El I Encuentro de las Letras de Babia y Luna fue todo un éxito. Foto: Dalmacio Castro
El sábado 8 de agosto, a eso de las nueve de la tarde, comencé mi intervención en el Primer Encuentro de las Letras de Babia y Luna ante más de cien personas que escuchaban atentas lo que tuviera que contarles acerca de mi carrera literaria y, concretamente, sobre Con la vida a cuestas. ¿Por qué alguien de Barcelona, que sólo había pasado tres días en Babia, hacía ocho años, había decidido ubicar buena parte de la trama de su segunda novela en una comarca que no poca gente sigue creyendo que sólo existe en el refranero popular?
Fui el último de los cuatro autores invitados en intervenir. Empezaba a hacer frío, estaba algo nervioso (no imaginaba que asistiría tanta gente) y, sobre todo, me tocaba hablar después de la exposición brillantísima de un orador (y escritor, tengo tres de sus libros esperando su turno) magnífico, Miguel Paz Cabanas, babiano de adopción, sobre quien hablaré más adelante. Como lo haré de la organizadora del acontecimiento, Silvia Aller, poeta, fotógrafa, apasionada de los libros y de la naturaleza exuberante de esa tierra leonesa que, desde luego, es bien real. Abruma de tan real que es.
El escenario, el patio del Palacio de Quiñones, en Riolago de Babia, Casa del Parque Natural de Babia y Luna, y la compañía eran inmejorables, así que el resultado final sólo podía ser bueno. Pero eso fue la tarde del 8 de agosto. Antes sucedieron varias cosas dignas de ser contadas.
Partimos de Vinuesa el día 6 a mediodía (no somos muy de madrugar), con destino a León, donde tenía intención de visitar algunas librerías (que me había sugerido una lectora leonesa, Mónica, anfitriona en su momento del libro viajero; muchas gracias de nuevo) con la esperanza de que se quedaran con algunos ejemplares de Con la vida a cuestas en depósito. Paramos a comer en Sahagún, escala obligada para los montones de peregrinos que, a pie o en bicicleta, recorren el Camino de Santiago en agosto. Sus iglesias románicas, construidas con ladrillo rojo, de estilo mudéjar son dignas de contemplación.
Iglesia de San Lorenzo (s. XII), en Sahagún. Foto: Benjamín Recacha
Poco después de las cinco ya estábamos en León, así que, con mi optimismo característico, le envié un mensaje a Horacio (pronto sabréis quién es) para comunicarle que llegaríamos a La Cueta entre las siete y las ocho. No contaba con que visitar librerías implicaba charlar un rato con los libreros, y más si muestran tan buena predisposición a acoger tus libros.
En la librería Valderas y en Artemis fueron encantadores. Hablamos de la novela, de Babia, de otros escritores de la zona, y se quedaron tres ejemplares en cada una. En la Pastor no hubo tanta complicidad, pero les agradezco igual que se quedaran dos ejemplares. Ahora, a esperar que haya lectores leoneses interesados en mi obra.
‘Con la vida a cuestas’ en la librería Artemis. ‘Con la vida a cuestas’ en la librería Valderas. ‘Con la vida a cuestas’ en la librería Pastor.Como no podía ser de otra manera, llegamos a la Casa Rural La Cueta Alto Sil, cerca de las diez de la noche, casi con la cena esperando en la mesa…, aunque si vais alguna vez (y os recomiendo que lo hagáis) comprobaréis que el reloj no es un artilugio demasiado útil cuando uno está en Babia. Además del paso por León nos detuvimos a contemplar el espectacular embalse de Barrios de Luna, puerta de entrada a una tierra que es una postal continua, de ahí el retraso.
Con vistas al embalse de Barrios de Luna, un buen lugar para leer. Foto: Lucía Pastor
Los recordaba bien, tanto la casa como el entorno, si bien el pueblecito, el más alto de la provincia de León, ha recibido un buen lavado de cara, sobre todo por el empedrado de las callejuelas, cosa que agradecen los coches de los turistas.
La Casa Rural La Cueta Alto Sil. Definirla como acogedora es quedarse muy corto. Foto: Benjamín Recacha La Cueta, un pueblecito de cuento. Foto: Benjamín RecachaNo estaba Horacio, sino su hermano, Dalmacio, a quien no tuvimos la suerte de conocer la vez anterior. Lo mejor de la casa no son sus instalaciones, ni las habitaciones, ni los servicios, ni siquiera los desayunos y cenas caseras, que son excelentes, sino el trato que reciben los huéspedes, absolutamente familiar. Lo que me marcó de la primera visita fue el hecho de compartir mesa con el resto de huéspedes (sólo hay tres habitaciones) y los anfitriones, lo que propiciaba una complicidad y una relación de cercanía desde el primer momento.
En aquella ocasión fueron Horacio y su madre, Visitación, quienes nos obsequiaron con esa peculiaridad, que ya tengo claro que no es cosa de la familia, sino de las gentes de la comarca en general. La hospitalidad babiana. La disfrutamos cada uno de los días que pasamos en esa tierra maravillosa.
La hospitalidad y la familiaridad que sentí hace ocho años permanecían frescas en mi memoria cuando me puse a escribir mi segunda novela, lo que fue decisivo para tomar como referencia La Cueta y la casa donde nos alojamos, incluso las personas que conocimos allí, a la hora de localizar la acción.
Poco podía imaginar que tal licencia acabaría haciendo posible que me invitaran a participar en un acto literario.
Cuando envié un ejemplar a la casa, como agradecimiento por haberme inspirado (aunque fuera involuntariamente) un escenario y varios personajes y, posteriormente, decidimos regresar para disfrutar de Babia, no tenía ni idea de que Silvia Aller estaba organizando un encuentro literario en Riolago. Antes del viaje pregunté a Horacio si veía posible hacer una presentación durante las fechas de nuestra estancia y en un par de días me puso en contacto con Silvia. Benditas coincidencias.
Ponerme de acuerdo con ella fue cuestión de segundos durante la larga charla telefónica que mantuvimos. Yo estaba encantadísimo con la posibilidad de participar en el acto, daba igual que lo compartiera con otros autores; en ese momento no pensaba en si vendería más o menos libros. El simple hecho de que contaran conmigo ya significaba un gran honor, todo un éxito para alguien a quien nadie conocía allí.
Como decía, llegamos con la cena a punto y una familia vitoriana, Mónica, Iñaki y sus hijos Elur y Koldo, sentada a la mesa acompañados de Dalmacio. Albert, nuestro hijo, necesitó medio minuto para hacerse amigo de los otros niños. Los adultos tardamos algo más, un par de horitas, las que compartimos en torno a la mesa, degustando una cena exquisita acompañada de buen vino del Bierzo, charlando y riendo. La escena se repetiría durante dos desayunos (aunque sin vino) y una cena más, puesto que ellos se marchaban el sábado. Pero volverán a aparecer en estas crónicas…
De los paisajes babianos os hablaré en otro post, ya que merecen que lo haga con detalle, así que ahora vayamos al evento literario.
El viernes conocí en persona a Silvia y a Miguel Paz. Quedamos en la Casa del Parque Natural de Babia y Luna, donde trabaja ella, para concretar los detalles del encuentro del día siguiente. Además, se quedó algunos ejemplares de mi libro para ponerlos a la venta allí, donde también está su poemario Sentir así. Me causaron una impresión buenísima, aunque las sensaciones positivas se multiplicarían por mucho al día siguiente.
Antes de las ocho el patio del palacio ya estaba lleno de un público llegado de varios puntos de la comarca, buena parte de vacaciones en la tierra de su infancia. El número de sillas disponibles se quedó muy corto.
Preparé unos cuantos libros en la mesa dispuesta a un lado del recinto, pensando en la posibilidad de que al finalizar el encuentro algún asistente decidiera quedarse alguno, convenientemente dedicado. Pero mi sorpresa fue que tuve que ejercitar la mano antes de empezar, sin haber tenido siquiera la oportunidad de “vender” las excelencias de mi pluma.
Preparando los ejemplares de ‘Con la vida a cuestas’ con el apoyo moral de mi hijo Albert. Foto: Lucía Pastor Firmando libros para Miquel, otro badalonés en Babia, y Pepe, “el de la Panera”.Foto: Lucía PastorHubo una anécdota digna de recordar, otra de esas coincidencias difíciles de explicar. Después de vender el primer libro se acercó una pareja de amigos. Uno de ellos cogió un ejemplar y al abrir la solapa y ponerse a leer mi reseña biográfica exclamó divertido: “¡Anda, si es de Badalona!”. Resultó que su compañero, un señor con una considerable mata de pelo totalmente blanco (contrastaba con la ausencia completa de cabello en el primero), también era badalonés. Estaba de vacaciones en Babia (su esposa es de Villablino, en la vecina comarca de Laciana), pero lleva casi medio siglo residiendo en Suiza. Evidentemente, tanto Miquel como Pepe, “el de la Panera”, se llevaron mi novela dedicada.
Ayer recibí un email de Miquel en el que me explicaba que ya la había acabado. Entre otras cosas, me decía: “Me ha gustado, la encuentro distinta a las muchas novelas que he leído. Tienes una gran imaginación describiendo a personajes sacados de tu mente, aunque seguro que te has inspirado en algún que otro personaje existente en la realidad”. Cosas como ésta dan todo el sentido al camino que emprendí hace tres años y a la decisión de hacerlo de forma independiente.
Los personajes… Pues sí, supongo que todos los escritores tomamos modelos de nuestro entorno inmediato, nos fijamos en gente que conocemos, en famosos, o tomamos clichés que puedan ser familiares a cualquier lector. En Con la vida a cuestas hay un poco de todo, aunque creo que mis personajes suelen tener una dosis mayoritaria de cosecha propia.
Como ellos ya lo saben, puedo decir que los tres personajes que viven en La Cueta están basados en las tres personas que conocí allí la primera vez que estuve: Pedro es Horacio, Marga es su madre y Ana es Diana, la sobrina de Horacio y Dalmacio, y nieta de Visitación. La conocí con siete años y allí estaba, en Riolago, ocho años después, atenta a mis palabras, igual que su madre, Maribel y sus tíos. Su abuela, algo pachucha, se quedó en casa.
Parte del numeroso público, con los “fans” de La Cueta aportando su apoyo moral. Foto: Lucía Pastor
La verdad es que los personajes del libro no tienen nada que ver con sus modelos reales. No sé nada de sus vidas, así que cualquier parecido entre lo que aparece en la novela y la realidad es pura coincidencia. En cualquier caso, qué sensación tan… no sé, me atrevería a decir que “mágica” me produce echar la vista un mes atrás, cuando nada de lo acontecido en Babia era ni siquiera un proyecto, y comprobar cuántas cosas buenas han sucedido, cuánta gente estupenda he conocido. Sinceramente, experiencias así son impagables.
Pocos eventos literarios consiguen reunir a tanto público. Foto: Lucía Pastor La lectura de los poemas de Antonia Álvarez fue emocionante. Foto: Lucía PastorEl encuentro literario lo abrió Silvia, visiblemente nerviosa y emocionada; no me extraña, tiene mucho mérito todo lo que consiguió mover. Además de los autores allí presentes, ella misma, Miguel Paz Cabanas, Antonia Álvarez y un servidor, el acto contó con acompañamiento musical en directo, el del arpista Orlando Estupiñán, todo un acierto.
Silvia y Antonia, veterana autora leonesa muy reconocida, con diversos premios y montones de poemas a sus espaldas, recitaron varios de sus versos, dedicados sobre todo a la naturaleza, a los recuerdos de infancia y al precioso paisaje babiano. Miguel Paz también leyó algunos poemas, pero de factura muy diferente, puesto que fueron resultado de una experiencia personal increíblemente dura.
Él es un autor reconocido, sobre todo por sus obras en prosa, con las que ha ganado varios premios. Leyó fragmentos de Memorias de un cabrón resentido, un volumen editado con un gusto exquisito por Los libros de Camparredonda, donde recoge algunos pasajes deliciosos de su infancia en Babia, pero sobre todo habló de la extraña enfermedad que lo dejó al borde de la muerte y que, tras superarla, le llevó a escribir Oración de la negra fiebre, publicado por Eolas ediciones.
A continuación os dejo la grabación del acto. Os recomiendo que la escuchéis. Yo soy el último en intervenir. Explico de forma resumida mi experiencia como autor independiente, el proceso que me llevó a escribir Con la vida a cuestas y leo un fragmento en el que queda de manifiesto la belleza natural de Babia.
Pero sobre todo os recomiendo que escuchéis los poemas de Antonia Álvarez y de Silvia Aller, y la intervención brillante de Miguel Paz Cabanas. No pretendo quedar bien si digo que formar parte de los protagonistas del encuentro, además de un honor, fue una oportunidad, otra más, para aprender.
http://www.ivoox.com/primer-encuentro-letras-babia-y_md_7602384_wp_1.mp3
Y tras las palabras, fue el momento de firmar libros. Al pensar en ello siento, sobre todo, agradecimiento. Aunque uno sueña con que lo lean miles de personas, en realidad eres consciente de que se trata de eso, de un sueño, así que cada libro que un desconocido te pone delante para que se lo dediques es un motivo de celebración. En Riolago de Babia, el 8 de agosto, hubo unos cuantos de esos.
Lo dejo aquí. Tengo mucho más que contar sobre la belleza paisajística y humana de Babia, sobre la hospitalidad babiana. Lo haré en la próxima crónica.