Revista Comunicación
El palo olímpico que hoy muestran todas las portadas de los periódicos españoles me parece un déjà vu. Lo cierto es que esta decepción mayúscula parece una vez más cosa de esa clase social llamada prensa. No creo que nadie en España diese por sentado ni que Madrid era favorita ni que por supuesto iba a ser olímpica. Es más, la noticia hubiese sido muy bien recibida si ayer por la noche nos hubiésemos enterado como quien no quiere la cosa de que nuestro país iba a volver a albergar unos juegos, o si con naturalidad se hubiese anunciado que finalmente Madrid no lo ha conseguido y que será Tokio la que los celebre. Lo que ocurre es que el tratamiento mediático en España, una vez más, se ha pasado de la raya. Que durante más de una semana no se hable de otra cosa más que de la candidatura. Que el país se haya parado durante una tarde entera como si estuviese, no ya celebrando la elección, sino la propia innauguración de los juegos es, a mi parecer, pasarse de la raya. Yo ni quería ni dejaba de querer unos juegos en Madrid. Veía muchas cosas negativas y como único rasgo positivo mi situación personal: si quiero ver unas Olimpiadas más me vale que sean aquí. Y es que nuestros medios, sobre todo nuestra televisión pública, parecen no aprender de la anual experiencia que supone,en esto de las elección o concursos por votos, Eurovisión. Todos los años se repite la misma canción previa al festival: la ilusión de la delegación española, lo encandilado que están los extranjeros con la gracia española, lo favoritos que somos. Esto mismo cada año, y esto mismo, por ridículo que suene también ayer y antes de ayer y toda esta semana escuchábamos una y otra vez de la candidatura de Madrid. Si la expectación no hubiese estado fuera de todo contexto, la "decepción" no hubiese sido gigante. Madrid hubiese vuelto sin ser elegida pero pudiendo volver a intentarlo sin este halo de cansino que no aprende y una y otra vez lo intenta. Pero claro, si esto hubiese tenido una cobertura dentro de los parámetros del sentido común nos habríamos perdido a Ana Botella ejerciendo de señora campechana y castiza en un discurso en un inglés botellero que no hacía ni una sola referencia ni al espíritu olímpico ni a la práctica o filosofía deportiva, no. Ella prefiere destacar las virtudes casposamente retratadas del pueblo madrileño reduciéndolo a un estereotipo preconstitucional. En fin, que perdernos eso en pro de la mesura mediática no sé si habría merecido la pena.
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