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Muchos, conociéndome, se preguntarán que qué diantres se me había perdido a mi en el Sonisphere el 31 de mayo. Pues bien, fui a conocer “formalmente” a los Iron Maiden.
Era la primera vez que iba a un concierto de este grupo. Me habían hablado mucho de la puesta en escena y de que sus conciertos eran todo un espectáculo y así fue.Para empezar hay que decir que, aunque el festival incluía diversos conciertos de grupos de heavy metal, nosotros íbamos, principalmente, a ver a los Iron Maiden.Entramos un poco más tarde de la hora a la que daba comienzo el festival.
Los Iron Maiden hicieron esperar a los, cada vez más entusiasmados seguidores, pero finalmente comenzaron con su espectáculo basado en sus éxitos de los años 80.
Estas fueron las canciones que tocaron:
Moonchild
Can I Play with Madness
The Prisoner
2 Minutes to Midnight
Afraid to Shoot Strangers
The Trooper
The Number of the Beast
Phantom of the Opera
Run to the Hills
Wasted Years
Seventh Son of a Seventh Son
The Clairvoyant
Fear of the Dark
Iron Maiden
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Aces High
The Evil That Men Do
Running Free
Cada tema iba acompañado por una escenografía diferente: muñecos articulados, fondo de escenario relacionado con cada canción que iban a tocar. Hubo, incluso, espectáculos de pirotecnia: llamaradas y fuegos artificiales.En las semanas posteriores al festival, no tuve tiempo suficiente para aprenderme toda la discografía de los Maiden y así poder cantarla en el concierto, pero sí que pude cantar, o por lo menos tararear: The Trooper, Fear of the dark, Running Free o Aces High.
Los Iron Maiden dieron en el clavo al cumplir con mis expectativas: Iba a escuchar buena música heavy y escuché buena música haevy. Buenas líneas de guitarras y buena calidad vocal del cantante. Otro detalle a destacar: el dinamismo de los seis integrantes del grupo: Subían y bajaban por las estructuras que conformaban la escenografía del escenario, que imitaba al hielo y se cambiaban de vestuario según el tema que fueran a tocar.
Me encantó el ambiente. No soy amiga de las aglomeraciones, pero el sitio era tan grande que no había problemas de espacio- el festival se llevó a cabo en el Auditorio Miguel Ríos en Rivas Vaciamadrid-, por lo menos en las gradas, así que estuve de lo más a gusto.
Había gente de todas las edades. Durante el concierto, a mi lado había a un niño de unos doce años que, junto con su padre, disfrutaba del ambiente y hacía fotos visiblemente emocionado.
Si bien es cierto, que al acceder al recinto, durante los primeros minutos, me sentí como Clara en la casa del abuelo de Heidi: con sus zapatitos de charol y su vestidito de organdí, recordaba mi violín con nostalgia y rezaba plegarias por mis oídos, pero todas estas impresiones fueron sólo eso: impresiones; logré camuflarme estupendamente en el entorno y sonreí con agrado al encontrarme a “motivados” haciéndole los cuernos a cualquier desconocido sólo con verle puesta la camiseta del The number of the beast. Había mucha gente disfrutando de la música. Gente hermanada con otra coreando las canciones… Este es un aspecto que se echa de menos en los conciertos de música “clásica”. No es que la gente disfrute más de la música en los conciertos de los Maiden que en los de Lang Lang; es que el ambiente de solemnidad que tiene lugar en los conciertos de música “clásica”, requiere la misma solemnidad en los oyentes, por convencionalismo, y los oyentes expresan su emoción de de otra manera más discreta.
Todo iba muy bien hasta que, después de estar tres horas de pie al calor de la música, empezó a entrar el hambre… Colas de tres horas para comprar un simple bocadillo o una botella de agua. Gente que te empujaba y te miraba mal si accedías a la cola para hacerle compañía al colega al que le había tocado- por votación popular y por ser conocedor de estrategias militares para acceder más rápidamente al mostrador-, hacer la cola. Todo esto unido a que hacía un frío que hacía justicia al del Polo Norte, medio grupo decidió volverse al coche, yo incluida, después de comerse un kebab regulero, pues me esperaban varios días de altas fiebres y de gripe.
El balance musical de la experiencia fue muy positivo y espero volver a repetir. A ver si con la inercia, la próxima vez puedo llegar a tiempo al concierto de Siniestro Total e ir ampliando, así, mi experiencia en festivales y conciertos de música ratonera, como diría mi padre.