Desde Kabul.
Se enrolla la mano en una impoluta gasa y da vueltas y vueltas… Está asustado. Temeroso de lo desconocido. Le tiemblan las manos y las lágrimas caen por sus ojos almendrados. Su rostro duro, salpicado por una enmarañada barba negra, se vuelve frágil como el de un niño pequeño. Con cada vuelta que da a la venda se desmorona un poco más… Unos minutos más tarde se sujeta con la mano derecha el muñón de la pierna izquierda. No quiere mirar. Levanta los ojos hacia el cielo cómo buscando una respuesta… pero sin encontrar nada más que indiferencia. Un grupo formado por cinco médicos se agachan para ver la evolución de la cicatrización de las heridas. Todo está correcto, no hay infección. La rehabilitación puede empezar…
Las batas blancas se mueven con soltura por la enorme sala llena de espejos y donde un nutrido grupo de pacientes esperan su turno para ser examinados y para demostrar la evolución de su rehabilitación. Público fue invitado a compartir una jornada con los médicos y pacientes del Centro Ortopédico Aliabad de Kabul- uno de los seis que gestiona Cruz Roja Internacional en Afganistán- y ver cómo se trabaja en un país en guerra eterna y que ha causado más de 300.000 mutilados en las últimas tres décadas.
Afganistán- cómo muchos países que han sufrido el mal endémico de la guerra- debe convivir con la plaga de las minas antipersona, con los coches bomba, con las bombas ¿inteligentes?, con el fuego amigo… Las consecuencias suelen ser números que engrosan las estadísticas o cifras que releemos en los periódicos. Simples números que después de tantas y tantas víctimas pasamos de puntillas sobre ellas… Pero nunca nos paramos a preguntar ¿qué pasa con las personas que sobreviven? Muchos de ellos sufren la amputación de alguno- o varios- de sus miembros y en un país como este- donde la ley del más fuerte rige los designios de los afganos- la única opción viable que tiene este ejército de mutilados es acudir a algunos de los centros que Cruz Roja tiene diseminados por todo Afganistán y que dan cobertura a más de 6.000 nuevos pacientes anualmente.
El centró ortopédico de Kabul abrió su puertas hace más de 30 años- más concretamente en 1979- y desde entonces no ha parado un segundo en ayudar a los mutilados. “Hemos trabajado con los rusos, con los muyahidines, con los talibán y ahora con la OTAN. Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo; un trabajo vital para que miles de personas puedan llevar una vida lo más normal posible. Todos nos han respetado y ninguno ha puesto ninguna traba a nuestro trabajo. Saben que estamos para ayudar y que en un futuro puede que alguno de ellos acabe necesitando nuestra ayuda para volver a andar”, comenta el enfermero Said Mosa que lleva casi veinte años ayudando a discapacitados y a mutilados por la guerra.
Mosa no es un enfermero corriente; es afgano y él, mejor que nadie, entiende el sufrimiento que padecen las personas que sufren la amputación de un miembro. “Debemos apoyarlos, sobre todo de manera psicológica, porque llegan hundidos y sin esperanza de volver a caminar. Cuando los veo alicaídos me levanto la pernera del pantalón y enseño mi pierna ortopédica para que vean que yo luche y gané. Ese simple gesto sirve para que vean que pueden volver a hacer una vida normal”, afirma Mosa. Este hombre, tenaz e incansable, es uno de los 300 empleados que trabajan en este centro ortopédico; la mayoría de ellos discapacitados.
Said Mosa acude cada día para ayudar a los recién llegados y hablar con ellos, sobre todo para hablar. “Muchos necesitan desahogarse. En Afganistán no está bien visto que un hombre llore, es un síntoma de debilidad”, aclara. Esta mañana tiene que trabajar con Qasem. Un fornido pastún de más de metro ochenta que acaba de perder su pierna izquierda por culpa de un IED que los talibanes colocaron en la carretera. “Llegó hace un par de días. Y ahora trabajamos con él con una pierna ortopédica para que vaya acostumbrándose. Le ponemos de pie. Le hacemos que sujete el peso del cuerpo sólo con ella. En una semana, más o menos, podrá comenzar a dar sus primeros pasos y en un par de meses volverá a correr con total normalidad”, afirma Mosa mientras mira que Qasem no se desequilibre y se caiga.
La sala de rehabilitación está llena de espejos. “Para que los pacientes se miren cuando van andando y también para que se acostumbren a verse con sus nuevas prótesis”, comenta el doctor Fuidon. En el suelo hay pintadas unas pisadas que sirven de guía a los pacientes para que puedan caminar en línea recta… Mientras unos caminan- con muletas o sin ellas- otros comienzan a dar sus primeros pasos con sus nuevas prótesis. Es el caso de Abidullah Sharifi que pasito a pasito va cogiendo soltura. Este afgano, de mediana edad, perdió la pierna por una mina antipersona mientras araba su campo. “Estaba removiendo la tierra para comenzar a plantar trigo cuando oí una explosión y sentí un intenso dolor en la pierna. Al incorporarme estaba lleno de sangre y me faltaba el pie…”, afirma mientras hace una pequeña pausa. Todavía debe apoyarse en las barras paralelas que le hacen de improvisados bastones.
En Afganistán dormitan más de diez millones de minas antipersona esperando para dar su dentellada a la carne fresca. Es el triste recordatorio de la crueldad de las guerras. Los mutilados son la memoria histórica del pasado. Algo que hace que no olvidemos nunca las décadas pasada. Que recordemos que no hemos vivido un mal sueño. Las cicatrices, las piernas ortopédicas, los muertos… Son la memoria de Afganistán. Una memoria que sólo recuerda cruentas guerras. Una memoria demasiado frágil y cercenada.