La guerra civil que asola Sudán del Sur va camino de cumplir su primer año de vida. Como vimos en el primer artículo de esta serie, una lucha fratricida por el poder estalló poco después de que el país consiguiera la anhelada independencia, tras medio siglo de conflicto con la República de Sudán. Tanto la larga guerra de secesión como la actual guerra civil han tenido un denominador común: el petróleo, principal recurso económico del país y a la vez causante de las disputas que llevan a su población a la más asfixiante pobreza. Es también el petróleo el mayor interés de aquellos que contemplan el conflicto interno desde fuera. China, Estados Unidos, y los países de la región se muestran expectantes por una resolución del mismo que les pudiera ser ventajosa económicamente.
Entre tanto, el estado más joven del mundo agoniza. Las cifras del drama humanitario son devastadoras, y el país se encuentra al borde de la catástrofe. La labor humanitaria sobre el terreno, así como las donaciones de distintos países, están sirviendo de gran ayuda, pero siguen sin ser suficientes para paliar el desastre. De este modo, el destino de la malograda nación sursudanesa es tan incierto como desalentador.
Implicación extranjera en el conflicto: ¿Quién para esta sangría?
China y Estados Unidos: intereses enfrentados
El gigante asiático es el mayor interesado en la vuelta al status quo anterior a la guerra, y de ahí a que haya manifestado su deseo categórico del cese de la violencia. Detrás de este empeño, a nadie se le escapa que es el mayor beneficiado del petróleo de Sudán y Sudán del Sur. China financió tanto las refinerías como los oleoductos para el transporte y comercialización del crudo y, hoy en día, dos tercios de las exportaciones de crudo sursudanesas van a parar al gigante asiático. La vuelta a la paz –si es que algún día la hubo- debería significar que la producción petrolera, disminuida un tercio por la guerra, vuelva a su cauce normal. De esta manera, China mantiene una posición conciliadora entre las partes y se mantiene como actor clave para la consecución de un posible acuerdo de paz definitivo.
Por su parte, Estados Unidos se convirtió en el apoyo internacional más importante que los sursudaneses tuvieron en su lucha por la independencia. Acusado de provocar que el radicalismo islamista se expandiese en su país, el Presidente de la República de Sudán, al-Bashir, se convirtió en un enemigo público para los estadounidenses. Detrás de esta animadversión se escondía el interés por disminuir la presencia china en el país y deponer a un líder que había hecho del gigante asiático su principal valedor y apoyo económico internacional. De este modo, los norteamericanos comenzaron a implicarse de forma más activa en la secesión de la región sur, apoyando la lucha rebelde sursudanesa y comprometiéndose con el proceso de paz que siguió al Acuerdo General de Paz de 2005. De hecho, en este periodo, EE.UU. estuvo presente en todas las rondas de negociación, se convirtió en el mayor donante en el país e incluso instruyó a las tropas del SPLA (Ejército de Sudán del Sur). La apuesta de Estados Unidos era decidida, pero no desinteresada. En primer lugar, con un Sudán del Sur independiente se abría la posibilidad de frenar la creciente influencia china en la región, y en segundo, se multiplicaban las opciones de sacar réditos del jugoso mercado petrolero sursudanés.
Si bien Estados Unidos ha condenado la violencia y ha pretendido el cese inmediato de las hostilidades una vez estallado la guerra civil, el presidente sursudanés, Salva Kiir, mantiene una versión radicalmente opuesta. Éste acusa a los norteamericanos de apoyar a su rival Riek Machar, quien según el Presidente les habría prometido expulsar a las compañías chinas del país para disponer el petróleo en manos de empresas estadounidenses. Hoy en día no hay ni una sola en suelo sursudanés. Estas alegaciones han sido negadas rotundamente por Machar, quien se considera a sí mismo un luchador por la democracia, frente al gobierno despótico de Kiir.
Los intereses contrastados de las dos grandes potencias económicas de nuestro tiempo, en un territorio aún por explotar, han levantado suspicacias en la sociedad internacional. Tanto es así que los más aventurados ya hablan de una nueva edición de la Guerra Fría en África.
Una región en vilo
Con el estallido del conflicto en Sudán del Sur, comenzaron también los temores por la desestabilización de una región ya de por sí turbulenta por la sofocante pobreza y las rivalidades tribales. En especial son los países vecinos los que contemplan con mayor preocupación el desarrollo de la contienda. La organización regional en la zona es la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), fundada en 1996 con el propósito de fomentar la cooperación, el desarrollo y la seguridad entre sus miembros, que hoy en día son ocho: Sudán, Sudán del Sur, Uganda, Eritrea, Kenia, Yibuti, Somalia y Etiopía. La IGAD estaba llamada a ser clave en la mediación del conflicto y conseguir que los rebeldes y el gobierno llegasen a un acuerdo pacífico definitivo en Sudán del Sur. De hecho, resultó un actor fundamental en el frustrado alto al fuego de mayo, que ambas partes violaron. Sin embargo, la falta de consenso entre sus miembros obstaculiza una mayor implicación de la organización en el conflicto, y por el momento, la que fue creada para salvaguardar la seguridad en África Oriental no está consiguiendo su objetivo. En el ámbito continental, la Unión Africana ha hecho esfuerzos nada desdeñables en el terreno diplomático y estuvo presente en los acuerdos de alto al fuego, aunque a la postre no resultaran ser fructíferos. Esta organización mantiene una comisión de investigación en el terreno que indaga sobre las violaciones de derechos humanos y otros abusos cometidos en el conflicto.
Por otro lado, no son pocos los que acusan a la República de Sudán de haber orquestado la guerra civil de su vecino del sur. Con la llegada en 1989 del todavía presidente al-Bashir (fotografía de la derecha), el intento por dividir y enfrentar a las principales tribus sursudanesas estuvo a la orden del día. Ahora, el presidente sudanés centra sus esfuerzos en controlar al gobierno de Kiir recurriendo a su dependencia a la hora de comercializar el petróleo. Desde que se reanudara el flujo de crudo hacia el norte –estuvo suspendido por Kiir trece meses en señal de protesta por las elevadas cuotas de circulación y el presunto saqueo sudanés-, al-Bashir ha amenazado en varias ocasiones con interrumpirlo si Kiir no cumple las cantidades pactadas por el tránsito del mismo y siguiera apoyando, presuntamente, al grupo rebelde Frente Revolucionario de Sudán. La influencia de Sudán en los asuntos internos de Sudán del Sur es tan notable que pudo estar detrás del cese en la vicepresidencia de Machar. Desde entonces, Kiir se rodea en su gabinete de personas más del agrado de Jartum. Mantener contento al vecino para mantenerse en el poder y para que Sudán no se ponga del lado rebelde parece ser la nueva estrategia del líder dinka, si bien parece improbable que pueda llegar a un acuerdo de cooperación militar para proteger las extracciones petroleras, considerando que el propio al-Bashir pactó en los noventa con su rival, Machar. De momento, en Jartum se mantienen expectantes.
El que sí firmó un acuerdo de cooperación militar con Kiir fue el vecino sureño de Sudán del Sur, Uganda. Desde comienzos de año tropas ugandesas se emplean, según su gobierno, en defender los intereses nacionales y proteger a la población ugandesa que vive en territorio sursudanés. Sin embargo, los rebeldes acusan a Uganda de bombardear sus posiciones en el Estado de Jonglei, algo que el ejército ugandés niega con rotundidad.
Unión Europea
Poco papel ha tenido la UE en la crisis sursudanesa más allá de la firme condena a la violencia e instar a las partes a que retomen las vías pacíficas para solucionar el conflicto. Cierto es que representantes de la Unión estuvieron presentes en los acuerdos de alto al fuego, pero no son pocos los que piden una mayor implicación de Bruselas en Sudán del Sur. Es en el terreno humanitario donde la Unión Europea está siendo más útil mediante la Dirección de Ayuda Humanitaria y Protección Civil (ECHO), que ha destinado este año más de cien millones de euros en ayuda a los más vulnerables, especialmente a los refugiados en otros países. Según cifras de la Comisión Europea, la cuantía se elevaría a los 250 millones de euros si se tiene en cuenta las aportaciones de los países miembros.
Naciones Unidas
Con el nacimiento de Sudán del Sur el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la instalación de dos misiones para el mantenimiento de la paz relativas al nuevo estado. La primera de ellas se ocupa del conflicto con el vecino del norte: la UNISFA (Fuerza Provisional de Naciones Unidas para Abyei), cuyo objetivo es la desmilitarización y el control de paz en la zona disputada de Abyei. Según la propia Organización, la operación tiene la tarea tanto de vigilar la frontera como de facilitar la entrega de ayuda humanitaria, y está autorizada emplear la fuerza a fin de proteger a los civiles y los trabajadores humanitarios. Más de 4000 soldados y policías, provenientes en su mayoría de países colindantes, velan por la seguridad de la región rica en petróleo.
En lo referente al conflicto interno que sufre el país las NacionesUnidas desplegó la UNMISS (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Sudán del Sur), la cual ha sido ampliada en mayo de 2014. Sus objetivos prioritarios son la protección de los civiles, la vigilancia de los derechos humanos y el apoyo a la ejecución del acuerdo del cese de hostilidades. Hoy en día la misión cuenta con alrededor de 11.500 efectivos de seguridad y más de dos mil civiles empleados en tareas humanitarias.
Al borde de abismo: la catástrofe humanitaria
Como era de esperar, la guerra civil provocó un agravamiento de la ya de por sí agónica situación humanitaria que sufre Sudán del Sur, uno de los países más pobres del mundo en el que más de la mitad de la población sobrevive bajo el umbral de la pobreza –con menos de un dólar al día. Las cifras son sencillamente estremecedoras. Según varias agencias de la ONU, el conflicto ha forzado a casi medio millón de personas a buscar refugio en países vecinos (Etiopía, Kenia, Sudán y Uganda), mientras que un millón y medio de sursudaneses han tenido que huir de sus casas en busca de un lugar más seguro dentro del país. Más de la mitad de refugiados y desplazados internos son niños.
Conviene recordar que el estado más nuevo del mundo también es uno de los más jóvenes en términos demográficos, ya que de sus once millones de habitantes, la mitad tiene menos de dieciocho años. Tras esta cifra, se esconde otro dato desgarrador: la esperanza de vida no supera los 42. Junto a ello, Sudán del Sur es el país con mayor mortalidad materna e infantil: 75 de cada 1000 niños mueren antes de cumplir un año de vida, número que asciende a los 105 (más de un 10%) en niños menores a cinco años. Entre las causas de mortalidad más comunes, la malaria es la responsable de un cuarto del total de las muertes. Las infraestructuras para hacer frente a este tipo de enfermedades son escasas, como también lo son en cualquier otro campo. Solo un uno por ciento de la población tiene acceso a electricidad y en un país del tamaño de Francia solo hay 363 kilómetros de carretera asfaltada, de modo que en temporadas de lluvia, un 60% de los caminos sursudaneses quedan inaccesibles.
Con el estallido del conflicto, los alimentos escasearon aún más. Una hambruna amenazaba con cobrarse la vida de cuatro millones de sursudaneses, marginados en situación de extrema inseguridad alimentaria. La ayuda humanitaria internacional logró que el número de afectados se redujese, aunque queda mucho por hacer. Según UNICEF, alrededor de un millón y medio de ciudadanos -un 13% de la población- sufrirá la crisis y niveles de inseguridad alimentaria de emergencia hasta finales de año, y la cifra ascenderá a dos millones y medio en los primeros meses de 2015. Además, la desnutrición grave afecta ya al 15% de los niños sursudaneses menores de 5 años. En el próximo año, la cifra de niños que sufrirán desnutrición se podría acercar al millón. En las zonas más afectadas por la guerra, es decir, las regiones petroleras, el desastre humanitario se recrudece. A los combates, las muertes, las enfermedades y la hambruna, se une el abuso sexual a mujeres y el reclutamiento de niños soldados –hasta 11.000- por ambos contendientes.
Estados Unidos es el país que más fondos en ayuda humanitaria ha aportado con más de 439 millones de dólares, una cifra que supera a todos los demás donantes juntos. Destaca en segunda posición Reino Unido –antigua potencia administradora- con más de 150. En lo que va de año ha sido donado más un millar de millones de dólares dentro del denominado Plan de Respuesta a la Crisis para 2014. Dicho número, sin embargo, apenas supera el 61% de lo acordado para todo el año, por lo que difícilmente se llegue a la cifra objetivo en diciembre. Sobre el terreno, distintas ONGs, así como varias agencias de la ONU, trabajan por paliar el desastre. Por poner un ejemplo, el número de campos de refugiados de ACNUR tanto en Sudán como en la frontera de los países colindantes supera la decena.
Las campañas para la recaudación de fondos de estas ONGs no han cesado, siendo especialmente incisivas a través de internet y las redes sociales, en las que el hashtag #southsudannow ha dado la vuelta al mundo. Sin embargo, todo parece indicar que la agonía sursudanesa se prolongará como mínimo hasta el cese de la violencia, algo que ni siquiera se llega a vislumbrar por el momento. En esta lucha fratricida por el poder y el petróleo, la verdadera víctima seguirá siendo propio pueblo sursudanés, que defraudado por sus dirigentes y abatido por la desesperanza, ahora navega a la deriva luchando por eludir el abismo.