, además de contar las tragedias que llevaron a los compositores a escribir una melodía, también dejó espacio para perdonarse por no hablar español (añadiendo que, en efecto, eso lo convertía en el "típico gilipollas británico"), que sentía lo del Brexit, y que, por último, pero no menos importante, Fuck Donald Trump!
Y finalmente, después del concierto, llegó una cola larga pero más rápida de lo que parecía en un principio para la firma de libros. Cual adolescente que espera con ilusión el autógrafo de un ídolo, me acerqué a James en un frente a frente de formalismos al uso tipo "encantada de conocerte", "felicidades por el concierto" y demás palabrería en la que te quedas diciendo menos de lo que querías, pero diciendo al fin y al cabo, obteniendo a cambio esa sonrisa tímida, infantil y tierna de un hombre que, como tantos otros, ha hecho callar a sus fantasmas con el sonido de un instrumento y que, ya de paso, nos regala música e ilusión a otros.
Sin duda, su firma quedará indeleble en esa primera página de mi libro, el eco de su música seguirá escuchándose por mucho tiempo en mis oídos y esta grata experiencia quedará por siempre grabada en mi recuerdo.
Por todo ello, gracias, James.