Prados verdes y amarillos y el Pirineo al fondo. Foto: Lucía Pastor
Quienes habéis sido bendecidos con la dicha de la paternidad (o maternidad) convendréis conmigo que por muy feliz que sea cada segundo invertido junto a esos seres maravillosos denominados hijos, que jamás pero jamás de los jamases ponen a prueba nuestra paciencia, no viene mal de vez en cuando, aunque sea muy de vez en cuando, hacer una escapadita sin su siempre apreciada y apreciable compañía. La única condición necesaria para llevarla a cabo es tener una pareja dispuesta a ello y unos padres-canguro disponibles. En mi caso afortunadamente es así.
A los yayos todavía se les sigue cayendo la baba con su nieto, así que un día entero con su noche incluida, tampoco vayamos a pasarnos… (evóquese en este punto un silencio nocturno con su correspondiente cric-cric) es una oportunidad irrenunciable. Cuando les pida dinero para irse de juerga y se pase el día enganchado al whatsapp ese o lo que sea que inventen dentro de una década ya veremos si lo que sueltan por la boca es baba o más bien espuma. Aunque pensándolo bien, creo que será él quien nos anime a hacer escapaditas con la promesa de cuidar del hogar cual celoso perro guardián.
Una gata muy sociable. Foto: Lucía PastorNogales en el Hostal Nou de Crespià. Foto: Benjamín RecachaImpresionante pino en el entorno del Hostal Nou de Crespià. Foto: Benjamín RecachaEl precioso jardín del Hostal Nou de Crespià. Foto: Benjamín RecachaLa gata nos acompañó en nuestro paseo. Foto: Benjamín RecachaPero vayamos al grano, que lo que pretendía con esta entrada era loar las maravillas paisajísticas de la tierra donde vivo, Catalunya. Son múltiples y variadas, aunque hay una zona en particular que me fascina especialmente: el Alt Empordà y sus comarcas vecinas. En esta ocasión el Pla de l’Estany y La Garrotxa. La escapadita ha sido muy breve, pero suficientemente destacable como para recomendaros encarecidamente que, si podéis, os deis una vuelta por los pueblecitos de Esponellà y Crespià, que quedan entre Banyoles y Besalú, y os dejéis caer por el Hostal Nou de Crespià, rodeado de nogales, olivos jóvenes y prados verdes, donde os recibirán como en casa y os tratarán como si fuerais de la familia, incluso el perro y las dos gatas. Aviso: corréis grave peligro de ganar algunos kilos. Sólo cenamos una noche, suficiente para saber que sería feliz haciéndolo el resto de mi vida (lástima que mi bolsillo no lo permita). Quiche casera, con cebollitas dulces del huerto y nueces autóctonas; vino del Empordà; solomillo de cerdo que se deshacía con sólo acercar el tenedor, aderezado con hierbas aromáticas y una salsa para relamerse; y para rematarlo fresones bañados en helado. Por la mañana, un desayuno de esos que no hace falta volver a comer hasta la cena, claro.
Escribiendo en uno de los rincones del Hostal Nou de Crespià. Foto: Benjamín Recacha
Tras el desayuno, y con la convicción de que no me importaría pasar allí una temporada escribiendo, alternando entre los muchos rincones inspiradores de una finca tan acogedora, nos despedimos de Elena y Joan, albergando la remota esperanza de que nos dijeran “quedaos una noche más, invita la casa” (evidentemente, quedó en eso, una esperanza remota), y pusimos rumbo a Besalú, que hacía tiempo que no paseábamos por sus calles medievales. Por el camino tuvimos que parar para hacer la foto que encabeza esta crónica y dejar constancia de que, efectivamente, se trataba de un paisaje real y no un cuadro.
Besalú es un pueblo medieval que ha sabido conservar su llamativo patrimonio arquitectónico y, por tanto, llama la atención de muchos, muchísimos turistas, así que es el turismo su principal actividad económica. En día festivo, y si el tiempo acompaña, como pasó el viernes, pasear por sus bonitas calles puede llegar a resultar agobiante. Parecía que todo el mundo nos había “copiado” los planes. Al llegar a la zona de aparcamiento ya intuimos que probablemente en las Ramblas de Barcelona encontraríamos menos gente, y así fue. El icono de Besalú es su espectacular puente medieval sobre el río Fluvià, una de las imágenes más fotografiadas de Catalunya. Lo que en esta ocasión más nos llamó la atención fue la cantidad de cabezas que asomaban a lado y lado. En cualquier caso, es un lugar que merece mucho la pena visitar (a ser posible no en temporada alta), perderse por sus callejuelas y admirar edificios, restos arqueológicos y el bello paisaje natural que lo enmarca.
Puente medieval sobre el río Fluvià. Foto: Benjamín RecachaPara acceder a Besalú por el puente hay que pasar esta puerta. Foto: Benjamín RecachaVista de Besalú desde el puente medieval. Foto: Benjamín RecachaMis pelos al viento y yo, en Besalú. Foto: Lucía PastorIglesia de Sant Vicenç de Besalú. Foto: Benjamín RecachaComo había tanta gente decidimos buscar un sitio para comer en otro pueblo menos concurrido, así que hicimos parada en Serinyà, donde descubrimos que hay un importante parque de cuevas prehistóricas, que estuvieron habitadas durante el Paleolítico. En la misma zona, cerca del lago de Banyoles (lugar de visita obligada), también se encuentra el parque del Neolítico de la Draga, así que en una próxima salida aprovecharemos para recorrerlos, esta vez con niño.
Después de comer recogimos al peque de casa de los yayos (no se mostró muy conforme el tío, normal después de haber vivido durante unas horas como un indio, con tipi, hoguera, arco, flechas y pipa de la paz incluidos. El abuelo, que es muy apañao) y nos quedó tiempo para una última parada en Blanes. Allí nos dimos cuenta de que si por la mañana todo el mundo se había puesto de acuerdo para ir a Besalú, por la tarde el destino elegido había sido Blanes. Nuestra visita no era por motivos turísticos, sino por una razón que me hacía muchísima más ilusión: iba a conocer en persona a la cangreja más dicharachera de la blogosfera, Ikram Barcala, a la que muchos conoceréis de su imprescindible blog La inmortalidad del cangrejo.
Fue un encuentro muy agradable. Es genial desvirtualizarse y descubrir que esa persona (bueno, en este caso cangreja) con la que tienes un feeling especial a través de la red es igual en la realidad física. Me quedó la sensación de que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, y lo mejor fue que el buen rollo se hizo extensible a nuestras respectivas familias, especialmente entre los dos peques, que no pararon de jugar juntos.
Lástima que sea una crustácea tan tímida y no pueda certificar el encuentro con la correspondiente foto de familia. En otra ocasión será.
Y hasta aquí el relato de dos días cortos pero intensos. Las próximas crónicas volverán a tener un claro acento literario. Va a ser mi primer Sant Jordi como autor y pienso dar buena cuenta de la experiencia. Os recuerdo que mañana estaré firmando libros en la plaça de la Vila de Badalona (a partir de las 18 horas) y el miércoles lo haré a mediodía en Caldes de Montbui, con la librería Llamborda, y por la tarde (de 16 a 17 horas) en Barcelona, en el estand de la librería Espai Literari en la plaça Joanic de Gràcia. Si queréis conocerme ya sabéis dónde encontrarme.