Revista Ciencia

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

Por Daniel Paniagua Díez
Crónicas del Campo Santo, Nº 34

Crónicas del Campo Santo Nº 34

Los "pinchitos" siguen inalterable el ademán: van al volante de su automóvil ¡con bozal! Supongo que llevarán el sistema de aire acondicionado al máximo de potencia; o se pueden ahogar.

Ojos rojos: ¡disfrutar!, que la vida es hoy día... Carnaval.

Sigo sin escribir ni una línea sobre el Gobierno del Reino de España, no hay. ¿Igual para San Juan? ¿Y para San Fermín?

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

Esta batalla de los ricos contra los pobres la están ganando los primeros por goleada. Si mañana ve usted una cifra de ¿mayor de 4 millones?, en las estadísticas oficiales de caídos por la XIX, no se inmute, el año próximo esa cifra tendrá al menos un cero detrás (o dos)

Cuando hay un crímen siempre se sigue la pista de la pasta, ¿a quién beneficia?

Hasta las tetillas nos alcanzan las barbaridades seudo-científicas que nos echan a diario en los noticieros ¿inmunidad de rebaño? ¿Y dónde están los rabadanes? ¿Y los dueños de los rebaños? Lo que han logrado es mandar a cientos de miles de naturales del país, y migrantes, fuera del mercado laboral, y reducir las condiciones de trabajo a esclavitud (más o menos disimulada)

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

La vida en precario, modo de pura supervivencia animal, sin posibilidad alguna de hacer aportes creativos a tu labor mundana. Sin la protección necesaria (¡Los E.P.I. ´s!) El ser humano no es más que otra pieza de la maquinaria capitalista. Producir y consumir, no queda otra, ¿o sí?

¿A mí? Como si me ponen la de los conejos, el caso es que me dejen en paz y pueda ir a la playa a... veranear. Escucho decir a un conocido tomando un vino.

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

Les miras a los ojos y puedes calcular cuánto les queda de andar por el barrio, dando la brasa. Para fin de año habrá sitio de sobra en cualquier bar, los días de diario; por que cuando llegan los madrileños...

Mi abuela Amparo criaba conejos; cuando yo iba a verla me daba una hoz para que segara un cesto de hierba y después les diera de comer, a la boca, conejo por conejo. Nunca les hizo daño alguno, muy al contrario, hasta que les llegaba su hora; era rapidísima en ese trance.

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

La vida en las ciudades nos hace olvidar verdades tan simples... que se averguenzan de nosotros las abuelas. Estamos embobados, hechizados, por las tecnologías actuales. Tan bárbaras, sin conciencia, sin alma.

Sigamos elevando nuestra "vibración" diaria, que a la noche la piedra (conciencia) vuelve a rodar hasta el fondo del inframundo. Pregúntenle a Sísifo.

¿Tiene su punto gracioso, verdad?

Crónicas del Campo Santo, Nº 34

Luminosos deseos. (Los griegos eran muy canallas...)


Daniel Paniagua Díez

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