Colaboración especial de J. S. de Montfort
Recién mudado de vuelta a la ciudad, comenzó entonces a sentir “una insatisfacción” que poco a poco fue plasmando en su blog Carcelona y que, ahora, gracias al aliento de José Pons y su editorial Melusina, toma la forma de libro misceláneo. Ha de decirse pronto que el libro no representa exactamente lo que fue el blog sino que, dice Caellas, “en la mayoría de los casos se trata de creaciones originales pensadas para esta edición”.
A la veleidad de la escritura cibernética, un poco surgida espontáneamente de los estímulos (negativos) azarosos que se disparan en el día a día, aquí se le opone la concisión de la crónica / ensayo breve y la circunscripción a los límites de capítulos perfectamente organizados en diez secciones (Carcelona rules, C. animals, C. power, C. trademark, C. rebels, C. love, C. cinema, C. theater, C. tv y C. words) con la adición de una introducción, prólogo (de Pepe Ribas) y un epílogo en forma de canon, más un apéndice de blogs consultados (todo ello a la manera rizomática de Deleuze). Así, lo que ha conseguido el empuje de Pons ha sido que Caellas convierta en sentimiento coherente y organizado lo que no eran sino urgentes explosiones emocionales surgidas de impulsos concretos y aislados.
Tal organización de las cosas le da la oportunidad a Caellas de sentirse libre para crear una interrelación satisfactoria entre lo personal y lo comunal, y así no sólo nos encontramos en el libro con los mini-ensayos sobre temas concretos (Copito de Nieve, la ordenanza del civismo de 2005, la historia y el estado actual del turismo low cost, las inversiones publicitarias creadas por “los asesores posmodernos del ayuntamiento”, las visitas papales, etc.) o las crónicas en las que, a la manera del artículo periodístico, el autor aprovecha una situación vivida para dar cuenta de una determinada realidad ciudadana (para troncharse cuando cuenta que estando en Sarrià lo confunden con un anti-sistema).
Este esquema, como digo, lo aprovecha Caellas también para hacer un análisis del estado del teatro en la ciudad, de cómo se ha representado la urbe en el cine, para sugerir una desternillante (por certera) hipotética serie de tv que, a la manera de The Wire, sirva “para entender el poder hoy en día” o incluso para esbozar una visión sociológica del amor en la ciudad. Por no hablar del análisis sobre los “opinadores a sueldo” que tiene Barcelona, distinguiendo cinco tipos de columnistas que escriben en los periódicos, sobre los que dice Caellas que “un escritor de Carcelona puede considerarse consagrado cuando le ofrecen una columna de opinión en alguno de los periódicos que se editan en la ciudad”. Tal capítulo (el último, el diez) es un capítulo antológico, de esos que, tras ser leídos, al lector no le queda más que lanzar con júbilo el libro al suelo y patear (no el libro, sino el suelo) y tocar palmas (al estilo free-flamenco) de puro respeto y admiración, levantando el pañuelo para pedir las dos orejas y el rabo.
Porque hay algo que conviene señalar y es que Caellas no se corta en dar nombres, no teme señalar con el dedo el foco del problema, no es hipócrita, pues; pero procede “con cero resentimiento”, como dice Pepe Ribas. Este es el gran valor de este libro, a mi entender, que la crítica no se hace con afán de notoriedad, ni cinismo, como ha sucedido con muchos de los libros pretéritos que criticaban la ciudad. Porque hay en él un interés personal, un interés de que lo personal, mejor dicho, comulgue con lo comunal; un interés porque la separación entre el disfrute del individuo y su satisfacción y las directrices y ordenanzas de quienes gobiernan tales placeres y libertades, pero, sobre todo, de aquellos quienes los secundan (los palmeros del poder), desaparezca de una vez, y se consiga vivir en concordia: pluralmente.
Es así Carcelona un libro que apuesta porque la realidad no sea una cárcel sino un colorido y variopinto mosaico. Y un libro, además, relevante, un ejercicio de valentía y (auto)consciencia, porque pone el foco del problema en algo fundamental, que sucede en Barcelona, pero es signo contemporáneo: que “los forasteros son vistos como la causa de todos los problemas”. Con ello, Caellas llama la atención sobre algo insoslayable y gran lacra del individuo “aniñado” y libertino (en el sentido ético) del siglo XXI (no el de Barcelona, sino el global): que igual la culpa la tiene uno mismo, y no los demás. Y que las críticas deben comenzar siempre desde el yo, desde el aquí, y desde el ahora.
Claro que se puede o no estar de acuerdo con algunos de los postulados de Caellas, dada la condición personal de tal crítica planteada en Carcelona. Por ello, será labor del lector, entonces, decidir si secunda lo dicho o se rebela en su contra. Y ahí yace(rá) el triunfo del libro: en ese incitar al ciudadano-lector a que diga la suya, a que tenga sus propias opiniones, estén éstas o no de acuerdo con las del propio Caellas. Y es que, contra la indignación del panfleto, Caellas aduce la inteligencia de la ironía sutil, meditada y con alternativas útiles (aunque no tienen por qué ser universalmente válidas).
Por último, decir que Carcelona no es un libro que deba interesar exclusivamente a los estudiosos del urbanismo, las leyes, la política o a los dichosos (y pesadísimos) coolhunters, sino que la fabulación de las crónicas, así como el aporte personal (de índole sentimental), unido al recuento de hechos que podrán ser extrapolables a muchas ciudades del mundo, abren el interés de Carcelona a un numeroso tipo de lectores, desde los lectores de ficción, hasta los interesados en las misceláneas, los escritores latinoamericanos jóvenes que quieran saber con qué se encontrarán en esta ciudad que es la meca de la industria editorial en español o los lectores interesados en el género de la no-ficción.
En suma, un libro breve, ameno, que da que pensar mientras –al tiempo– hace reír, promoviendo una de esas (son)risas culposas, que delatan que uno, al fin, no se ríe sino de sí mismo, de su silenciosa complicidad con el status quo.