‘El viaje de Pau’ en “su” Valle de Pineta, que, por supuesto, tendrá crónica propia. Foto: Benjamín Recacha
El recorrido del libro viajero por España nunca podrá ser completo. Podría pasarse años viajando y aún se dejaría por visitar montones de lugares preciosos, pero uno que de ningún modo podía faltar es el que inspiró su existencia. Jamás habría llegado a escribir El viaje de Pau si no hubiera conocido Bielsa, el Valle de Pineta y el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. El paraíso en la Tierra, mi paraíso.
Acabo de regresar de nueve días allí, recargando baterías, respirando belleza salvaje, respirando vida. No los he podido disfrutar en la acampada del Valle de Pineta, cerrada hace ya algunos años, como hice durante la mayoría de los veranos de mi vida, así que nos hemos conformado con el camping Bielsa, donde ya estuvimos el año pasado y que tan buena impresión nos causó. No es lo mismo, para que me voy a engañar, a pesar de que el camping disponga de los servicios que no tenía, ni de lejos, la acampada libre, pero se está bien.
Hemos disfrutado muchísimo de la naturaleza y hemos conocido nuevos rincones que, aunque parezca mentira, después de treinta años pateando la zona, no había visitado todavía.
Con este artículo doy inicio a la serie de las crónicas viajeras de El viaje de Pau por el Pirineo Aragonés. Obviamente, el libro utilizado no es el mismo que en estos momentos se encuentra en Valencia, apurando un recorrido que comenzó en noviembre, y al que todavía le falta un último destino, pero seguro que me perdonaréis la licencia…
‘El viaje de Pau’ en el camping Bielsa. Foto: Benjamín Recacha Vista del Monte Perdido desde el camping Bielsa. Foto: Benjamín RecachaDel camping Bielsa ya os hablé el año pasado. Fue un descubrimiento muy agradable, pues aun sin permitir gozar de la libertad absoluta de que disponíamos en la acampada de Pineta, con aquella preciosa pradera rodeada de impresionantes montañas, no transmitía la sensación de agobio, de excesiva cercanía a los vecinos, que he sentido en otros campings. Éste es pequeño, bastante tranquilo, y con buenos servicios. Un buen sitio desde el que organizar las infinitas excursiones que se pueden hacer en la zona… siempre que las condiciones meteorológicas lo permitan. Porque una cosa está clara: las vacaciones al aire libre en el Pirineo pueden ser maravillosas… o un verdadero coñazo. Todo depende de las ganas de hacer la puñeta que tenga la lluvia.
Este año hemos tenido mucha suerte. Sólo nos llovió la noche que llegamos, durante la hora de la comida del día siguiente, otro día durante la cena (que cayó una tormenta de las que hacen temblar), y la mañana que recogimos. El resto del tiempo, un clima ideal para caminar por la montaña.
El primer destino que escogimos fue el cañón de Añisclo, uno de los lugares más impresionantes de los muchísimos lugares impresionantes que salpican el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. La carreterita de acceso, de sentido único en verano porque dos coches juntos no caben (aunque hasta hace algunos años era de doble sentido y había que hacer virguerías cuando te encontrabas a uno de frente), partiendo desde Escalona se adentra en un profundo cañón excavado en la roca hace millones de años por la fuerza del agua del río Bellós. Es un lugar mágico que te hace reflexionar sobre la inigualable capacidad para moldear arte que tiene la naturaleza.
Vista del río Bellós desde el espectacular puente de piedra. Foto: Benjamín Recacha
Añisclo no se entendería sin el agua que brota por todas partes. El agua, en forma de ríos, torrentes, fuentes, lagunas, cascadas, heleros… es el ingrediente fundamental de todo el paisaje pirenaico, lo comprobaréis en estas crónicas, donde difícilmente aparecerá una imagen donde el líquido elemento no esté presente. Pero en Añisclo ese protagonismo es aún mayor. Si con el trayecto motorizado por el cañón no había suficiente, basta con atravesar el antiguo puente de piedra sobre el río, que fluye encajonado treinta metros más abajo, para acabar convencido… o mareado.
Desde aquí se puede acceder caminando al Valle de Pineta atravesando el collado de Añisclo, a 2.500 metros de altura. Son unas once horas de marcha durante las cuales se supera un desnivel de más de mil metros. Quizás algún día me anime a intentarlo.
Evidentemente, en esta ocasión nos conformamos con un paseo mucho más relajado y accesible. Es lo que tiene ser urbanitas y llevar a un niño de cinco años como complemento, aunque siendo justos, Albert parece que tenga genes de cabra; le encanta “explorar”, como lo llama él, por la montaña.
Posando junto al río Bellós, de excursión por Añisclo. Foto: Lucía Pastor
El circuito circular de San Úrbez nos lleva a descubrir la ermita del mismo nombre excavada en la pared de la montaña, el lugar escogido hace tropecientos años por el religioso eremita francés para conectar con Dios y que hoy es destino de peregrinación para los pastores de la comarca. Siguiendo el sendero descendemos hasta el puente de madera que cruza el río de nuevo, desde donde es muy fácil observar el vuelo de los enormes buitres leonados que habitan los riscos. Continuamos la marcha, ahora ascendente, que nos conduce a través de uno de los múltiples bosques húmedos de la zona, hasta desembocar en un nuevo puente, que esta vez nos permite atravesar el río Aso y desde el cual podemos maravillarnos con las espectaculares cascadas que caen sobre una poza de aguas verdes semiescondida. El lugar es ideal para practicar el barranquismo, cosa que de hecho hace mucha gente. Lo paradójico es que los carteles que de vez en cuando nos encontramos hacen hincapié en la prohibición de bañarse en los ríos dentro del ámbito del parque nacional. Se ve que si vas en un grupo organizado y vistes traje de neopreno y casco la prohibición no se aplica.
El circuito de San Úrbez nos lleva a descubrir las preciosas cascadas del Aso.Foto: Benjamín Recacha Sorprendentes y espectaculares cascadas del río Aso. Foto: Benjamín RecachaAtravesamos el puente y el camino nos lleva hasta la cabecera de las cascadas. Sobra decir que hay que ir con mucho cuidado para no acabar practicando el descenso involuntario de tobogán, sin traje de neopreno y sin casco. Y ahí, sobre una roca a la que llegamos subiendo y bajando otras rocas (cosa que entusiasma a Albert), hacemos parada para reponer fuerzas (qué bien sienta un bocata rodeado de naturaleza, con el agua saltarina y el canto de los pájaros como banda sonora), mientras observamos a los grupos de aventureros que descienden por el rocoso río. “Papá, yo también quiero meterme en el río como ellos”. Está claro que antes o después habrá que probar la experiencia. De momento nos conformamos con quitarnos las botas y refrescarnos los pies en las aguas gélidas.
Albert consiguió “bañarse” en las frías aguas del río Aso. Foto: Benjamín Recacha El libro viajero también estuvo en Añisclo. Foto: Benjamín Recacha La bonita roca que nos sirvió de “comedor”. Foto: Benjamín RecachaLa vuelta a la zona de aparcamiento se realiza por un sendero estrecho que discurre por el bosque, desde el que se puede acceder al antiguo molino de Aso, del que apenas se puede apreciar parte del mecanismo, pues se encuentra en estado ruinoso, y a la cueva del Moro, vestigio del Paleolítico donde se ha documentado la existencia de restos humanos. Recuerdo que mi padre consiguió dar con la entrada en una de nuestras primeras visitas al Pirineo, a principio de los años 80. En esta ocasión no nos acercamos, aunque por lo que he leído el camino de acceso sigue estando bastante escondido.
Ya en el coche, el regreso a Escalona ha de hacerse por la carretera que nos acerca a los pequeños pueblos del valle de Vió, como Vió y Buerba. Por esa misma carretera podemos desviarnos hacia Fanlo, situado a más de 1.300 metros de altura, y de ahí a Sarvisé, puerta de entrada al sector Ordesa del parque nacional.
La vista del cañón de Añisclo, con el collado al fondo y el Monte Perdido, deja boquiabierto. Foto: Benjamín Recacha
Nosotros continuamos hacia Escalona, y ello nos permitió gozar de una de las vistas más espectaculares de todo el Pirineo: el cañón de Añisclo desde una posición elevada, con el collado al fondo y el Monte Perdido, con su silueta hipnótica, dominando el escenario desde sus 3.355 metros de altura.
Con esa imagen de belleza imposible grabada en la retina retornamos a Bielsa, pensando en qué maravillas disfrutaremos al día siguiente. Os las mostraré en la próxima crónica.