Desde Kabul.
La punta del bolígrafo se desliza sutilmente, como una bailarina encima de un escenario, sobre el folio en blanco. Tras de sí deja su esencia en forma de finos y rítmicos trazos azulados que llenan de vida aquello que antes no contenía nada. No separa los ojos de su arma de trabajo mientras su cliente, un hombre de mediana edad y ataviado con un abrigo verde para combatir el frío, le dicta palabra por palabra una carta para su hijo que vive en Herat.
Ghulam Reza se dedica a uno de los oficios más antiguos del mundo. Es escriba. En Afganistán saber leer y escribir es un don. Y este hazara ha hecho de su don una forma de ganarse la vida. Cada día- llueve, nieve o truene- coloca su frágil mesita de hierro a las ocho de la mañana delante de la puerta del Registro Civil de Kabul. Aquí se aglomeran cientos de personas a diario para poder registrar a su hijo recién nacido, para entregar el acta de defunción de familiar o para formalizar su boda. Muchos de los afganos que se acercan hasta aquí requieren de los servicios de Ghulam.
En Afganistán el 80% de las mujeres y el 45% de los hombres son analfabetos y ni siquiera son capaces de escribir su nombre correctamente. Ghulam, un viejo profesor de instituto decidió dejar el mundo de la enseñanza hace tres años para dedicarse a ser escriba. El salario de un profesor de instituto no llega para alimentar a una familia de cuatro miembros; mientras que escribiendo para los demás puede llegar a embolsarse alrededor de 10 dólares diarios (el sueldo medio de un afgano ronda los 8).
El bueno de Ghulam huyó de Afganistán hasta Irán cuando llegaron los talibán a Kabul. Un gran número de hazaras fueron pasados a cuchillo por las hordas de los discípulos del mulá Omar por el mero hecho de pertenecer a una de las minorías étnicas que pueblan el país. En el país de los ayatollás trabajó de costurero hasta que decidió regresar a su tierra hace tres años trayéndose a toda su familia con él- en total cinco miembros.
En Kabul comenzó a trabajar como profesor en un instituto cercano al lugar que hoy ocupa su mesita y su bolígrafo pero apenas aguantó un par de meses; con lo que ganaba no podía comprar ni pan ni arroz- es la base de la dieta de los afganos- para alimentar a su familia. Así que decidió plantar su puesto en medio de la calle donde ha vuelto a recuperar la estabilidad y una sonrisa que se le borró del rostro años atrás.
Ghulam continuará poniendo, como lleva haciendo cada día desde hace tres años, su pequeño puesto para escribir por aquellos que no han tenido la oportunidad de conocer el arte de las letras. Seguirá sentado en la calle Baghe Bala para plasmar en forma de palabras la vida de todo aquel desconocido que esté dispuesta a escribirla en un folio en blanco.
* Puedes leerlo en www.Publico.es