Revista Cultura y Ocio

Crónica viajera desde el paraíso (V)

Publicado el 30 noviembre 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha
Llanos de la Larri - El viaje de Pau

‘El viaje de Pau’ en uno de sus escenarios principales.   Foto: Benjamín Recacha

La primera vez que subí a la Larri tenía seis años. Era 1980, el primer verano que pasamos en el Valle de Pineta. No recuerdo casi nada de aquel día. En casa de mis padres hay una foto en la que estamos ellos dos, mi hermano y yo sentados en la hierba, y ese es en realidad el principal recuerdo que me queda de la excursión.

A la Larri la conocí como el valle de los lirios. Las primeras veces que subimos la verdad es que, por lo menos yo, no tenía ni idea de su nomenclatura oficial. Para mí era evidente que se trataba del valle de los lirios, pues estaba sembrado de ellos. Unos preciosos lirios azules que a finales de julio y principios de agosto lucían en todo su esplendor.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Camino de las Cascadas

Bonita estampa familiar en el camino de las Cascadas.

La otra característica destacable del lugar es la cascada rugiente que le da nombre; una más de las decenas que riegan el entorno del Valle de Pineta. Con toda seguridad, el río Larri puede presumir de ser uno de los que cuentan con mayor cantidad de saltos de agua del mundo en relación a su longitud, apenas un par o tres de kilómetros antes de fundirse con el Cinca. Buena parte de ellos se pueden contemplar gracias al camino de las Cascadas, la senda de María Elena, como la bautizó mi padre cuando la “descubrieron” en 1987.

La subida a la Larri es una de las excursiones más sencillas y, por tanto, transitadas en el sector Pineta del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Cualquiera puede completarla en poco más de una hora, y nunca un esfuerzo tan sencillo obtuvo una recompensa tan grande para los sentidos. Las vistas son maravillosas.

Yo he perdido la cuenta de las veces que la he hecho. Debe rondar la treintena. Pero no me canso, es visita obligada cada verano. Sobre todo si quieres dejar con la boca abierta a quien aterriza en el paraíso por primera vez. En esta ocasión fueron mis cuñados, Raquel y Raúl, que además iban equipados con una cámara en condiciones, así que casi la queman de tanto apretar el disparador (un abrazo, majos).

Valle de Pineta
El valle de Pineta, subiendo hacia la Larri por el camino de las Cascadas. Foto: Benjamín Recacha
Valle de Pineta
La pradera de Pineta, con “la boca” en frente, uno de los paisajes de mi vida. Foto: Benjamín Recacha

Iniciamos el recorrido desde la pradera de Pineta, la antigua acampada libre, donde pasé tantos veranos inolvidables. He escrito sobre ello bastantes veces ya, pero no puedo evitarlo. Pisar esa alfombra verde, salpicada de infinidad de flores, colocarme en el punto exacto donde instalábamos la tienda de campaña, junto al eterno quejigo que nos daba sombra, mirar hacia la montaña de enfrente, con sus inconfundibles facciones, la nariz y la boca, por donde cae un continuo reguero de agua, me genera montones de recuerdos.

Nos adentramos en el hayedo que conduce hasta el puente sobre el Cinca, y de allí al camino de las Cascadas. De subida garantiza un calentón, pues aunque está muy bien marcado, los escalones que llevan hasta la cascada superior tienen mucho desnivel. La parte positiva es que hay varios miradores a lo largo del recorrido, desde donde recrearse la vista con los espectaculares saltos de agua, que este año caían furiosos, con bastante más agua de lo que recordaba en veranos anteriores.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Camino de las Cascadas
Ahí estamos, felices, posando en uno de los miradores del precioso camino de las Cascadas. Foto: Raúl Pastor
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Camino de las Cascadas
Detalle de uno de los numerosos saltos de agua en el camino de las Cascadas. Foto: Benjamín Recacha

Ya he explicado en alguna ocasión que los caminitos que conducían a cada una de las cascadas los responsables del Parque Nacional acabaron cerrándolos después de que un par de excursionistas imprudentes se mataran por asomarse más de lo aconsejable en las resbaladizas rocas. Si no la respetas, la montaña no tiene compasión.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido
Encarando el último tramo para alcanzar los Llanos de la Larri. Foto: Benjamín Recacha
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Cascada de la Larri
Tenía que hacerme esta foto junto a una de las cascadas más transitadas en el camino hacia la Larri. Foto: Lucía Pastor

Cuando llegamos arriba aún nos quedaba un pequeño tramo de la pista principal, la que bordea el circo de Pineta, para llegar a los llanos de la Larri. Atajamos por los terraplenes de helechos y desembocamos en la inmensa pradera rodeada de nuevas montañas, con la Estiba a la derecha; el camino hacia la temida Munia y la cascada principal de la Larri al fondo; el río, el pico de la Capilla, con su inconfundible oquedad redonda, y el Montaspro a la izquierda; y el impresionante Balcón de Pineta, con el majestuoso Monte Perdido oculto tras las nubes, detrás.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Circo de Pineta
Un paisaje que nunca me cansaré de fotografiar. Foto: Benjamín Recacha
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Monte Perdido
‘El viaje de Pau’ saluda a su admirado Monte Perdido. Foto: Benjamín Recacha

Aquí paramos a comer los bocatas, un sitio ideal para recuperar fuerzas y alimentar el espíritu. A mitad de la pradera se divisaban vacas y caballos pastando a su aire, así que a Albert le entraron las prisas. Él estaba decidido a tocarlos a todos. En el ibón de Plan se quedó con las ganas de acariciar una vaca, y no iba a dejar pasar una segunda oportunidad, por mucho que le insistiéramos que a las vacas no les gusta especialmente que las toquen. Con los caballos igual había más suerte.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Marmota en la Larri

Una inconfundible y siempre alerta marmota.   Foto: Raúl Pastor

Iniciamos el paseo por la alfombra verde que se extendía ante nosotros, con el objetivo de llegar a la cascada, algo que debía llevarnos unos veinte minutos, pero que se alargó bastante más porque hubo varias distracciones. La primera de ellas no fueron las vacas ni los caballos, sino las chillonas marmotas. Su grito de alerta es inconfundible, así que cuando empezamos a oírlos prestamos atención a la ladera pedregosa de la izquierda del valle, uno de los lugares donde acostumbran a dejarse ver. Armado con los prismáticos pronto localizamos la primera y no tardamos en ver varias más. Estaban bastante lejos, pero la réflex de Raúl consiguió capturar una imagen más que aceptable.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Vacas en la Larri

Albert nos presenta a sus queridas vacas.   Foto: Benjamín Recacha

A todo esto, mientras los adultos estábamos embobados buscando marmotas, mi hijo Albert seguía adelante, resuelto a acariciar una vaca. El tío es más cabezón que sus padres, que ya es decir, y ahí estaba, acercándose, sin temor alguno, a unos bichos enormes. Tuve que salir corriendo hacia él antes de que algún rumiante lo confundiera con alguna especie de chuchería vegetal con patas y, al llegar a su altura, convencerlo de que era mejor probar con los caballos. Se conformó con una foto con los bóvidos de fondo, e inmediatamente fue en busca de la manada de caballos que se alimentaba tranquilamente unos metros más allá. Y aquello fue una fiesta.

Potro en los Llanos de la Larri
Los potrillos, acostumbrados a los excursionistas, se acercaban en busca de alguna “chuche”. Foto: Benjamín Recacha
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Caballos en la Larri
Y Albert acarició por fin a una yegua. Foto: Benjamín Recacha
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Caballos en la Larri
Yo no iba a ser menos que mi hijo… Foto: Raúl Pastor

En verano las yeguas pastan libres junto a sus potros y están tan acostumbrados a los excursionistas que ni se inmutan cuando se les acercan. Al contrario, se dejan tocar, incluso los potrillos, que hasta se atreven a darte con el morro en clara demanda de alguna chuchería. Albert, por supuesto, acarició a una yegua diez veces más grande que él, y fue en busca de más.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido - Llanos de la Larri

Los caballos pastan libres en los Llanos de la Larri.   Foto: Benjamín Recacha

Por si acaso, lo dejamos ahí, pues se metía entre la manada, ignorante ante la posibilidad de que a algún animalito se le escapara una coz.

Cascada de la Larri
Ese puntito azul soy yo. Foto: Raúl Pastor
Cascada de la Larri
Aquí se me distingue mejor. Foto: Raúl Pastor
Cascada de la Larri
Los saltos de agua, como el de la Larri, siempre presentes en el paisaje del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Foto: Benjamín Recacha
Cascada de la Larri
La cascada de la Larri ruge en su caída. Foto: Benjamín Recacha

Tras una larga sesión fotográfica, continuamos hacia la cascada. El sendero para alcanzar la principal es bastante estrecho y escarpado, así que nos quedamos a orillas del último salto y aprovechamos para remojarnos los pies. Yo, sin embargo, quería subir. Hacía muchos años que no entraba en el recodo donde la cascada vierte, furiosa, sus aguas. Y eso hice. Todo estaba como lo recordaba. Subí a la gran roca frente al salto, como había hecho tantas veces, y lo fotografié, una vez más.

Cascada de la Larri - El viaje de Pau

‘El viaje de Pau’ nos presenta la espectacular cascada de la Larri.   Foto: Benjamín Recacha

Ya sólo quedaba regresar. Albert no estuvo muy conforme, pues quería seguir bañándose en el río y volver a tocar a los caballos, pero se impuso el criterio de los adultos. El verano que viene tendrá nuevas oportunidades para disfrutar del Pirineo.

Y hasta aquí las crónicas viajeras desde el paraíso. Ya han pasado tres meses y medio, pero las sensaciones fantásticas que me proporciona cada instante que paso rodeado de aquellas montañas no caducan, así que no podía dejar la serie incompleta. Ya queda menos para volver.


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