Crónicas lusas: Lisboa III
TUMBA DE VASCO DE GAMA
Me dicen que básicamente es la gran humedad ambiental la culpable de la despiadada catadura “andrajosa” de Lisboa. Parece un lamento plausible, el deterioro aliado con las inclemencias del tiempo. Pero ahí está su belleza: recula, se esconde e insinúa tras la muralla de la degradación paulatina.
Después de este testimonio tan apabullante y atronador, casi acepto de buen grado y con el optimismo por estandarte, amén de la euforia que siempre introduzco en mi equipaje, descubrir el fabuloso y enorme Parque forestal de Monsanto; los pulmones de la ciudad.
Aquí la gente afluye para pasear, correr, caminar, disfrutar de un “pedacito” de naturaleza “perdida” en el núcleo de la gran urbe.
Me sorprende la exégesis que desgrana Claudia, la pizpireta guía acompañante local, cuando me cuenta que en este lugar pueden verse ardillas y… ¿águilas?
Ahora es momento de atención para dar la bienvenida al fascinante monasterio de los Jerónimos; enorme y magistral, aunque de entrañas levemente turbias, oscuras. Tengo la sensación de adentrarme en una gruta sagrada.
MONASTERIO DE LOS JERÓNIMOS
Me atrae inmediatamente un sepulcro de elegante factura. Es la tumba del navegante Vasco da Gama. Al otro lado de la cruceta “mortuoria” yacen los restos del ínclito poeta Luis Vaz de Camoes.
Otro edificio digno de mención es la estrafalaria Casa Dos Bicos, con su “anómala” fachada infectada de relieves piramidales que conforman un extraño caparazón estético “dentado”.
En este páramo de rarezas o singularidades me topo con la catedral del siglo XII, que se me antoja más bien un castillo o modesta fortaleza románica. El altar barroco del interior es precioso.
INTERIOR DE LA CATEDRAL CON ALTAR BARROCO AL FONDO.
Y así, con prisas por acometer ya mi siguiente destino, me despido de Lisboa oteando la ciudad desde el inmenso puente de Vasco da Gama, el más largo de Europa (17 km).
CATEDRAL DE LISBOA