Desde Kabul.
Los romanos legaron a la humanidad, entre otras muchas cosas, el alcantarillado. Esos conductos que se extienden kilómetros y kilómetros debajo de nuestros pies y que sirven para que la podredumbre se pierda lejos de la ciudad. En Kabul ese preciado legado sólo está al alcance de los barrios más ricos de la ciudad y donde se concentran todos los hoteles y casas de huéspedes… En el resto de la ciudad; todo queda en manos de una brigada muy especial
Visten de un llamativo color anaranjado “para evitar que los coches nos atropellen; antes íbamos vestidos con un color más claro y más de un compañero ha sido arrollado por algún conductor despistado”, afirma Salem jefe de una de las brigadas de limpieza que recorren la ciudad a diario para evitar que las calles de Kabul queden anegadas de desperdicios.
Por toda la ciudad dos acequias de menos de un metro de anchura corren paralelas a la calle. En su interior botellas, plásticos e inmundicias varias sirven a la ciudad como improvisado vertedero. Aquí es donde va a parar todo lo que sobra. “Nuestro trabajo consiste en limpiar a fondo los canales de toda la ciudad para que los excrementos y demás basura no rebosen y ensucien la calle”, comenta Salem mientras hace indicaciones al camión para que continúe con su marcha…
Cientos de toneladas diarias de basura pueden ser retiradas por esta singular brigada de desatascadores. “Echamos todo lo que encontramos al camión y lo llevamos a un vertedero que está a unos 20 km de la ciudad. Allí se vacía y regresa otra vez para que lo volvamos a llenar. Nosotros no descansamos nunca”, ríe entre dientes.
Sus herramientas de trabajo son sus manos que se aferran a una desvencijada pala y un estómago curtido en mil batallas. A pesar de ser invierno, el hedor es insoportable pero este veterano está acostumbrado a todo. “En verano se hace un poco más duro porque el olor de putrefacción con el calor se hace más intenso; ahora en invierno la cosa no está tan mal; a no ser que llueva porque el agua inunda las acequias y la basura inunda las calles”, comenta.
No cuentan ni con mascarillas, ni con guantes, ni con sofisticados trajes de trabajo. Simplemente unas botas de goma de color negro y un pañuelo para taparse la nariz en caso de necesitarlo. Es un trabajo muy duro y exigente porque comienzan con los primeros rayos del sol (sobre las 6 de la mañana) y terminan sobre las 6 de la tarde… Doce horas en las cuales sólo tienen un pequeño descanso para comer. “Es un trabajo desagradable pero alguien lo tiene que hacer. Necesitamos alimentar a nuestras familias y aquí podemos conseguir lo suficiente para que no les falte de nada”.