Revista Regiones del Mundo

Crónicas afganas: Anclados en la Edad Media

Por Antoniopampliega

Desde Kabul.

Algo tan sencillo como pulsar un interruptor y, como por arte de magia, iluminar una habitación es algo impensable en Afganistán. Un gesto tan simple que hacemos cientos de veces al día, sabedores de que siempre se encenderán las bombillas, es todo un mundo en este país. Aquí a las seis oscurece y la noche se apodera de la ciudad. Sólo los tintineantes faros de los coches, que circulan por las bacheadas calles de Kabul, arrojan algo de luz a una estampa tan tétrica.

Las calles permanecerán a oscuras hasta que el sol, bendito sol, haga su aparición por el este a las seis de la mañana. Pero cuando cae la noche los afganos no corren a refugiarse a sus casas para sentirse cobijados por la luz de sus hogares. En la inmensa mayoría de casas la luz eléctrica es un lujo que no pueden permitirse- al igual que el agua corriente (no hablemos ya del agua caliente) o las cocinas de gas. Hemos dejado atrás la primera década del siglo XXI pero aquí aún siguen en la Edad Media.

Mientras en el opulento Occidente nos maravillamos con Facebook o con Twitter. En Kabul- como en todo Afganistán- se maravillan de las casas de adobe (construidas con barro mezclado con paja y sacadas al sol) que aguantan más de dos décadas. Mundos opuestos que conviven en el mismo.

Pero volvamos con la luz eléctrica… Los más afortunados- así como los hoteles y embajadas- tienen que recurrir a potentes generadores para poder nutrir de energía sus hogares. Los cortes eléctricos son constantes y demasiado repetitivos (la luz puede estar sin venir varias horas). Los que no pueden ‘tirar’ de generador tienen que conformarse con las velas y el resto tendrán que cenar mientras el rostro se les ilumina con la lumbre que arde en un rincón de sus modestas casas.

Pero si los afganos le temen a algo no es a la oscuridad sino al frío intenso que se cierne cada invierno sobre el país. En la estación invernal las nieves cubren Kabul. El frío se te mete en los huesos y muchos no consiguen aguantar todo el invierno. La calefacción es algo que aquí no conocen… Las familias deben dormir en el suelo, tapadas con gruesas mantas, todos juntos para proporcionarse calor unos a otros. Cuando el frío aprieta se olvidan las rencillas familiares con tal de dormir calientes.

Pero cuando las nieves se retiran aparecen en el cielo las nubes negras amenazantes. Sobre ellos descargan sus húmedas lágrimas deshaciendo sus casas como si de papel se tratasra. Las paredes se agrietan y el agua entra por el techo como un torrente furioso. Nada aguanta su ira y muchos menos las calles. El barro lo anega todo y convierte en intransitable arterias de las barriadas más humildes. En el centro de Kabul tienen más suerte. Las calles sólo se anegan…


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