Revista Regiones del Mundo

Crónicas Afganas: El pan de la guerra

Por Antoniopampliega

Desde Kabul.

Un niño, famélico, recorre las calles de Kabul con las manos en los bolsillos. El chiquillo se detiene para pegar un puntapié a una solitaria piedra que se encuentra en medio de la calle- será por piedras en esta ciudad. El muchacho sigue su camino sin desviarse un ápice hasta detenerse en una tiendecita mugrosa donde trabajan a destajo cuatro hombres. El chico habla con el encargado le da un billete de 20 afganis (50 céntimos de euro) y estira los brazos. A los pocos segundos el encargado coloca sobre los enclenques bracitos de su joven cliente cuatro lonchas de esponjoso pan, recién salido del horno. Tras el muchacho llegan más y más clientes… Y será así hasta la caída del sol.

El Nan-i-afghani es la primera fuente de alimentación de los afganos. Es su pan. Su orgullo nacional y una de las pocas cosas que se pueden permitir llevarse a la boca por un precio-más o menos- asequible. “Cada loncha de pan vale cinco afganis (10 céntimos de euro) y al día podemos vender unos 1.500; si es un día festivo podemos doblar o triplicar esa cifra”, afirma Saifullah el encargado de esta pequeña tiendecita situada en la calle Baghe Bala. En un país donde la inmensa mayoría de sus habitantes viven inmersos en la pobreza y muchos ganan menos de cinco dólares diarios el nan-i-afghani es uno de los pocos manjares que se pueden permitir. Lo suelen acompañar con arroz y- de vez en cuando, muy de vez en cuando- con algo de carne en las comidas. La carne, normalmente, es pollo aquí el cordero y la ternera son lujos al alcance de muy pocos afganos.

“El nan-i-afghani es tan famoso como los Budas de Bamiyán. La masa está compuesta por harina, agua, sal y levadura. Lo amasamos hasta formar una masa bien compacta y esponjosa. Luego vamos cogiendo pequeñas bolitas de la masa, las espolvoreamos con harina, las estiramos hasta que sean largas como brazos y luego tenemos que hacer pequeños agujeros en la parte superior para que el pan ‘respire’ y por último las metemos en el horno para que se doren y estén crujientes”, sentencia Saifullah mientras me hace una pequeña demostración y me invita a hacer “fotos, fotos”.

Los norteamericanos tiene la Coca-Cola, los británicos el ‘fish and chips’, los franceses el croissant, los españoles la paella y los italiano la pasta… Aquí tiene el nan-i-afghani y cómo enseña nacional tiene que tener unos cuidados. “Cuando llegamos a Afganistán fuimos repartiendo harina entre los más desfavorecidos- ¿hay alguien que no entre en esta catalogación?- pero muchos de ellos no nos la aceptaban porque la harina que les dábamos no servía para el nan. Tras amasarla y mezclarla con agua y levadura para hacer el pan colocaban la masa en el interior del horno; pegado a las paredes pero se caía porque no tenía el suficiente agarre… Así que los afganos no la utilizaban porque decían que su panno sabía igual”, afirma Frederic un cooperante de Cruz Roja Internacional.

Los afganos son muy suyos y en lo referente a este pan típico mucho más. “El nan-i-afghani puede representar la dieta básica de más de la mitad de la población de Afganistán. Sobre todo en las grandes ciudades donde la gente no pueden tener una granja y utilizar la carne o la leche de su ganado. No tienen dinero para comprar carne o verduras así que este pan es vital para su supervivencia”, sentencia Frederic.

Los afganos lo llevan comiendo desde tiempos inmemoriales. Por aquí han pasado británicos, comunistas, muyahidines, talibán y ahora una amalgama de países que no saben ubicar en el mapa… y el nan-i-afghani siempre ha estado con ellos y seguirá estando con ellos tras la marcha de los países de la coalición. Es su pan, es su orgullo, es su seña de identidad… y, además, esta delicioso.


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