Revista Regiones del Mundo

Crónicas afganas: La fábrica de muertos

Por Antoniopampliega

Desde Kabul.

Por norma general nunca es agradable visitar un hospital. Es uno de esos recordatorios sobre lo efímera que puede llegar a ser la vida. Pero si el hospital es infantil, como es el caso, la experiencia es aún más dura. Son sus ojos, los de esos niños que esperan que la parca vaya a recoger sus billetes para un viaje que no tiene posibilidad de regreso. El recordatorio más triste de una guerra que no ha aportado nada a la población civil, salvo más muertos y más dolor.

En el corazón de Kabul, muy cerca de la glorieta que han dedicado a Ahmed Shah Massoud, Señor de la Guerra y comandante supremo de la Alianza del Norte, se encuentra enclavado el hospital Infantil Indira Gandhi, conocido entre la población como “La fábrica de muertos”. Es el barómetro por el que se mide la sanidad afgana… Una sanidad carente de todo menos de enfermos y de médicos resignados que miran impotentes cómo sus pacientes, muchas veces menores de un año, agonizan a la espera de unos medicamentos que nunca llegan.

Aquí lo único que podemos ofrecer a las familias es una cama limpia para los niños y poner a su servicio todos nuestros conocimientos; pero sin medicinas es imposible hacer nada por la mayoría de estos niños”, advierte el doctor Azim jefe de planta del hospital que me atiende amablemente mientras visita a los niños en sus habitaciones.

Hasta sus manos llegan los casos más graves, no sólo de malnutrición severa, sino los niños con leucemia, parálisis cerebral, hepatitis, disentería, etc… Pero poco puede hacer por la mayoría de estos niños; salvo aplacar su dolor el máximo tiempo posible hasta que la enfermedad haga el resto.

En Afganistán, el acceso a los hospitales es totalmente gratuito pero, como casi todo en este país, tiene oscuras lagunas. Deben de ser las familias las que adquieran las medicinas que requieren sus hijos para que los médicos puedan intentar hacer algo por sus vidas. En un país donde el 70% de la población sobrevive con menos de cuatro dólares diarios les es imposible invertir parte de ese dinero en comprar medicinas con las que combatir un cáncer o una pancreatitis. Si a esto le añadimos que un alto índice de los pacientes provienen de zonas rurales la situación empeora porque el niño viene en un pésimo estado y con la enfermedad demasiado avanzada para que los médicos puedan hacer algo por su vida… Por eso los datos sobre mortalidad infantil en Afganistán hielan la sangre. 150 de cada mil niños mueren antes de cumplir los cinco años... para el resto; aún hay esperanza.

En las habitaciones, todas comunes y con más de diez niños cada una, las madres acarician con ternura las cabecitas de sus hijos mientras estos se aferran a un gotero que les proporciona un suero que les tiene conectados a una vida que, en muchos casos, les será efímera. El silencio, roto sólo por el llanto de algún bebe, es el triste sonido que se puede escuchar en el hospital infantil. No hay niños jugados. No hay risas. No hay ilusión… No hay esperanza.

En la sala de urgencias, donde hay cuatro pacientes, acaban de recibir un caso de extremada gravedad. Es un niño de cuatro meses que proviene de la zona del Panjshir. Junto a él su abuela que descubre su rosto oculto por el burka pide a los médicos que luchen por salvar la vida a su nieto… Pero la ayuda ha llegado demasiado tarde. “Tiene septicemia, no podemos hacer nada por él”, afirma Nasrin una enfermera de origen hindú. Sayid- así se llamaba el niño- falleció a la media hora acunado entre los brazos de su abuela y ante la mirada de impotencia de la enfermera.

Sin embargo, aún hay casos que ofrecen a los médicos fuerzas para seguir ejerciendo. Taos es un niño afortunado. Nació de manera prematura a los siete meses. No es más grande que la palma de la mano de un adulto, pero sus ganas por vivir sorprenden a los doctores que le han calificado como ‘niños milagro’. “Ninguno teníamos muchas esperanzas en que pudiera sobrevivir más de una semanas… pero ahí está; ya lleva cuatro y ha dejado la incubadora hace un par de días”, comenta orgulloso el doctor Osman jefe de la unidad de los neonatos y donde cuentan con diez incubadoras para más de medio centenar de niños.

El gobierno apenas destina recursos económicos a este hospital infantil que tiene que sobrevivir con la ayuda de ONG’S extranjeras y del dinero que invierten los propios médicos- de su bolsillo- para conseguir medicinas para estos niños. Mientras los niños siguen muriendo en el Indira Gandhi a la espera de la ansiada ayuda; la ofensiva militar continúa en el sur contra el bastión talibán para liberar al país de la amenaza de la insurgencia y devolverles la esperanza en el futuro… Futuro que agoniza en hospitales como este.


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